El conflicto, como vía de crecimiento individual y colectivo, es sano y necesario, pues a través de él podemos clarificar conceptos, establecer nuevos acuerdos, determinar vías de acción, entre otros. Es, con mucho, una herramienta que nos permite crecer individualmente y en un colectivo que quizás, al igual que nosotros, lo necesita para poder llegar a consenso sobre situaciones que de otra forma no hubieran podido dirimirse.
Incluso, crear el conflicto, como vía de resolución de situaciones, es un acto de valentía y de manejo emocional y racional apropiado, cuando se crea con un objetivo claro: lograr resolver una situación que nos incomoda y que no nos permite seguir adelante asertivamente. En estas situaciones, es necesario, incluso muchas veces imperioso, plantear claramente el hecho conflictivo, y declararse dispuesto a negociar para resolver.
El problema radica en que muchas personas no crean asertivamente los conflictos, sino que en sí mismos ellos son una fuente generadora de los mismos; van por la vida con un conflicto emocional interno sin resolver, creando conflictos a diestra y siniestra en el mundo exterior, como una triste proyección de un mundo interior deteriorado y en desequilibrio permanente. Entonces, no se trata de personas que usan el conflicto de manera inteligente, sino que viven en el conflicto, lo necesitan imperiosamente para demostrarse una y mil veces que el problema no lo tienen ellas en su interior, sino que la vida es una fuente inagotable de trifulcas y malentendidos. Terminan, de manera triste y desacertada, probándose con cada problema que generan, que la vida es un sitio hostil y terrible, y que el acto de vivir en sí mismo es una experiencia poco más que sufrida y oscura.
Es entonces cuando el conflicto deja de ser una herramienta útil y edificante, para convertirse en una cárcel que nos aprisiona y nos hace infelices, y si los que están a nuestro alrededor no están medianamente claros de sus propias responsabilidades y limitaciones, también serán arrastrados por nosotros. La otra alternativa que tiene el mundo exterior es irnos rechazando, eliminando como una célula inapropiada que terminará contaminando como una enfermedad al resto. Como resultado de esto, terminamos solos y aún más tristes, confirmando nuestra ridícula hipótesis inicial: el mundo es un sitio hostil, donde no vale la pena vivir.
Como vemos, estoy describiendo a un grupo de personas que disfrazadas con el traje de la tristeza, que ellos mismos terminan creyendo, sienten que son víctimas de las vicisitudes de la vida, como observadores pasivos de su oscura existencia, incapaces de asumir la responsabilidad de ser sujetos activos, dueños de sus circunstancias y de la manera como perciben la vida y sus consecuencias. Se convierten en unos seres pasivo agresivos, que creen que no causan daño, pero que irremediablemente van cercenando las posibilidades relacionales que tienen con los demás, incluso con sus seres queridos.
La posibilidad es, que si nos identificamos de alguna manera con esta descripción, entendamos que únicamente nosotros podemos cambiar nuestras circunstancias, y esto lo hacemos comenzando a asumir la responsabilidad de lo que hasta ahora nos ha pasado, para luego comenzar a trabajar en tener una mejor vinculación con nosotros mismos en primer lugar, y luego con el mundo exterior. Al fin y al cabo, a nadie le gusta vivir en un conflicto y en una queja permanente cuando logra darse cuenta de esto. No permitas que tu tristeza te lleve a destruir las relaciones con los que te aman para confirmar tu teoría del mundo perverso, por el contrario, atrévete a vincularte de otra manera con la vida, y te sorprenderás como ellos responde de manera distinta a tu conducta.
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