Amarres de Amor con Magia Blanca
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 Papito... Cuanto me amas?

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AutorMensaje
Jorge
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Desde : 03/06/2009
He aportado : 347

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MensajeTema: Papito... Cuanto me amas?   Papito... Cuanto me amas? Icon_minitimeDom Ago 09 2009, 16:23


Papito... Cuanto me amas?

El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran
alegría, porque la decepción que sentía, parecía ser más
grande que el gran acontecimiento que representa tener
una hija. Yo quería un varón! A los dos días de haber
nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida
y agotada y la otra radiante y dormilona.

En pocos meses me deje cautivar por la sonrisita de mi
María José y por la infinita inocencia de su mirada fija
y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con
locura. Su carita, su sonrisita y su mirada no se
apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo
se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña,
hacia planes sobre planes, todo sería para mi María
José.

Este relato era contado a menudo por Randolf, el padre
de María José y yo también sentía gran afecto por la
niña que era la razón mas grande para vivir de Randolf
según decía él mismo. Una tarde, estaba mi familia y la
de Randolf haciendo un picnic a la orilla de un río
cerca de casa y la niña entabló una conversación con su
papá, todos escuchábamos:
- Papi... cuando cumpla quince años ¿Cuál será mi
regalo?

- Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te
parece que falta mucho para esa fecha?
- Bueno papito,... tu siempre dices que el tiempo pasa
volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.

La conversa ión se extendía y todos participamos de
ella. Al caer el sol regresamos a nuestras casas. Una
mañana me encontré con Randolf enfrente del colegio
donde estudiaba María José, quien ya tenía catorce años.
Randolf se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba
de su rostro. Con gran orgullo me mostraba las
calificaciones de María José, eran notas impresionantes,
ninguna bajaba de diez puntos y los estímulos que le
habían escrito sus profesores eran realmente
conmovedores, felicité al dichoso papá.

María José ocupaba toda la alegría de la casa, en la
mente y en el corazón de la familia, especialmente en el
de su papá. Fue un Domingo muy temprano cuando nos
dirigíamos a misa, cuando María José tropezó con algo,
eso creíamos todos y dio un traspié, su papá la agarró
de inmediato para que no cayera... Ya instalados en la
Iglesia, vimos como María José fue cayendo lentamente
sobre el banco y casi perdió el conocimiento.

La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi
hacia el hospital. Allí permaneció por diez días y fue
entonces cuando le informaron que su hija padecía una
grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón,
pero no era algo definitivo, que deberían practicarle
otras pruebas para dar un diagnóstico firme.

Los días iban pasando, Randolf renunció a su trabajo
para dedicarse al cuidado de María José, su madre quería
hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus
ingresos eran superiores a los de él. Una mañana Randolf
se encontraba al lado de su hija, cuando ella le
preguntó:

- Voy a morir, no es cierto? Te lo dijeron los doctores?

- No mi amor... no vas a morir, Dios que es tan grande,
no permitiría que pierda lo que más he amado sobre este
mundo, respondió el padre.

- Las personas cuando mueren van a algún lugar? Pueden
ver desde lo alto a su familia? Sabes si pueden volver?


- Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a
contar algo sobre eso pero si yo muriera, no te dejaría
sola, estando en el más allá buscaría la manera de
comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el
viento para venir a verte.

- Al viento? Y como lo harías?

- No tengo la menor idea hijita, solo sé que si algún
día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave
viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus
mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Randolf, el
asunto era grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban
un corazón, pues el de ella no resistiría sino unos
quince o veinte días más.

¡UN CORAZON! ¿Dónde hallar un corazón? ¿Lo venderían en
la farmacia acaso, en el supermercado o en una de esas
grandes tiendas que propagan por radio y televisión? ¡Un
corazón! ¿Dónde Dios mío?
Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Y
fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un
donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las
cosas iban a cambiar. El Domingo por la tarde ya María
José estaba operada, todo salió como los médicos lo
habían planeado.

¡Éxito total! Sin embargo, Randolf todavía no había
vuelto por el hospital y María José lo extrañaba
muchísimo, su mamá le decía que ya todo estaba muy bien
y que su papito sería el que trabajaría para sostener la
familia.

María José permaneció en el hospital por quince días que
más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que
su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y
su mamá con los ojos llenos de lagrimas le entrego una
carta de su padre:

"María José, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi
carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte
latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron
los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni
remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este
instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar
respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenias
diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el
regalo más hermoso que nadie jamás haría por ti hija
mía... Te regalo mi vida entera sin condición alguna,
para que hagas con ella lo que quieras. ¡¡Vive hija!!
¡¡Te amo con todo mi corazón!!"

María José lloró todo el día y toda la noche. Al día
siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de
su papá; lloró como nadie lo ha hecho y susurró:
"Papi... ahora puedo comprender cuanto me amabas, yo
también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora
comprendo la importancia de decir "Te Amo" y te pediría
perdón por haber guardado silencio tantas veces".

En ese instante las copas de los árboles se mecieron
suavemente, cayeron algunas hojas y florecillas, y una
suave brisa rozó las mejillas de María José, alzó la
mirada al cielo, intento secar las lágrimas de su
rostro, se levantó y emprendió regreso a su hogar.
corazon


¿Para qué las palabras
si está el beso
y el tiempo que transcurre
y el delicado fuego
de amapolas ardientes?
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