El objetivo final del autoconocimiento y el desarrollo personal es lograr ser libre e independiente emocionalmente, es decir, que seamos tan dueños de nuestra mente que ninguna circunstancia externa nos haga reaccionar, desbaratando nuestra paz interior. Y lo cierto es que cada vez más seres humanos estamos comprometiéndonos con nuestro “trabajo interior” para abandonar el profundo sueño en el que nos encontrábamos y despertar así a la realidad de la vida: nuestra experiencia sólo depende de las interpretaciones que hacemos de lo que nos sucede.
Si alguien nos insulta, por ejemplo, solemos reaccionar negativa e impulsivamente, sintiéndonos agredidos, dolidos o generándonos miedo por no saber cómo controlar la situación. Pero ahora ya sabemos que esto sólo sucede cuando nuestra mente se identifica con el insulto, segregando veneno en nuestro interior. Además, este tipo de reacciones inconscientes se desencadenan tan deprisa, que creemos equivocadamente que la causa de nuestro malestar procede de afuera, asumiendo el papel de víctima.
Aunque la tónica general es culpar a los demás de lo que nos pasa, en realidad tan sólo podemos ser víctimas de nosotros mismos, de la programación que condiciona negativamente nuestra mente.
Así, la ignorancia de no saber cómo funciona nuestra compleja condición humana es nuestro mayor enemigo. Y es que frente a ese mismo insulto, también podemos adoptar otra actitud –en vez de reactiva, proactiva– que garantiza nuestra paz interior.
Por muy extraño que parezca, se trata de aceptar el insulto, lo que no quiere decir estar de acuerdo con lo que se ha dicho de nosotros.
Aceptar implica reconocer al otro su derecho de hacer y decir lo que considere oportuno, tal y como nosotros también hacemos y decimos lo que queremos.
Así, llegado el caso, al lanzar dicho insulto y no haber nadie que lo reciba, la negatividad expulsada se queda en el mismo lugar del que partió: en el interior de su emisor.
Lo cierto es que las personas que potencialmente más pueden hacer sufrir son precisamente las que peor están consigo mismas
Así, frente a cualquier situación que nos produzca tristeza, angustia o enfado, en vez de buscar culpables fuera de nosotros mismos, podemos asumir mayor protagonismo preguntándonos: “¿Qué es lo que no estoy aceptando?” La respuesta nos ayudará a comprender que “aquello que no somos capaces de aceptar es la única causa de nuestro sufrimiento”, señala Schmedling.
Lo curioso es que muchas personas prefieren tener razón y, por tanto, entrar en conflicto para conseguir este objetivo, que preservar su armonía y paz interiores. Pero esta actitud es fruto de vivir bajo la tiranía de la ignorancia y de la inconsciencia, que a su vez nos provoca miedo, desconfianza y necesidad de protección.
En definitiva, sufrimos de forma innecesaria por querer que la realidad se adapte a nuestros deseos egoístas. Así, la causa del conflicto entre dos personas se encuentra en que cada una de ellas es víctima de su percepción subjetiva de la realidad, la cual, en el momento de choque, dan por objetiva. Por ello, es importante intentar comprender y aceptar al otro, en vez de querer egoístamente que nos comprendan y acepten a nosotros primero. Éste es uno de los objetivos del desarrollo personal, encaminado a potenciar nuestra inteligencia emocional, de manera que podamos construir relaciones mucho más conscientes y empáticas, y no tan egocéntricas.
Al ir más allá del ego se produce una expansión de la conciencia, lo que permite interactuar con la realidad externa de otra manera, mucho más sabia, objetiva y serena. Al darnos cuenta de que sólo nosotros podemos hacernos daño a través de las interpretaciones mentales que hacemos de lo que nos sucede, empezamos a tomar una nueva actitud frente a la vida. Poco a poco dejamos de reaccionar impulsiva y automáticamente, para adoptar la actitud que más nos favorezca en cada momento, es decir, que consiga preservar nuestra paz y felicidad interiores. Entonces, tener razón se convierte en un propósito tan absurdo como carente de sentido.
Borja Vilaseca