No es que desobedezcamos a Dios de forma conciente y deliberada; en muchas ocasiones es que sencillamente no le prestamos atención. Dios nos ha dado sus Mandamientos, pero nosotros no lo atendemos, no por una desobendiencia voluntaria, sino porque no le amamos y respetamos de verdad. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Cuando nos demos cuenta de que hemos estado constantemente faltándole el respeto a Dios, nos sentirtemos llenos de verguenza y de humillación por haberle ignorado.
Mostramos cuan poco amor tenemos para con Dios, al preferir escuchar a sus siervos antes que a Él. Nos gusta escuchar testimonios personales, pero no queremos que el mismo Dios nos hable. ¿Por qué nos aterroriza tanto que Dios nos hable? Porque sabemos que cuando Dios habla, o bien hacemos lo que Él nos manda, o hemos de admitir y confesarle que no pensamos obedecerle. Pero si quien nos habla es simplemente uno de los siervos de Dios, tenemos la sensación de que la obediencia es algo optativo y no imperativo. Respondemos diciendo: “bueno… esto es tan sólo tu opinión, aunque no niego que lo que has dicho sea probablemente la verdad de Dios”.
¿Estoy constantemente humillando a Dios? ¿ignorándolo mientras Él continúa tratándome con amor como a hijo suyo? Cuando por fin le doy oído, la humillación que he amontonado sobre Él cae sobre mí; entonces mi respuesta es: “Señor, ¿por qué fui tan insensible y obstinado?”. Esta es siempre la respuesta inevitable en el momento en que escuchamos a Dios.
Nuestro deleite, al escucharle finalmente, queda empañado por la verguenza que sentimos por haber tardado tanto en hacerlo. Entonces… ¡no tardes tanto! ¡Escúchalo desde hoy!