Cada vez está más claro que los indicadores económicos no son suficientes para medir el bienestar de una sociedad. Sin embargo, los destinos de nuestra civilización y nuestras vidas están regidos por el Producto Interior Bruto (PIB). La salud de nuestra sociedad se mide por el número de coches matriculados, metros construidos, árboles talados, productos consumidos, teléfonos vendidos… pero obvian el estado de ánimo de las personas que viven en ella o la fortaleza de los ecosistemas que la acogen. Pese a que el PIB no es más que un anodino y, ciertamente, bruto, índice de crecimiento, nos lleva a todos con la lengua fuera. Trabajamos 50 horas por el PIB, pagamos hipotecas esclavizantes por el PIB, nuestros gobiernos recortan prestaciones sociales por el PIB, nos jubilaremos postmortem por el PIB.
Si producimos, consumimos, destruimos… como el dios del crecimiento manda, todo va bien. Pero si el PIB cae una décima, empiezan a asomar por el horizonte los jinetes del Apocalipsis: crisis, recesión, ajustes, recortes… Pero, ¿hay vida más allá del dichoso Producto Interior Bruto? ¿Hemos venido a este mundo a producir o a ser felices? ¿A realizarnos o a consumir?
Frente a esta realidad, cada vez más voces empiezan a pedir la creación de índices de medición alternativos, que en lugar de mirar a la producción pongan el foco en la felicidad de las personas. Porque si algo se mide, existe y se puede gestionar.
Es un hecho que el PIB deshumaniza a la persona y la convierte en algo secundario, un engranaje más del sistema de producción-consumo-residuo. Y de los ecosistemas y la destrucción de recursos, ni hablemos: cuanto más se destruye, más crece el PIB. Así que ser anti-ecológicos, según este modelo, es bueno para la economía.
Pese a que en nuestras sociedades el éxito social consiste en tener más coches, más televisores, más vestidos, más, más, más… empezamos a darnos cuenta de las carencias de un sistema que se desmorona.
Los daños colaterales ya son demasiado evidentes como para disimular: la contaminación, la destrucción del paisaje, la pérdida de biodiversidad, el endeudamiento, la insatisfacción, la pérdida de sentido… El índice que realmente mediría el funcionamiento de nuestro sistema económico es el de Destrucción Interior Bruta (DIB).
Es el momento de desbancar al PIB como brújula que señala nuestro norte. Una brújula que ya no funciona y que nos lleva al colapso, porque intenta hacernos creer que podemos crecer infinitamente en un planeta finito. Quizá toque medir y aumentar nuestra Felicidad Interior Bruta. Porque, como muchos intuimos, el verdadero desarrollo de una sociedad sucede cuando los avances en lo material y en lo espiritual se complementan.
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