A lo largo de nuestra vida atravesamos etapas que son difíciles y complicadas, en especial, aquellas que se relacionan con el amor. Desde la infancia somos educados bajo la idea de que el amor debe ser lo mejor que nos pase: como en los cuentos de hadas encontraremos a nuestro príncipe azul o a nuestra princesa, y una vez en el matrimonio nuestra vida será feliz para siempre.
Sin embargo, con el paso del tiempo esas afirmaciones no resultan del todo ciertas. El amor se revela confuso, y lo mismo trae a nuestras vidas momentos de intensa felicidad como de tristeza y dolor.
Cada vez que formamos una pareja creemos haber elegido a la persona que soñamos. En realidad, el enamoramiento nos lleva a crear ilusiones sobre esa persona, y la vemos como quisiéramos que fuera, sin reparar que en muchas ocasiones esa imagen tiene poco o nada que ver con la realidad. Y seguimos adelante, con fe en que esa ilusión nos hará felices.
Así se crean las relaciones de codependencia. En ellas hay una dependencia emocional muy fuerte que deriva en una adicción total a la pareja. Al inicio de la relación cada uno de sus miembros piensa que tiene libertad, que puede determinar a dónde y con quién salir, si quiere trabajar o visitar a su familia, sin la necesidad de pasar todo el tiempo al lado de su pareja. Cuando esto no es así, algo no va bien en nuestra relación.
Si la pareja considera cada momento de separación e independencia como una falta de respeto al compromiso total que se tienen, se generan peleas frecuentes, violentas o muy intensas. Por lo general, uno de los miembros es más violento y el otro adquiere un papel de sumisión.
Ambos codependientes sufren ansiedad, miedo, enojo, frustración, tristeza… al punto de que experimentan síntomas físicos como sofocos, insomnio, falta o aumento del apetito, desinterés por la vida, temblores, vómito, mareos…
La voluntad del integrante sumiso se vuelve inexistente, pues tiene miedo constante a que su contraparte agresiva se enoje y llegue a romper un nuevo límite con agresiones verbales, físicas o sexuales. Tanto la víctima como el agresor pierden completamente su independencia.
La víctima la pierde porque el miedo de no tener más a su pareja es tan fuerte, que prefiere la pasividad antes que realizar un acto que ponga en peligro su relación; mientras que el agresor la pierde porque su pensamiento está dirigido todo el tiempo a mantener el control sobre el comportamiento de su pareja.
La relaciones de codependencia ocurren en ciclos: a la agresión sigue un alejamiento después del nuevo límite personal roto; entonces llega la búsqueda del perdón y la llamada “luna de miel”, en la que todo vuelve a ser tan perfecto como cuando sucedió el enamoramiento de la pareja. Sin embargo, esa feliz fase nunca será eterna y regresarán el miedo y el maltrato.
Hay dos maneras de romper con la codependencia: la primera es el esfuerzo personal que implica una separación. La segunda es el esfuerzo compartido por ambos, en el que la pareja buscará nuevos patrones de comportamiento y de respeto.
La clave en ambos casos está en recuperar la independencia. Estar en pareja no impide que dos compañeros realicen actividades separadas y que en sus momentos de cercanía compartan las experiencias, el amor y el crecimiento de ambos, tanto por separado como en pareja. Prohibir, castigar, controlar, hostigar y retener sólo fomentará una adicción que dará como resultando dolor y sufrimiento.
Dale confianza a tu pareja para ser libre y vivir aquello que proporciona felicidad a su vida. Permite que lo comparta contigo. Escucha sus necesidades, y a la par disfruten de actividades independientes. Dense espacio para respirar. Respetar la personalidad de cada miembro de la pareja es fundamental: no caigan en la tentación de transformar al otro. Si elegiste a una persona para ser tu pareja, fue porque algo encontraste en ella.
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