Nuestros estados internos representan una influencia importante para el cambio de creencias. Nuestros estados internos son, en muchos aspectos, los contenedores de nuestras creencias. Si uno se encuentra en un estado positivo y optimista, le resultará mucho más difícil aferrarse a creencias negativas y limitadoras. Por el contrario, no resulta fácil mantener la congruencia con creencias positivas y potenciadoras cuando nuestro estado interno es de frustración, disgusto o temor.
El estado interno de la persona está relacionado con la experiencia fisiológica y emocional que tiene en un momento determinado del tiempo. Los estados internos determinan en gran medida nuestra elección de comportamiento y de respuesta. Funcionan, a la vez, como una especie de filtro de nuestras percepciones y como puerta de acceso a determinados recuerdos, capacidades y creencias. Así pues, el estado interno de una persona ejerce una enorme influencia sobre su “visión del mundo” actual.
“El conocimiento es tan sólo un rumor hasta que está en el músculo”
Proverbio guineano.
Extrapolando este dicho al asunto que nos ocupa, una creencia, tanto positiva como negativa, no es más que un rumor hasta que está en el músculo, es decir, hasta que no hayamos incorporado somáticamente determinado valor o creencia, y sintamos y experimentemos emocionalmente sus implicaciones, seguirá siendo tan sólo un conjunto disociado de conceptos, palabras o ideas. Las creencias y valores activan su “poder” sólo cuando se conectan a nuestra fisiología y a nuestros estados internos.
De forma parecida, el estado físico, el psicológico y el emocional en el que nos encontremos ejercerán una gran influencia sobre los tipos de creencias que estaremos inclinados a incorporar. Por lo tanto, estaremos más abiertos a creer y asociarnos a creencias positivas y potenciadoras cuando nuestros estados internos son positivos (tranquilo, relajado, flexible optimista, receptivo etc..) y también estaremos más abiertos a creer y asociarnos a creencias negativas y limitantes cuando nuestros estados internos son negativos (enfadado, tenso, ansioso, frustrado, temeroso…).
Una de las premisas básicas de la Programación Neurolingüística (PNL) consiste en que el cerebro humano funciona de forma parecida a un ordenador, es decir, ejecutando “programas” o estrategias mentales, compuestas de secuencias ordenadas de instrucciones o representaciones internas. Ciertas estrategias o programas son más adecuados que otros para resolver determinadas tareas y son, por consiguiente, la estrategia que el individuo utilice la que determinará, en gran medida, la mediocridad o la excelencia de su desempeño. La eficacia y la facilidad con que un programa mental se ejecuta viene determinada, en gran medida, por el estado psicológico de la persona. Evidentemente, si un ordenador tiene un chip defectuoso o la corriente que lo alimenta no es estable, no podrá ejecutar los programas con eficacia.
Con el cerebro humano sucede lo mismo. El grado de atención, receptividad, estrés, etc., del individuo determinará la eficacia con la que podrá ejecutar sus propios programas mentales. Procesos fisiológicos profundos, como el ritmo cardíaco, el ritmo respiratorio, la postura corporal, la presión sanguínea, la tensión muscular, el tiempo de reacción, la respuesta galvánica de la epidermis, etc., acompañan a los cambios en los estados internos de la persona e influyen en gran medida en su capacidad para pensar y para actuar. Así pues, los estados internos del individuo ejercen influencias importantes sobre su capacidad de actuación en cualquier situación.
Nuestros estados internos están relacionados con la parte neurológica (Neuro) de la Programación Neurolingüística. El estado de nuestra fisiología y de nuestra neurología actúa a modo de filtro para establecer dónde centramos la atención y, por consiguiente, qué oímos (y dejamos de oír) y cómo interpretamos lo que oímos.
Reconocer estados internos e influir sobre ellos
A medida que avanzamos en los diferentes contextos y experiencias de nuestra vida, cambiamos de estados internos y accedemos a diversidad de ellos. Para la mayoría de nosotros, estos cambios han quedado en gran medida fuera de nuestra elección. Respondemos a estímulos (anclas) que son a la vez internos y externos a nosotros, como si funcionáramos por medio de un piloto automático.
Sin embargo, es posible aprender cómo elegir nuestro propio estado. Poder influir y dirigir nuestros estados internos incrementa en gran medida nuestra flexibilidad individual, y crea una probabilidad mayor de mantener creencias y expectativas positivas, así como de alcanzar los resultados apetecidos. La capacidad para reconocer estados útiles, así como de acceder intencionalmente a ellos en determinadas situaciones, nos proporciona más opciones sobre cómo experimentarlas y reaccionar ante ellas. En PNL, los términos “selección de estado” y “manejo de estados” se refieren a esta capacidad para elegir el estado más apropiado para cada situación o desafío y acceder a él.
Al ser más conscientes de los patrones y de los estímulos que influyen sobre los estados internos, podemos incrementar el número de opciones disponibles para responder a determinada situación. Una vez conocidos los factores que definen e influyen en las características de nuestros estados internos, podemos seleccionarlos y «anclarlos» para que nos resulte más fácil recurrir a ellos. Entre los métodos utilizados en PNL para seleccionar y anclar estados internos cabe citar la localización espacial, las submodalidades (colores, sonidos, brillo, etc.) y los estímulos no verbales.
Para reconocer y comprender mejor nuestros estados internos, así como para ayudar a desarrollar nuestra capacidad de selección y manejo de los mismos, es necesario aprender a hacer inventario de nuestros procesos neurológicos. La PNL ofrece tres métodos para ello: inventario de fisiología, inventario de submodalidades e inventario de emociones.
Un inventario de fisiología implica prestar atención a la postura corporal, a los gestos, a la posición de los ojos, a la respiración y a los patrones de movimiento.
Un inventario de submodalidades implica percatarse de las submodalidades sensoriales más notorias en nuestro estado interno, como el brillo, el color, el tamaño y la posición de las imágenes mentales; el tono, el timbre y el volumen de voces y sonidos; la temperatura, la textura, la superficie, etc., de las sensaciones cinestésicas.
Un inventario de emociones implica prestar atención a la constelación de componentes que constituyen nuestros estados emocionales.
Desarrollar la capacidad para inventariar en los tres ámbitos nos lleva a una mayor flexibilidad, acompañada del agradable beneficio colateral de aumentar nuestro dominio sobre los estados psicológicos en que operamos. Ello nos permitirá realizar los ajustes necesarios cuando el estado en el que estamos interfiera con nuestra capacidad para alcanzar los objetivos deseados.
Haz el siguiente ejercicio:
Mientras lees este párrafo, ahora mismo, pon tus hombros en tensión, siéntate desequilibrado, levanta los hombros hasta las orejas. Un estado fisiológico típico del estrés. ¿ Cómo respiras? ¿Estás cómodo en ese estado? ¿Te parece un estado interno indicado para aprender? ¿Dónde está tu atención? ¿Qué creencias acerca del aprendizaje mantienes en ese estado?
Ahora cambia de posición. Muévete un poco, puedes levantarte y volver a sentarte. Busca una postura cómoda y equilibrada. Recorre tu cuerpo y elimina cualquier exceso de tensión. Respira profunda y tranquilamente. ¿Dónde está tu atención en ese estado? ¿Qué creencias acerca del aprendizaje conectas con él? ¿Cuál de los dos estados conduce mejor al aprendizaje?
Como este sencillo ejercicio demuestra, los estímulos no verbales constituyen a menudo uno de los aspectos más relevantes e influyentes en el control y el manejo de estados internos. Es importante reconocer la influencia del comportamiento, incluso de los más sutiles aspectos de la fisiología, sobre los estados internos de las personas. Diferentes estados o actitudes se expresan por medio de patrones de lenguaje y comportamientos distintos.
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