Estás sentado con los pies colgando, mirando hacia el interior de un pozo profundo y oscuro. Sientes en tus piernas un peligroso magnetismo que tratará de tirar de ti hasta que logre arrastrarte hasta el fondo.
Permaneces quieto, con miedo a moverte, no sea que al hacerlo precipites la caída. Tampoco miras hacia atrás, por miedo a ver alguien que llegue dispuesto a empujarte. Estás paralizado.
¿Y ahora qué?
Cuando enemigos como el miedo y el pesimismo se vuelven así de beligerantes, me temo que hay que emplear las mismas armas para combatirlos. Puedes cerrar los ojos, mientras sigues sentado en el borde del pozo, y repetir hasta que se seque tu boca: “Oh, cielos… ¡qué horror!“, pero esto no es lo más efectivo.
En una situación como ésta, bastaría con cerrarle el grifo a los pensamientos, sacar corriendo las piernas de donde están y, en menos que canta un gallo, tumbarnos en la hierba fresca que está rodeando el pozo, para disfrutar un rato contemplando las nubes. Rápido. Sin pensar.
La vida es más compleja, sí, pero no siempre. A veces le otorgamos más magnetismo al fondo del pozo del que tiene en realidad… A veces tememos que nos hagan daño sin motivos reales para pensar así. ¿No será que en ocasiones el miedo y el pesimismo nos paralizan más de lo que debieran?