Todos nosotros conocemos la necesidad de amar y ser amado. Sin embargo, cuando esta necesidad se convierte en carencia, hay algo extra que hay que advertir: estamos vulnerables y desequilibrados.
El origen de la carencia afectiva se encuentra en nuestra dificultad para recibir amor. Es como estar hambriento y no tener estómago para digerir. Pero ¿cómo habrá sido que nuestro estómago afectivo se ha vuelto tan pequeño? Hemos ido alimentándonos cada vez menos, a medida que el alimento emocional se hacía escaso o invasivo.
En otras palabras, hemos ido instintivamente disminuyendo nuestro estado de receptividad al asociar la experiencia de recibir amor con vivencias de insuficiencia, abandono o control excesivo. Si nos sentimos manipulados al recibir alimentos, regalos, elogios, caricias e incentivos, asociamos la idea de recibir con el deber de retribuir algo, más allá de nuestra capacidad o voluntad personal. Quién no recuerda haber oído advertencias como: Ahora ya tienes que portarte como un niño grande, o: Si comes toda la cena, podrás comer el postre…
Estas frases parecen inocentes, pero revelan los condicionantes por los cuales pasamos a aprender que el recibir modula nuestro modo de ser.
Los hijos de padres entrometidos y controladores, aprenden desde muy pronto a contener sus deseos, pues saben que al revelar sus intenciones acabarán teniendo que abandonar sus planes, al objeto de realizar los deseos de sus padres. Para garantizar la fidelidad frente a sus propios deseos y gustos, diferentes de los de sus padres y orientadores, acaban contrayéndose cada vez más – por instinto de auto-preservación, necesario en el proceso de auto-conocimiento y auto-confianza, se distancian de sus padres para conocerse a sí mismos.
De esta forma, con la intención de protegernos del exceso o de la falta de atención ante nuestras necesidades de amar y ser amados, hemos ido cerrándonos, es decir, formando capas protectoras contra los ataques ante nuestra vulnerabilidad. Este proceso sutil y delicado tiene un efecto bastante grave: al estar más atento a lo que recibo que a lo que deseo, acabo aprendiendo a dar más atención al mundo exterior que a mis necesidades reales.
La necesidad de ser amado forma parte de nuestro instinto de supervivencia, por tanto es algo natural, en cuanto seres que vivimos en sociedad. Pero en nuestra sociedad materialista en que autonomía es sinónimo de madurez, muchas veces esta necesidad es vista como signo de inmadurez o infantilismo. Vamos a aclarar este prejuicio: amar solo se convierte en infantil cuando se vuelve exigencia unilateral: cuando queremos tan solo ser amados.
Extrañamente, cuando quiero algo del otro, dejo de percibirme a mí mismo. Cuando necesito del otro, paso a controlarlo. Entonces, en vez de expresar mi amor, paso a reclamar atención. En lugar de decir que amo, digo qué falta en el otro para sentirme amada.
¡Cuántas discusiones entre parejas, padres e hijos tienen base en este xxxxxx de intenciones!
Vamos a ejemplificar mejor este drama. Cuando uno se distancia, por razones ajenas a pareja, ésta se siente abandonada. Entonces, en lugar de decir: Quiero estar más cercana a ti, ella dice: ¡Tú estás distante! Esta manera suya de advertir al otro de su carencia es defensivo. Ella no está siendo abierta, ni transparente, pues detrás de su reclamación hay un deseo de controlarlo, para que él sea del modo que ella quiere. Él, sintiéndose presionado, pierde la espontaneidad y se aleja cada vez más. ¡Ella, sintiéndose carente, se convierte en rehén de la atención de él!
Cuando nos convertimos en rehenes del comportamiento ajeno, dejamos de estar conectados a nuestro sentimiento de amar y esperamos tan solo ser amados. En otras palabras, dejo de percibir lo que estoy sintiendo en relación a él, y tan solo me atengo a lo que él está demostrando sentir en relación a mí. La expresión del afecto se contrae bajo esa presión y gradualmente ambos pierden la espontaneidad.
Hay una diferencia entre expresar claramente lo que se quiere y cobrar indirectamente lo que se necesita. En el momento en que simplemente expreso mi deseo, desobligo al otro de actuar. Así, él ya no se siente presionado a cambiar y se vuelve naturalmente dispuesto a retomar la relación.
Al percibir nuestras verdaderas necesidades, deseos e intenciones, liberamos al otro de la carga de adivinar lo que secreta e indirectamente deseamos. Dejamos de imaginar lo que necesitamos y pasamos a sentir nuestras reales necesidades.
Este proceso exige auto-observación. Muchas veces, darse cuenta de algo que nos falta duele más de lo que imaginábamos. Percibir nuestro bloqueo para saber recibir puede ser una sorpresa mayor de lo que pensábamos. Pero, en el momento en que percibo una limitación interior tengo la posibilidad de cambiar. ¿Cómo?
Empezando por admitir que recibir es bueno. No es una amenaza. Solo la experiencia puede afirmarnos lo que queremos o no. Hemos de aprender a ser sinceros con nuestras necesidades frente a los deseos ajenos. Esto ocurre cuando nuestro sí es un sí verdadero.
No es preciso dejar de ser quienes somos al recibir algo intencional de otra persona. No es preciso usar máscaras sociales comportándonos como se espera de nosotros.
Tampoco sentirnos insuficientes e inadecuados si no estamos en condiciones de retribuir. ¡Podemos ser auténticos!
Nos sentimos amados cuando el otro nos acepta tal como somos. Por tanto, dar amor es abrirse para recibir el amor que el otro tiene para darte. Dejar un espacio de ti para acoger al otro en tu interior.
http://somostodosum.ig.com.br/stumes/articulos.asp?id=8701