En todo momento hay una vía de salida, un lugar por el que evacuar cuando algo se pone feo, como suele decirse, o al menos debería haberlo por cumplimiento de normativas, ¿no?, pero eso es para la parte física de nuestras vidas. Cuando utilizamos esos recursos linguísticos nos referimos a situaciones “reales” y, a veces, es bien cierto que no hay escapatoria posible ante imprevistos, y ese punto se nos escapa de las manos, pero ¿qué deberíamos usar cuando nos enfrentamos a problemáticas mentales o sentimentales?
En llegando a estos otros temas, igual de reales, nos encontramos con dos posibilidades, según mi parecer: o bien aceptar una salida a modo de huída, que dudo mucho de que sea lo más recomendable, o bien entender la solución como un proceso de liberación de los problemas que nos acechen de un modo natural, orgánico diría yo, y sobre el que voy a extenderme un poco más.
Si tuviera que apostar por un modo de plantear un acercamiento a dichas problemáticas, abogaría por entender el dilema como una liberación de las barreras que nos impiden actuar de un modo positivo bien entendido (eso sí, siempre dentro de nuestros valores básicos e imperturbables y que no pueden desoírse jamás), más que como problemas en sí mismos, algo que es muy habitual y que nos suele situar en la primera opción que comentaba, donde la solución es no buscar solución, sólo un corte o ruptura traumática, o una patada a seguir, como se dice en rugby, y ya veremos qué pasa en otro momento.
Esas barreras que apunto son, indefectiblemente, miedos o prejuicios, con independencia del dolor o la pena que pueda conllevar una decisión, o la exigencia de compromisos y cambios en uno mismo y su entorno.
Por tanto, cuando te encuentres en un camino sin aparente salida a nivel mental o sentimental, la primera gran noticia es que en estos casos siempre existe una vía de salida, no como en la parte física de nuestra realidad. Y la segunda gran noticia es que siempre la tienes en tus manos, que depende de ti, de tus decisiones y del enfoque que les des: ¡libérate! ¡Busca el miedo que te paraliza o el prejuicio que te impide ver con claridad y…libérate de ellos!
Si eres capaz de realizar ese ejercicio habitualmente, notarás que todo resultará más fluido con ese entrenamiento porque el de enfrente, el otro, sea en el caso que sea y salvo desequilibrios patológicos, percibirá tu esfuerzo sincero por aproximarte a la solución y a él mismo para resolver el tema que os concierna con las mejores herramientas posibles.
Por poner un ejemplo, en el caso de la educación de los hijos no pueden ofuscarnos nuestros sueños para con ellos, pues la exigencia quizás sería excesiva y, además, no cuentan con sus sueños…; o bien no podemos olvidar que el mundo de hoy ha cambiado mucho en esos treinta años de diferencia y que, probablemente, hay cosas que son también prioritarias en su formación y que se alejan de nuestros cánones. Y con ello quiero decir que para conseguir llegar a ellos y resolver su motivación, que sería el tema a tratar en ese asunto, las calles que hay tomar no son las que uno ha transitado antes, por grandes avenidas inigualables en belleza y dimensión que nos parezcan las que recorrimos nosotros.
Apostemos por estar abiertos a la hora de enfocar una situación, apostemos por la liberación de miedos y prejuicios y las vías de salida se presentarán claras y grandes.
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