La sinergia global, en ocasiones da la impresión de que las cosas empiezan a ponerse de cabeza; como consecuencia, conceptos y juicios que por mucho tiempo estimamos apropiados, producen nuevos y diferentes resultados, sin explicación inmediata racional aparente… que nos perturba.
Valores tradicionales se desmejoran y principios tenidos como fundamentales comienzan a ser desestimados. Instituciones como el matrimonio, familia, escuela, religión, justicia, amistad, política y asociación empresarial, se ven sacudidas por acontecimientos que ameritan cuidadosa observación y análisis. Resultados: inquietud, preocupación, contestación e interrogantes sin respuestas aparentemente claras.
Recalentamiento global, descenso de algunas religiones y ascenso de otras; el ocaso del matrimonio como base de la familia nuclear; vaivenes cíclicos de las ideologías de izquierda y de derecha; la inoperancia del modelo económico rentista, productor de pocos ricos y muchos pobres, producen desconcierto en los conglomerados humanos, que temen eventos desconocidos, similar a la sensación de zozobra en las especies irracionales, previo a los movimientos telúricos o catástrofes naturales.
En los cenáculos de las Ciencias Sociales, estudiosos de la gerencia pública y social, también se hacen preguntas sin respuestas satisfactorias; las recomendaciones, programas, y aplicaciones que antes surtieron efecto, ahora se hacen difíciles, demoradas e inoperantes. Al mismo tiempo, minúsculos grupos descalificados, insensibles y corruptos, se apropian sin ningún recato, de los recursos previstos para cubrir las necesidades más ingente de los millones de perturbados ciudadanos, que en el paroxismo de su propia desubicación, no atinan a determinar como impedirlo.
El problema no es coyuntural sino estructural de los modelos económico-sociales, porque igualmente en países pobres como ricos, industrializados o en vías de desarrollo, con diferentes variables, factores fijos se mantienen en el mismo orden: injusta redistribución de la riqueza y como resultado pobreza, exclusión, falta de oportunidades, violencia creciente, que producen frustración, insensibilidad, personalismo, cortoplacismo, delincuencia y… terrorismo.
Los beneficiarios del stablishment avizoran problemas, pero tampoco comprenden bien que está fallando y no atinan en preparar una estrategia eficiente; pero un frío penetrante recorre la espina dorsal del sistema: es el terror a los cambios, que presienten disminuirán o acabarán con sus groseros privilegios.
Millones de afectados-excluidos e ignorados- sobrevivientes con los rezagos de las clases dominantes, por primera vez tienen acceso a medios informáticos globalizados que les señalan lo que les corresponde y presionan desde los sindicatos, asociaciones de desempleados, partidos políticos, asociaciones comunales y estudiantiles, por mayor participación y protagonismo, porque a su vez, intuyen que podría cambiar las cosas.
La revisión del pensamiento político actual, tanto de derecha como de izquierda, apunta hacia posiciones centristas, donde el objetivo principal sea la felicidad del hombre y no la riqueza por sí misma.
Tenemos derecho a una vida más justa, y más temprano que tarde lograremos alcanzarla. Nuestro mundo ha vivido milenios y queda mucho tiempo por delante. Heredamos de Dios la inteligencia con la cual hemos superado ya muchas catástrofes, y estamos listos para enfrentar nuevas; es un compromiso con nosotros mismos y con las nuevas generaciones. No podemos defraudarlos… manos a la obra.
El futuro está aquí. Es posible que ya estemos presenciando la gravidez de una nueva era; y los partos, aunque auguran nueva vida, siempre han sido dolorosos. Pudiera ser que algunos ya no estemos por aquí para la oportunidad del alumbramiento, pero el nacimiento se dará: habrá un nuevo mundo, más justo y bueno para la vida de todos los hombres. Venturosamente, es un problema de tiempo, pero juega a favor de la humanidad.
En todas las épocas, una pequeña parte de los seres humanos apoyó el mantenimiento del status quo; se trataba de quienes disfrutaban de los privilegios. Pero la otra parte, abundante, adolorida, oprimida y paciente, presionó y esperó por los acontecimientos que derivarían de su actuación y siempre, independiente de cuanto fuese el tiempo, se dieron y se produjeron los cambios.
Esta vez no será diferente. Más temprano que tarde o más las cosas cambiarán. Nuevos modelos económicos y sociales refrescarán la vida de los hombres. Se trata más que de una conveniencia, de una necesidad colectiva, porque de no imponerse un nuevo orden, aún desconocido pero más justo, que permita mayor acceso a la riqueza y los recursos a todos y no a unos pocos; que ponga la vida y el bienestar del ser humano como prioridad fundamental, frente a los anti valores como la riqueza mal habida, el consumismo, la competencia imperfecta, la perversa utilización del sexo como mercancía o medio publicitario, el personalismo y cortoplacismo, simplemente el mundo se hará insufribles y sin incentivos para una vida feliz.
En ese proceso de cambios que se avecina, corresponde revisar conceptos, repensar y reinventar nuestra forma de interpretar la vida; inclusive desde el punto de vista filosófico, tendiente a determinar si la concebimos como un fin en si misma, o como un medio de algo más.
Se va a requerir mucha sinceridad y más desprendimiento personal en pro del beneficio colectivo. En esa nueva sociedad lo más importante deberá ser el ser humano en su conjunto, pero respetando la sagrada individualidad. El personalismo exacerbado dará paso a un tipo de colectivismo, donde el individuo al servir a los intereses del grupo, sirve a su propio interés, de tal manera que de la prosperidad del grupo derive su propia prosperidad, y en el cual pueda convivir holgadamente, bajo el el respeto por la individualidad de la persona humana con los intereses del grupo social.
Para quienes tenemos más de cincuenta años, todo empieza a hacerse demasiado nuevo y a veces difícil de digerir. Eso es natural, no tiene nada de extraordinario, ni debe atemorizarnos. Siempre fue así. De alguna manera, el devenir de los cambios en nuestro mundo es cíclico; pero en todos los procesos, unos trataron de detener el desarrollo de los acontecimientos, mientras otros lucharon y se aferraron a él como su única esperanza. Al final, dada la edad del mundo, los últimos vencieron a los primeros y los cambios se dieron.
Por eso tenemos que aquietarnos; tomarnos un tiempo para pensar, para meditar. Requerimos de manera individual, pero muy sincera y desprejuiciada, hacernos una composición de lugar; mirar hacia atrás sin hacer caso de los fantasmas del pasado, que sólo existen en nuestra mente, para felicitarnos por haber vivido una vida, que aún en su peor condición, ha sido buena.
Vivir el hoy sin mayores preocupaciones por lo que vendrá mañana, porque esa es la parte de la vida que, de alguna manera, podemos controlar y nos corresponde por entero. Ciertamente, nadie puede hacernos mejor o peor este eterno presente. Siempre será producto de nuestra concepción de la vida y de las cosas, de nuestras actuaciones, del color del cristal con que miremos los acontecimientos que nos afecten y la trascendencia que les otorguemos.
Para quienes crean en la existencia del futuro, se trata de algo absolutamente incierto y que, en casi su totalidad, escapa de nuestro control, si algo puede hacerse por el es ocuparse -que no preocuparse- de hacer las cosas bien… hoy. Nada más se puede aportar a favor de un tiempo que ni siquiera sabemos si llegará… para nosotros.
Pienso que un análisis serio y desprejuiciado sobre estas especulaciones, fundamentado en la concepción de que somos espíritus viviendo experiencias físicas y no lo contrario; que heredamos de Dios la razón e inmortalidad del alma, debería disminuir o evitar esa angustia colectiva que produce el creciente estrés, que aqueja al ser humano de hoy, convertido en fuente de enfermedades físicas y mentales.
Al menos en mi caso, no solicité que me trajeran a este mundo, ni tampoco establecí condiciones de tiempo y espacio para vivir mi vida. Simplemente, me siento con vocación para una vida confortable, donde el amor a Dios y mis semejantes guíen mis pasos, lo cual por cierto es el mayor reservorio para la felicidad que todos los días disfruto, en esta vida que me he impuesto, no de años, sino de períodos de veinticuatro horas, y que me ha dado un extraordinario resultado.
Hemos recibido mucho y mucho debemos dar. También hemos luchado duro para hacernos una vida, conforme a nuestra diligencia, optimismo, confianza y óptica personal. El resultado ha sido conforme al esfuerzo e inteligencia que le hemos puesto, por eso no podemos quejarnos ni considerar que somos especiales. Somos hijos de Dios, imperfectos pero con ambición de perfectibilidad y hacia ella debemos encaminarnos.
Recibamos los acontecimientos sin grandes aprehensiones y como realmente son, producto de una época extraordinaria por su condición de transición de una era a otra. Quienes nacimos antes del año dos mil y aún nos mantenemos con vida, representamos una generación de personas especiales y sumamente privilegiadas, porque conocimos dos siglos y dos milenios, y esa especialísima situación vivencial, únicamente se da cada mil años.
Les invito a pensar, meditar, reflexionar sobre todos y cada uno de los acontecimientos globales y de cómo afecta nuestra individualidad. Pero con tranquilidad, con sinceridad, sin sobresaltos ni permitir malos presagios; con fe en Dios y en nosotros mismos; con esperanza en un mundo mejor, para nosotros y para las nuevas generaciones, al cual podemos contribuir todos los días, en la medida en que seamos capaces de interpretar los acontecimientos y en vez de angustiarnos, ser felices y dar gracias a Dios por haber vivido una época tan especial, cuando prácticamente hemos sido protagonistas en la forma de vivir en dos mundos… bien diferentes.