Cuando aparece la enfermedad quiere decirnos algo. Tal vez algo que estamos haciendo mal...o algo que en nuestra vida nos ha sometido a la fustración, la angustia y el desasosiego. Todo pasa factura. No en vano la cultura popular repite una frase que tiene mucho contenido veraz..." No te hagas mala sangre"...efectivamente, cualquier alteración emocional repercute en lo somático. Es imposible que no nos duela la cabeza cuando tenemos un disgusto, o nuestro estómago no se resienta si acabamos de discutir acaloradamente. Tampoco es extraño que perdamos el sueño cuando nuestra cabeza no para de dar vueltas a lo que creemos irresoluble. No podemos dudar de la influencia de nuestro desequilibrio interno sobre nuestra salud. Por eso, invirtiendo la ecuación podemos concluir que si logramos estar en paz, vivir serenamente y equilibrar nuestras tensiones...ese remanso de energía debe influir necesariamente en desviar la enfermedad de nuestro camino. Un paso superior estaría en lograr controlar la mente lo suficiente como para reequilibrar los desajustes internos cuando suceden. Poder cerrar los ojos, visualizar nuestro organismo y depositar sobre él toda la energía sanadora que regenere lo que se haya desvirtuado. Disponer de un tiempo propio para sentir que todo está bien en nuestro interior. Creer en nosotros y confiar en que tenemos en el corazón esa chispa divina de la que participamos desde que hemos venido a este mundo para seguir participando de la sabiduría que todo lo puede. Aunque no recordemos que todo en conocimiento está dentro...podemos seguir las señales que como estrellas fugaces nos hagan conectar con lo que fuimos antes de esar aqui y lo que seguiremos siendo por siempre.