Mientras permanecemos encerrados dentro de la experiencia aparente de ser individuos separados viviendo una existencia con la que tenemos que negociar, vivimos en un estado de sueño.
En ese estado de sueño, todo lo que hacemos es gobernado por la ley de los opuestos, en la que cada acto supuestamente positivo es equilibrado exacta e igualmente por su opuesto.
Por consiguiente todos nuestros intentos individuales de hacer que nuestras vidas funcionen, de alcanzar la perfección o de obtener la liberación personal, son neutralizados.
A través de una profunda reflexión y comprensión, descubrimos que mientras continuemos en este sueño estamos, en realidad, viviendo en un círculo. Estamos en una rueda en la que todo se repite continuamente una y otra vez en diferentes imágenes. Es la consciencia que se deleita en una creación que es a la vez constreñida y liberada. Y, a pesar de lo que creamos sobre nuestra individualidad y libre albedrío, llegamos a ver que nosotros somos sólo caracteres soñados que reaccionan y responden desde una disposición de sistemas de creencia históricos y condicionados.
Toda la religión, el arte y la ciencia clásicos en un mundo que nosotros vemos como progresivo, entran dentro de los parámetros de este estado perfectamente equilibrado y exactamente neutral, que sólo sirve para reflejar otra posibilidad. En los términos de la liberación real, no está aconteciendo nada. Lo que nosotros hemos creado aparentemente es destruido aparentemente. Y lo que nosotros hemos destruido aparentemente es recreado aparentemente.
Al movernos desde nuestra naturaleza original y atemporal a la consciencia identificada, hemos creado está circunstancia para redescubrir que el sueño que estamos viviendo no tiene absolutamente ningún otro propósito que nuestro despertar de él. Ese despertar emerge fuera del sueño, fuera del tiempo, y ésta completamente más allá del alcance de todo esfuerzo individual, de toda vía, proceso o creencia.
Nadie deviene iluminado
Yo solía creer que las gentes devenían efectivamente iluminadas, y que el evento era similar al de alguien que gana el premio gordo de una lotería nacional. Una vez ganado el premio, al beneficiario le estaban garantizadas en adelante la felicidad permanente, la infalibilidad y la bondad incorruptible.
En mi ignorancia, pensaba que estas gentes habían obtenido y que poseían algo que les hacía especiales y totalmente diferentes de mí. Esta idea ilusoria reforzaba en mí la creencia de que la iluminación era virtualmente inobtenible excepto para unos pocos extraordinarios y elegidos. Estos errores brotaban de alguna imagen que yo tenía de cómo debía parecer un estado de perfección. Yo no era capaz de ver que la iluminación no tiene nada que ver con la idea de la perfección. Estas creencias se acentuaban fuertemente cuando comparaba mis inadecuaciones imaginadas con la imagen que tenía de cualquier «héroe espiritual» que acontecía que me atraía en ese momento.
Siento que la mayoría de la gente ve la iluminación de una manera similar.
Ciertamente ha habido muchos, y todavía los hay, que buscan fomentar tales creencias y que, de hecho, han pretendido haber devenido iluminados. Ahora veo que ésta es una declaración tan obtusa como la de quienes proclaman al mundo que pueden respirar.
Esencialmente la realización de la iluminación trae consigo la comprensión repentina de que no hay nadie ni nada que se ilumine. La iluminación simplemente es. No puede ser poseída, de la misma manera que no puede ser lograda o ganada como un trofeo. Todos y todo es unidad, y todo lo que hacemos al intentar encontrarla obstaculiza su vía.
Aquellos que hacen proclamas de iluminación o que adoptan ciertas apariencias, simplemente no se han dado cuenta de su naturaleza paradójica y suponen la propiedad de un estado que imaginan que han logrado. Probablemente habrán tenido una profunda experiencia personal de algún tipo, pero esto no tiene absolutamente ninguna relación con la iluminación. Por consiguiente, todavía permanecen encerrados en sus propios conceptos individuales basados en sus propios sistemas de creencia particulares.
Estas gentes necesitan a menudo adoptar el papel de «maestros espirituales» o de «maestros iluminados» y atraen inevitablemente a aquellos que necesitan ser estudiantes o discípulos. Su enseñanza, enraizada todavía en el dualismo, promueve inevitablemente un cisma entre el «maestro» y aquellos que eligen seguir la enseñanza. Cuando los seguidores aumentan, el papel exclusivo del maestro necesita ser acentuado.
Uno de los sistemas habituales, cuando se ha adoptado tal papel, es la representación de cualquier admisión o signo de «debilidad humana». Esta situación crea habitualmente distancia entre el «maestro» y sus seguidores.
Como la especialización del «maestro» deviene cada vez más efectiva, y las demandas de los seguidores devienen cada vez más grandes, así, invariablemente, las enseñanzas devienen cada vez más obscuras y enrevesadas. A medida que la obscuridad de la enseñanza aumenta, el cisma se hace más ancho, y muchos de los seguidores devienen a menudo más confusos y sumisos. El efecto habitual entre los afectados puede ser una adulación incuestionable, desilusión, o un despertar y seguir en movimiento.
Sin embargo, estos tipos de influencia han establecido y mantenido una ilusoria sensación de duda e inadecuación en el inconsciente colectivo respecto a la capacidad de la gente para abrirse y realizar algo que es tan natural, simple y disponible como respirar.
Aquellos que han comprendido y abrazado plenamente la iluminación no tienen absolutamente nada que vender. Cuando comparten su comprensión, no necesitan embellecerse a sí mismos o lo que comparten. Tampoco tienen ningún interés en ser madres, padres o maestros.
La exclusividad engendra exclusivismo, pero la libertad se comparte a través de la amistad.
Fuente: Tony Parsons. Lo Que Es (Gaia Ediciones, Madrid 2002)