Es frecuente que nuestra mente recurra, en los mometos difíciles, al autoengaño. En definitiva, no podemos culparla porque nos defiende. Se trata de un juego lógico de cambio de coordenadas temporales. Si el tiempo que vivo es complicado y todo parece salir mal, lo más sencillo es refugiarse en el pasado que aunque haya sido pésimo, la distancia le hará atractivo. El sufrimiento que hemos dejado atrás se convierte en regocijo cuando lo miramos volviendo la vista atrás. Parece como si no lo hubiésemos pasado tan mal en comparación con el dolor vivo que experimentamos en el tiempo presente; disculpamos a los culpables y nos reñimos a nosotros mismos por haber juzgado tan duramente lo que ahora parece más liviano. Esta falacia de la mente no puede engañarnos. No todo el tiempo pasado fue mejor. No tenemos por qué aplicar sobre él una cortina de niebla que lo iguale y mejore. Lo que fue, es lo que sucedió. Tampoco debemos amargarnos con ello pero nunca sobrevalorarlo. El presente está lleno de razones para continuar. Meta que están en nuestra mente y nunca nos atrevemos a tener como objetivos, personas que nos quieren, familiares que dependen de nuestra ayuda y cuidado, amigos que nos admiran y sobre todo, la propia vida que nos espera cada día para llevarnos de la mano y susurrarnos al oído que si estamos aqui es porque tenemos nuestra propia misión que cumplir. Tener metas que alcanzar y sueños que realizar supone la auténtica razón para seguir mirando siempre hacia delante.