El deseo de tener pareja o, en el caso de tenerla, conservarla es, con mucho, uno de los objetivos más comunes en el colectivo. Estamos criados para vivir en pareja, compartiendo nuestra cotidianidad con alguien, y probablemente además llevamos en nuestro instinto la necesidad o impulso vital de conseguir un compañero para seguir adelante en la vida.
Pero la verdad, es que más allá del deseo y la pasión que suelen acompañar a los enamorados en los primeros tiempos, es tremendamente complejo mantener la unión de dos seres que tienen (o deberían tener) pensamiento propio, metas, aspiraciones, puntos de vista, modos de comunicarse, maneras de expresar emociones, entre otros, muy personales e individuales, más aún cuando nuestra evolución como sociedad occidental ha permitido espacios a la mujer que antes estaban vedados, razón por la cual la mujer, con toda razón, ha dejado de soportar en silencio, para convertirse en parte activa de la relación de pareja.
Las relaciones de pareja no son sólo ese deseo por el otro que mencionaba antes, sino que, y sobre todo, es el establecimiento de un compromiso y toma de responsabilidad que permitan evolucionar a cada uno individualmente, y a la pareja como un todo. A veces solemos creer que cuando las cosas no marchan bien, lo mejor es dar por terminado el “compromiso” en nombre del respeto propio, cuando la verdad es que respetarse uno mismo también tiene que ver con respetar ese compromiso establecido con el otro, buscando mecanismos de comunicación y acercamiento que nos permitan solventar situaciones difíciles.
Y es que la pareja, o la instancia de pareja, es la que nos permite no sólo ver los problemas del otro, trabajo tremendamente fácil puesto que estamos acostrumbrados a responsabilizar a lo externo de lo que nos sucede; sino, y sobre todo, observar lo que nos sucede interiormente, para propiciar un proceso de cambio y maduración que nos permita crecer EN la pareja, y salir huyendo con la esperanza de encontrar una trinchera que nos permita “ser quienes somos” desde la comodidad de pensar que en nosotros todo está bien.
El amor es un compromiso serio, tremendamente serio, que nos exige responsabilizarnos para dar lo mejor de nosotros, desde el primer día hasta el último, y desde allí crecer y permitirle al otro, con todo ese amor que exige, pero que también da, crecer y conocerse también; para permitir que emerjan en principio nuestros miedos y temores, para luego dar paso a seres más limpios y menos defensivos con el otro. Este es verdaderamente el desarrollo del amor, su profundización, desde una comprensión madura y tolerante de que los problemas estarán allí, pero nunca más fuertes que el amor comprometido que tenemos.
Lo contrario es una relación de disfrute que más parece tomarse una cocada a la orilla de la playa que llevar adelante un proyecto de vida importante y trascendental. Y no digo que lo primero no se pueda vivir con frecuencia, lo que señalo es que es una fantasía inmadura creer que esa será la constante en la relación.
Hay un mito hermosísimo que habla del compromiso del amor, que trataré de resumir para compartirlo en estas breves líneas: el mito de Eros Y Psique. Psique era la menor y más hermosa de tres hermanas, hijas de un rey. Afrodita, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros (Cupido, un ser de hermosa belleza) para que le lanzara una flecha de oro oxidado, que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros fue quien terminó enamorándose y lanzó la flecha al mar; cuando Psique se durmió, se la llevó volando hasta su palacio.
Para evitar la ira de su madre, oculta a Psique en su palacio, y se presenta siempre de noche, en la oscuridad, y prohíbe a Psique cualquier indagación sobre su identidad. Cada noche, en la oscuridad, se amaban. Una noche, Psique le contó a su amado que echaba de menos a sus hermanas y quería verlas. Eros aceptó, pero también le advirtió que sus hermanas querrían acabar con su dicha. A la mañana siguiente, Psique estuvo con sus hermanas, que le preguntaron, envidiosas, quién era su maravilloso marido. Psique, incapaz de explicarles cómo era su marido, puesto que no le había visto, titubeó y les contó que era un joven que estaba de caza, pero acabó confesando la verdad: que realmente no sabía quién era. Así, las hermanas de Psique la convencieron para que en mitad de la noche encendiera una lámpara y observara a su amado, asegurándole que sólo un monstruo querría ocultar su verdadera apariencia. Psique les hace caso y enciende una lámpara para ver a su marido. Una gota de aceite hirviendo cae sobre la cara de Eros, dormido por el descuido de Psique, quien se queda prendada de tanta belleza. Eros despierta y abandona, decepcionado, a su amante.
Cuando Psique se da cuenta de lo que ha hecho, ruega a Afrodita que le devuelva el amor de Eros, pero la diosa, rencorosa, le ordena realizar cuatro tareas, casi imposibles para un mortal, a fin de recuperar su amor. Psique, con ayuda de los dioses, logra hacer estos trabajos, que tienen que ver con un proceso de maduración y crecimiento propio, para luego poder efectivamente llegar a su amado.
Con muchas dificultades, pero habiendo logrado cumplir con las tareas encomendadas, vuelve a Eros, que la había perdonado, voló hasta su cuerpo y limpió las lágrimas de sus ojos, suplicando entonces a Zeus y Afrodita su permiso para casarse con Psique. Éstos accedieron y Zeus hizo inmortal a Psique. Afrodita bailó en la boda de Eros y Psique, y el hijo que éstos tuvieron se llamó Placer o (en la mitología romana) Voluptas.
Aún cuando hay muchas lecturas que se pueden hacer del mito, la que me interesa por ahora tiene que ver con la manera en que estos dos amantes se conocen y se enamoran, intempestivamente, prácticamente sin conocerse el uno al otro. Sin embargo, de esa forma, comienzan a vivir su amor y a compartir la cotidianidad. La llegada de las hermanas de Psique de alguna manera representan la necesidad de conocer y profundizar en quien es el otro, aquel a quien amo, pero esa no es una tarea que puede hacerse desde el desconocimiento de quién soy yo en realidad. Y eso también lo muestra de manera hermosa el mito cuando en primera instancia Eros se siente descubierto y traicionado, y luego cuando Psique tiene que llevar a cabo las tareas que le fueron encomendadas.
Y justamente ese es el compromiso llamado amor, crecer en mi mismo y en el otro, y permitirle al otro crecer en sí mismo y en mi, profundizando cuando aparecen los conflictos y las heridas, evitando, lo más posible, esa necesidad negadora y compulsiva de querer abandonarlo todo y salir huyendo.
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