Solemos asociar la vida y la muerte con el comienzo y el final. Pero no es así. El alma, nuestra esencia, es eterna. Cuando decide que es el momento adecuado para avanzar, crecer, aprender y evolucionar determinados aspectos, emprende un viaje que le llevará a vivir sus retos.
Este viaje, se llama vida. Nacemos, comenzamos a vivir, a experimentar, a sentir emociones, percibimos el dolor y la alegría, el desasosiego y la tranquilidad, y entre ambos extremos, quedan aún múltiples gamas de emociones por desarrollar e integrar.
No solemos plantearnos el momento del nacimiento, si hemos sufrido, si lo hemos hecho alegres; simplemente lo olvidamos. Damos por supuesto, que es un proceso natural; y salvo que haya habido alguna complicación o percance durante el parto, el nacimiento pasa a ser un motivo de alegría, un recuerdo bonito que celebramos cada año, y le llamamos cumpleaños.
Antes de nacer, éramos alma y para estar en la tierra, necesitamos un vehículo para caminar, una carcasa que se convierta en nuestra casa, que es nuestro cuerpo. Generalmente, no recordamos nuestro paso de ser alma a integrarnos en un cuerpo. Pasa desapercibido, ni nos lo planteamos y eso que hemos dado un gran salto; hemos vivido un gran proceso que también es un comienzo y un final.
La muerte es como el nacimiento. De nuevo, nos preparamos para vivir otro cambio, una transformación que nos lleve de regreso a casa como almas que somos. Esta fase se llama muerte, en la que dejamos atrás la envoltura física, para volver a ser esencia, alma o espíritu, para volver a reencontrarnos con otros seres amados.
La muerte supone de nuevo un mismo proceso, dejamos atrás algo viejo e iniciamos un comienzo. Nos preparamos para regresar con las lecciones aprendidas, con las que decidimos trabajar cuando llegamos a la vida. Una vez fallecidos, vivimos otra fase, la de recapacitar y poner en orden lo que ha sido nuestra vivencia, nuestra vida y comprobar si realmente hemos realizado nuestros propósitos iniciales, aquellos que decidimos aprender o desarrollar al nacer.
Transcurrido un tiempo, cada ser el que necesite, no hay límite de tiempo, ni presión, decidimos regresar para vivir y aprender nuevas situaciones. Para ello, volveremos a nacer, volveremos a reencarnarnos dando comienzo de nuevo a otro proceso de comienzo y final.
Si pudiéramos dibujar este proceso, veríamos una preciosa espiral, formando círculos que van en ascenso. Podremos volver a vivir situaciones similares pero no iguales, que nos llevará a ascender, a pararnos o descender, según lo que necesitemos aprender. Al final, aunque no hayamos tomado las mejores decisiones, alcanzaremos el siguiente nivel de ascenso en nuestro camino evolutivo, que es lo que significa avanzar, crecer y evolucionar vibracionalmente.
http://comunicacionentredosmundos.blogspot.com.ar/2012/08/espiral-camino-de-evolucion-vida-y.html