La gestión de las emociones es una de las tareas de aprendizaje que deberían proponerse como materia, de estudio y práctica desde la infancia, en los colegios. De nada sirve acumular conocimientos y saberes cuantitativamente formativos, si su cualidad no nos permite ser mejores y organizar la vida de forma más plena. Promover situaciones en las que, desde pequeños, pudiésemos ejercitar una adecuada gestión emocional se está convirtiendo en una necesidad urgente de la que carece nuestro sistema educativo.
En realidad, bastaría muy poco para conseguir un ambiente emocional de calidad en el comportamiento de todos dentro y fuera del aula. Sería suficiente con lograr poner en marcha de nuevo la compasión y la empatía, pero sobre todo, habría que lograr despertar la capacidad de ayuda para con los demás y relegar esa competitividad desaforada con la que, desde hace varias décadas, nos deformaron a los demás. Bien es cierto que estamos en una sociedad selvática donde la ley del más sagaz para engañarnos, con razonamientos dialécticos populistas, es el más dotado para el triunfo. ¿Pero de que victoria hablamos?. Sin duda, no es la que uno alcanza sobre sí mismo, ni la que reporta a los demás lo necesario para sentirse bien, ni tan siquiera la que va a favor de una minoría elitista. Es la batalla del egoísmo en favor de lo propio en donde todo vale con tal de conseguir lo que se desea.
Una sociedad que descansa sobre estos pilares está a punto de derrumbarse. Y no puede apuntalarse si no se comienza desde la infancia a cambiar las actitudes ante los demás, con una forma de propia de comportarse decididamente diferente.