A menudo nos hacemos compromisos con otras personas o situaciones y nos exigimos cumplirlos porque somos personas “de palabra”. Los compromisos que establecemos son como una promesa y generalmente es con los demás.
“Yo te resuelvo ese tema”
“Yo te llevo a tal lugar”
“No te hagas problemas, yo lo hago”
“Yo te acerco a tu casa”
“Yo te presto tal cosa”
“Yo te escucho…”
“Yo te ayudo…”
Realmente es muy saludable y maravilloso que seamos solidarios entre nosotros. ¿Pero qué ocurre cuando no lo somos con nosotros mismos? ¿Nos comprometemos con nosotros?
¿Nos ayudamos?
¿Nos prestamos atención?
¿Escuchamos a nuestro cuerpo?
¿Nos “llevamos” al gimnasio?
¿Nos tenemos paciencia?
¿Nos damos un tiempo “libre”?
¿Nos damos amor?
¿Nos perdonamos?
Nos resulta tan natural comprometernos con los demás, que a veces nos resulta difícil tomar consciencia de que no tenemos ningún compromiso con nosotros mismos. Estamos “últimos en la fila.”
¿Qué ocurre cuando no estamos comprometidos con nosotros?
Nos abandonamos, nos “dejamos” por otras situaciones y/o personas, no nos consideramos tan importantes como para atender nuestras necesidades, sentimos que no merecemos y lo que es peor: estamos en la posición de víctima.
Desde ese lugar solo sentiremos agobio, insatisfacción, malestar e infelicidad.
Demos una vuelta de página y elijamos prestarnos atención y hacernos bien.
Hacernos bien.
Hacernos bien.
Hacernos bien.
ALICIA ORFILA –
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