El error es algo indisociable al ser humano. Creo que esto fuera de toda discusión. ¿Qué nos pasa cuando nos equivocamos? Si tú eres una persona que no vive muy bien el hecho de equivocarse este artículo quizás pueda serte de utilidad.
Como hemos dicho, el equivocarse es algo inherente al género humano. Sin embargo algunos de nosotros lo vivimos mal. El hecho de no sentirnos confortables con la equivocación cumple con una función que es positiva para nosotros: el aprendizaje, que nos evitará en un futuro la misma equivocación. ¿Cuál es el problema entonces? Para mi tiene que ver con la intensidad de la emoción. Si la incomodidad producida por la equivocación es muy intensa podría hacer que nos empujara a tratar por todos los medios de evitar equivocarnos por lo que la posibilidad de aprendizaje, que algo que nos caracteriza como humanos, quedaría anulada. Como dice Àlex Rovira “el veneno está en la dosis”. Es decir, que no está mal sentirse incómodo con el error siempre que ello no nos inhabilite para la acción. Entonces, ¿qué podemos hacer para reducir, que no anular, esa sana insatisfacción?
Pues bien, el que pueda identificarse como alguien al que le duele intensamente el error es muy probable que esté instalado en la exigencia que no es lo mismo que la excelencia. Permitidme que os explique en qué se diferencian.
La persona que se mueve en la excelencia busca hacer las cosas lo mejor posible, poniendo lo mejor de sí mismo. La persona exigente se centra en hacer las cosas perfectas. Parece que es lo mismo pero el matiz marca absolutamente la diferencia.
Los motores que impulsan a unos y a otros son muy diferentes. El motor de la excelencia es la satisfacción por entregarse absolutamente a la tarea. Y hay un cierto desapego por el resultado que se pueda conseguir. El resultado puede ser importante pero es secundario, es una consecuencia de la actitud con la que se emprende la tarea
En cambio, el motor de la exigencia es la búsqueda de la perfección hacerlo perfecto, pero es un espejismo porque cuando se alcanza el objetivo uno se da cuenta que puede ser todavía más perfecto, y así sucesivamente. Resultado: la insatisfacción permanente.
Si me permitís un símil futbolístico un entrenador exigente centra todas sus estrategias en ganar, pues esa es su prioridad. El cómo conseguirlo es secundario. Un entrenador que busca la excelencia se centra en jugar el mejor partido que puedan jugar sus jugadores, buscando que den lo mejor de sí mismos. Ganar será una consecuencia de esa actitud y no será el objetivo prioritario. Es importante, pero no es lo importante.
En la excelencia, el aprendizaje se basa en el error, se entiende como algo absolutamente natural: hay una entrega absoluta y el resultado obtenido no será nunca perfecto. El error, la no perfección, será un conocimiento valiosísimo para entregarse de nuevo a la tarea.
Desde la exigencia el error se vive como algo rechazable, algo que se debe evitar a toda costa. En este escenario se puede confundir el ser con el hacer. Si pensamos que somos lo que conseguimos y no conseguimos algo perfecto supone una merma de nuestra identidad, de nuestro ser. De ahí la tragedia que supone el error. Sin embargo, si nuestro foco esta en hacerlo con la máxima entrega, en este caso, no hay fracaso posible. La actitud, la entrega, solo depende de uno mismo y no de los resultados que se puedan obtener en los que siempre hay una componente externa. Y lógicamente, el error es algo útil que no nos afecta a nuestro ser.
Para ilústralo os adjunto un pasaje del libro “El arte de lo posible” de Benjamin Zander, ilustre director de la Orquesta Filarmónica de Boston. Refiriéndose a la actitud de búsqueda de la excelencia dice lo siguiente.
En nuestra cultura competitiva es difícil mantener esta actitud, pues se da mucha importancia a los errores y la crítica, hasta el punto de que la voz del alma queda literalmente acallada. El riesgo de la música nos invita a embarcarnos en una aventura llena de emoción, aunque esto solamente es posible cuando miramos más allá de nuestras posibilidades y somos capaces de admitir, con alegría, que existe la posibilidad de equivocarse. Sólo así, al enfrentarnos a nuestro error, podremos levantar los brazos al aire, siquiera de forma figurada, exclamara un ¡Fascinante! Y proseguir nuestro camino en pos de metas más altas pero siempre posibles
Pensemos que hay personas en todos los ámbitos profesionales que desarrollan su trabajo desde la óptica de la excelencia y que obtienen un éxito reconocido. A mí se me ocurren directores de cine como Fernando Trueba, el director de orquesta que hemos citado o al mismo Josep Guardiola. De todos modos, hay que recordar que más importante que lo que consiguen, es el cómo lo consiguen.
Para finalizar, la pregunta que os haría es la siguiente: en el desarrollo de una tarea, ¿desde donde lo hacéis? Y si lo haces desde la exigencia, ¿cómo sería vivirlo desde la excelencia? ¿Cómo crees que serían los resultados que obtendrías? ¿Mejores, peores, iguales? ¿Cómo crees que tu actitud en la tarea afectaría a las personas que te rodean?
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