Cuando la mente está libre de todo su contenido, de todo su pensamiento condicionado, entra en la soledad del silencio. Ese silencio sólo puede surgir cuando uno ve las limitaciones de su pensamiento. Cuando uno ve que sus pensamientos no traen la verdad, la paz o la libertad, surge un estado natural de silencio y claridad interior. Y en ese silencio hay una profunda soledad, porque uno no está buscando una relación más ventajosa con el pensamiento o las emociones acompañantes que se derivan del pensamiento.
En esa soledad todas las ideas y las imágenes se quedan atrás, y podemos intuitivamente orientarnos hacia el innacido e increado trasfondo del ser. En este trasfondo encontramos nuestro verdadero ser; y de la misma manera en que nuestro ser es increado, también es inmortal. Por lo tanto, todo lo que alguna vez fue o pueda ser se encuentra en nuestra soledad (dentro de nosotros) y está eternamente presente en su plenitud e integridad, ahora y eternamente.
Es dentro de nuestra soledad más profunda —donde nos despojamos de cada imagen e idea que tenemos de nosotros mismos así como de Dios— que encontramos la plenitud de nuestro ser. Y en esa plenitud del ser, reconocemos la divinidad de todas las cosas y todos los seres, no importa cuán grande o pequeño sea. Para la divinidad no es algo ganado o dado, sino abundantemente presente en todo. Tener ojos para ver la divinidad de todos los seres es llevar luz a este mundo.
Así que se nos ha dado esta pequeña tarea: dejar de ser lo que no somos, y ser lo que eternamente somos. Esta tarea parece ser un regalo de amor, pero ¿cuántas veces es negada en favor de la seguridad ciega de someterse a los dictados de nuestro miedo y culpabilidad? Si tan sólo viéramos que todas las limitaciones son auto-impuestas y escogidas por miedo, saltaríamos en seguida en los brazos de la gracia, sin importarnos cuán fuerte pueda ser ese abrazo.
Es el Amor el que nos lleva más allá de todo temor y dentro de la soledad de nuestro ser. Allí nos encontramos con nuestra absoluta soledad, porque estamos libres de todas las falsas comodidades de la ilusión y encontramos la capacidad para estar donde nadie más puede estar por nosotros. Estamos solos, no porque nos hemos aislado detrás de una defensa emocional o falsa trascendencia, sino porque ya no estamos cautivos, ya sea de la mente o del miedo.
Estar solo en verdadera soledad es estar en el reconocimiento de la absoluta plenitud y unidad de todas las formas de existencia. Y a partir de ese trasfondo común, donde nada ni nadie es ajeno a ti, tu amor se extiende a través de la magnitud del tiempo y abraza a la más grande y la más pequeña de las cosas.
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Fuente: Adyashanti.org