En el fondo, todos buscamos un estado continuo de alegría, una vida sin sufrimiento. Cada uno lo intenta conseguir de su propia manera: a través de una carrera profesional, en relaciones amorosas, mediante una práctica espiritual…
Pero por debajo de las distintas estrategias para conseguir ese ‘algo más’ que una y otra vez nos elude, cada persona emplea la misma técnica de rechazo y agarre. Rechazamos lo que nos parece negativo y nos agarramos a lo que percibimos como positivo.
Este constante y frenético esfuerzo nos consume y nos deja sin energía con que percibir el misterio y la belleza que nos rodea y que, por mucho que seamos inconsciente de ello, se encuentra dentro de nosotros.
La búsqueda de la felicidad está basada en la creencia que todavía no hemos reunido suficientes requisitos para obtenerla y que los elementos necesarios se encuentran ahí fuera, en el mundo externo.
La idea que todavía no tenemos lo que necesitamos para ser felices está tan establecida en nuestras mentes que ni siquiera dudamos de su autenticidad. Dudamos de nuestra forma de buscar, dudamos del camino que seguimos, hasta dudamos que exista la posibilidad de vivir felizmente… pero en ningún momento nos preguntamos si la idea de que nos falta algo sea errónea.
La razón por la que no encontramos ese ‘algo más’ en ningún sitio es porque ya lo tenemos. El problema ocurre cuando, al creer que carecemos de algo, enfocamos toda nuestra atención en el mundo externo para encontrarlo, ignorando lo que ya poseemos.
La verdad es que ya tenemos, ya somos, lo que buscamos. El mero hecho de existir nos da la capacidad de ser felices aquí y ahora, independientemente de nuestras circunstancias.
Creemos que lo que nos hace falta para ser felices es un buen trabajo, esa pareja especial, un cuerpo sano, más dinero, menos estrés, más tiempo libre, menos responsabilidades… y es verdad que estas cosas pueden contribuir a nuestra felicidad. Pero detrás de cada deseo se esconde la necesidad primordial de encontrarnos a nosotros mismos y solo esto nos puede conceder la felicidad incondicional.
La comprensión de quienes somos realmente no depende de una búsqueda externa porque en ningún momento está ausente de nuestra experiencia. No tenemos que buscar nada, pensar nada, hacer nada para ser lo que somos. Al igual, nada que busquemos, pensemos o hagamos puede cambiar lo que somos.
El acto de búsqueda (pensar y hacer cosas para encontrarnos a nosotros mismos) es justamente lo que oculta la percepción de nuestra esencia y nos separa de la experiencia de lo que realmente somos, porque es un movimiento en dirección opuesta a nuestro ser. Esta búsqueda nos distrae de lo que ya tenemos.
Si paramos de buscarnos en pensamientos y conceptos, si dejamos de resistir nuestra naturaleza y nos permitimos ser como somos sin juzgarnos, será posible que finalmente nos demos cuenta de lo que realmente tenemos.
¿Que hay que hacer para permitir que se manifieste nuestra felicidad natural? Absolutamente nada. Hay que dejar de hacer algo; dejar de resistir lo que somos, abandonar la necesidad de cambiar.
‘Hacer nada’ puede ser difícil de comprender porque tenemos la costumbre de pensar que todo se consigue mediante la acción. Ejercemos gran esfuerzo para ser más sociables, menos aburridos, más inteligentes, menos ignorantes, más atractivos, menos materialistas, más espirituales…
Cosa que no ocurría en nuestra infancia, la breve parte de nuestra vida en la que no ejercíamos esfuerzo ninguno para ser más o menos de lo que ya éramos; fuimos naturales y felices. Nuestra cultura nos convenció que teníamos que cambiar, y a partir de ahí empezó el sufrimiento inevitable que se produce cuando alguien se resiste al aspecto más básico de lo que es (cosa que, obviamente, no puede cambiar).
‘Hacer nada’ quiere decir aceptarnos completamente. Claro que al ser educados por los ideales de nuestra cultura, la idea de aceptarnos tal y como somos nos parece justamente lo peor que podemos hacer. Pero esto no quiere decir que no queramos aprender. La diferencia es que aprendemos por gusto y amor, no porque estamos insatisfechos con lo que somos.
He aquí un gran obstáculo a la felicidad: paradójicamente, vemos el esfuerzo de resistencia contra nuestra naturaleza como la actividad necesaria para alcanzar la felicidad. Tenemos miedo de aflojar el esfuerzo que ejercemos para ser felices porque pensamos que si lo hacemos, nuestra situación empeorará rápida y drásticamente.
En realidad, ocurre lo opuesto: en cuanto dejamos de pelear y nos relajamos, nos abrimos a la percepción de nuestra esencia. Relajando nuestra actitud hacia nosotros y la vida es la única forma de abrirnos a la verdad.
Si podemos hacer esto veremos que, sorprendentemente, la paz y la felicidad ya existen en nosotros. A pesar de lo que habíamos creído, estas cualidades no requieren un esfuerzo para establecerse y mantenerse. Forman la base de nuestro ser y siempre están al alcance.
Más sorprendente aún es la comprensión que esta presencia, tan llena de paz y amor, ha estado presente en cada momento de nuestras vidas. Era tan obvio, tan simple y tan accesible que no nos habíamos fijado en ella, como el pez que no reconoce la existencia del agua que le rodea en cada momento.
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