Algunas veces, invertimos tiempo apostando en una relación, creyendo que puede dar cierto y que aún no agotamos todas las posibilidades.
Alimentamos ideas que juzgamos son compartidas con el otro, sentimientos que nos parecen recíprocos y de este modo, vivimos una ilusión sin darnos cuenta.
Es claro que cuando eso sucede, nunca somos totalmente ingenuos al punto de no cuestionarnos nada, de no dudar un momento de la profundidad y la veracidad de lo que está sucediendo.
Al final, bien allá en el fondo, por más que intentemos negar, sabemos cuando algo no va bien en una relación; sentimos cuando un encuentro es dudoso, cuando las palabras parecen suspendidas, cuando las actitudes son frágiles por demás.
Pero aún así, insistimos. Llegamos a perder la noción de nuestros propios límites y ya no sabemos cuanto queremos, cuanto merecemos. Perdidos en un deseo que parece mayor que los hechos gritando delante de nuestros ojos, somos capaces – algunas veces – de cometer locuras en nombre de una conquista.
Hasta ahí, creo que eso es, sobre todo, humano. No hay por que lamentarse; ¡solamente aprender! Aún porque, para quien está comprometido con su madurez, en busca de una condición más evolucionada, ha de llegar el momento en que, finalmente, ¡la “ficha cae”!
Después de recurrentes decepciones, la gente comprende y consigue ver lo que de hecho existe y lo que no existe y simplemente nunca va a existir; tal cual un veredicto – a ejemplo del título del libro de Greg Behrent y Liz Tuccillo: “Él simplemente no tiene afinidad con usted” (“Ele simplesmente não está a fim de você”).
Es eso: el otro no gusta, no quiere, no está dispuesto y fue uno mismo que se recusó vehementemente a aceptar y respetar ese derecho que él tiene (también escribí el artículo “El otro tiene el derecho de no gustar de usted” (“O outro tem o direito de não gostar de você”).
Pero cuando la “ficha cae”, es como si grilletes se abriesen, cuerdas se desamarrasen, cadenas se desenlazasen: libres, ¡al fin, estamos libres! Nos liberamos de una mentira que contamos a nosotros mismos.
Percibimos, felizmente, que el camino por donde andábamos no nos llevaría a lugar alguno. Y de repente, nos despertamos, como quien sale de un sueño confuso y angustiante: ¡despertamos!
Mi deseo es que usted despierte, ¡abra los ojos y se vea! Se redescubra, se ilumine y aunque lentamente, vuelva a brillar. Y que en cada destrucción, usted se pueda reconstruir...
Que con cada desengaño, usted pueda renacer. Con cada decepción, usted pueda reascender... y de hecho ser la persona que usted es, que consiga gentilmente darse la oportunidad de recomenzar, aunque – de nuevo – ¡se pueda engañar!
Más, a pesar de todos sus errores, que nunca pierda el coraje de seguir a su corazón y apostar todo lo que usted es en sus ¡más intensas y nobles intenciones!
Para que, después del fin, sobrevivan dos corazones enteros, íntegros y capaces de darse aún más: ¡el suyo y el del que usted amó!
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