La fortaleza espiritual
es necesaria para crecer espiritualmente
y ayudar a que los demás crezcan.
Esta fortaleza conforma nuestro carácter
y permite disciplinar la mente.
Una mente disciplinada
es una mente pacífica y feliz.
Una mente fuerte
nunca se perturba.
La fortaleza de nuestro ser
se nutre de la experiencia del silencio,
de la conexión sutil con la fuente eterna de luz y de paz
y a nivel práctico
de una actitud honesta y sincera
ante la vida y los demás.
Las bendiciones de los demás
son otra fuente de fortaleza para el ser.
Recibimos bendiciones
de aquellos a quienes hemos servido,
y una buena forma de servir a los demás
es compartir esta clase de fortaleza interna.
Aquellos que han incorporado las virtudes divinas
en su comportamiento y actividades,
son los que pueden dar fortaleza a los demás.
Compartir esta riqueza y sabiduría
es dar un regalo invalorable.
Podemos evaluar nuestro nivel de fortaleza espiritual
observando la calidad de nuestras respuestas
en las situaciones y en las relaciones.
El que es fuerte da,
el débil tiene expectativas.
El que es fuerte cambia y transforma,
el débil se queja.
El que es fuerte sabe perdonar,
el débil guarda resentimiento.
El que es fuerte crea,
el débil duda.
El que es fuerte fluye,
el débil mide y calcula.
El que es fuerte permite,
el débil pone límites.
El que es fuerte puede doblarse,
el débil se rompe.
El fuerte calma y tranquiliza,
El que es débil clama y se agita.
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