Deja de darle vueltas en tu cabeza a los problemas y ponte en acción para solucionarlos.
¿Eres de las personas que se sienten abrumadas por todo lo que tienen que hacer, con lo que tienen pendiente y con todo lo que anticipan que pudiera sucederles más delante de una forma negativa, tratando de prevenirlo para hacer algo al respecto sin que haya sucedido todavía?
La preocupación no es un proceso de reflexión o de análisis objetivo y positivo que busca llevarnos a solucionar algo de forma concreta. Por el contrario, es un proceso a través del cual nos conectamos con aquello que anticipamos con ideas y emociones negativas, que nos impiden vivir el presente.
En la mayoría de los casos, vivimos angustiados y preocupados por innumerables situaciones que no está en nuestras manos resolver o son responsabilidad de otros o simplemente, no han ocurrido todavía pero, suponemos, que podrían suceder y por lo tanto nos preocupamos, ganando una cuota de estrés y ansiedad que nos impide vivir con serenidad.
Tengamos en cuenta que no somos el centro del mundo, ni siquiera la columna central de nuestra familia o del grupo de amigos que tenemos, que podemos asumir nuestras responsabilidades y compromisos con conciencia, sin postergar hacer lo necesario para cumplir con ellos, pero que cada quien debe ocuparse de sí mismo de la misma manera como lo pretendemos hacer nosotros.
Por otro lado, no podemos suponer o prevenir lo que ocurrirá en el futuro, como si de esta manera pudiéramos evitarlo o estar mejor preparados para afrontarlo, porque no ha ocurrido todavía y lo único que lograremos con esta actitud será preocuparnos y desgastarnos mental, emocional y físicamente, sobre todo si con nuestras ideas negativas y pesimistas, hacemos que el miedo se instale en nuestra mente.
Además, cuando nos sentimos preocupados la mayor parte del tiempo, nos volvemos exigentes con nosotros y con las otras personas, críticos y enjuiciadores de sus actitudes y comportamientos, lo que pone en peligro la estabilidad de nuestras relaciones personales; perdemos la claridad que nos permite analizar la situación de forma objetiva y clara, nublando la interpretación que hacemos de lo que nos pasa; nos volvemos irritables, impacientes, distantes y hasta depresivos, sin darnos cuenta de que al caer en alguno de estos estados formamos parte del problema que tendremos que afrontar y resolver lo más rápidamente posible para recuperar la tranquilidad y nuestro bienestar.
La buena noticia es que podemos vencer el hábito de preocuparnos por todo, aprendiendo a aceptar la vida y las cosas como son, de forma objetiva, confiando en que tenemos las herramientas y los recursos esenciales que nos permitirán afrontarla siempre de la mejor manera.
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