En algunas situaciones, vemos cómo los adultos se comportan de un modo similar al de un niño cuando amenaza con portarse mal si los padres no ceden a sus caprichos. Algunos adultos amenazan sutil y subliminalmente a otras personas para conseguir lo que quieren y no pueden conseguir (o no se creen capaces de conseguir) conversándolo de un modo adulto.
Así, algunos padres pueden decirles a sus hijos: “Si no ordenas tu cuarto en este mismo momento, me iré de casa, te abandonaré y no me verás nunca más”. El propósito es generar angustia o infundir temor para que el niño corra a hacer lo que le pedimos a través de una amenaza (explícita o implícita). Esto denota, claramente, una falla muy grande por parte de los padres: NO tienen control alguno sobre la situación, no pueden pedir las cosas de un modo firme, no tienen autoridad sobre sus hijos, etc.
Una profesora universitaria, por ejemplo, amenazó a sus alumnos con retirarse de la clase si estos hablaban entre sí. Quizás este sea uno de los mayores signos y síntomas de impotencia y falta de confianza y seguridad en sí mismo que pueda presentar un docente ante una clase. Por supuesto, cuando la profesora dijo esto, no faltó el alumno iluminado que dijo: “Hablemos mucho, así se va”.
Amenazar a un grupo de alumnos, no sólo constituye un signo de debilidad por parte del profesor y su clara falta de control sobre su clase, sino también una falta de respeto hacia sí mismo, como docente y como persona, y una falta de respeto hacia sus alumnos como estudiantes y como personas. Además, como si esto fuera poco, los alumnos de una universidad privada suelen pagar una cuota mensual considerable, por lo que no sólo son estudiantes, sino también son “clientes”. Si un profesor amenaza con abandonar una clase o, de hecho, lo hace, cualquier alumno puede iniciarle juicio, ya que los alumnos tienen derecho de recibir educación y los profesores, obligación de brindar esa educación.
Y lo mismo suele pasar con algunos jefes que, ante una situación que no pueden controlar o no se creen capaces de controlar, recurren a diversos tipos de amenazas para lograr lo que desean. Normalmente, las políticas de Recursos Humanos y Manuales del Empleado de las empresa, suelen destacar mucho este tema: Nadie puede amenazar ni tomar represalias… etc.
Entre personas adultas sanas y en relaciones entre adultos y adolescentes o niños saludables, las amenazas no tienen cabida. Amenazar a una persona, además de ser un acto de bajeza, involucra una exposición pública de vulnerabilidad personal. El padre, el profesor o el jefe que recurre a la amenaza preventiva (…Si hacen esto, haré aquello…) son personas que exponen su talón de Aquiles a un público que no tiene el menor interés en ser amenazado, en conocer las debilidades de quien amenaza, ni les agrada que les falten el respeto de ese modo.
Amenazar es una herramienta útil para quienes tienen una autoestima muy baja, un grado de inmadurez importante, o un concepto de sí mismos bastante pobre. La persona emocionalmente saludable NO necesita amenazar a nadie para pedir y obtener lo que desea.
Así, un padre podrá decirle a sus hijos: “Una de las reglas de esta casa es que cada uno ordene su habitación. Ahora, vayan y ordenen sus habitaciones, por favor.” O bien, un profesor podrá decir a sus alumnos: “Me molesta que hablen entre ustedes cuando doy clase, así que les pido, por favor, que sean respetuosos y guarden silencio”, etc.
Esto es difiere mucho de amenazar con diversas consecuencias. Expresar, claramente, “si no haces esto, me iré” es una muestra de debilidad que, lejos de tener un impacto positivo en los destinatarios de dicha amenaza, tiene un impacto negativo. ¿A quién le gusta que lo amenacen o lo tomen por tonto?
Si queremos ser respetados, debemos respetar a los demás. Si no gozamos de una autoestima saludable, mostraremos signos de ello en nuestra manera de relacionarnos con los demás. Para mejorar nuestra autoestima, conviene escucharnos a nosotros mismos cuando hablamos, y registrar detalladamente el impacto que tienen nuestras palabras sobre las demás personas.
Si necesitamos recurrir a las amenazas, tenemos muchas áreas de debilidad sobre las que podemos comenzar a trabajar. Cambiar no es imposible, es simplemente un proceso que requiere práctica y compromiso.
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