Cuando estamos coléricos, perdemos el uso de la razón dada la vehemencia de la ira. La ira, la cólera, se visten de rojo, su color preferido; será por eso, que con frecuencia la sangre es el testigo de sus perturbadas acciones.
A la cólera le gusta ultrajar honras, calumniar, destrozar matrimonios, golpear hijos, ensangrentar a conocidos y desconocidos. La cólera destroza el juicio, y en su impetuosidad, llega al crimen mismo. Un proverbio danés dice, que “Actuar preso de la ira es como embarcarse durante una tempestad”.
Lo importante, consiste en conocer las causas fundamentales de la cólera, pero no con el propósito de tener un conocimiento sobre éste desvarío, sino con la finalidad de cambiar radicalmente nuestra conducta colérica que tanto daño causa a otros y a nosotros mismos. ¡No es cierto que no podamos suprimir nuestra demente cólera en la inmensa mayoría de los casos! Si no pudiéramos terminar con ésta bestial conducta, muchas sociedades ya se hubieran extinguido.
Todos los conocimientos sobre nosotros mismos de nada nos sirven si no tienen el propósito de hacernos mejores personas.
El conocimiento de nuestros vicios, tienen como objetivo el asumir compromisos para el cambio, para practicar una terapéutica del alma.
No descarto, que nuestra herencia genética sea desigual en todas las personas: en algunos, biológicamente habrá una mayor predisposición para los estallidos y acciones de cólera, pero aun así, la ira no es un hecho constitucional de nacimiento de las personas, no es como el color de la piel o la estatura; es, a lo más, una tendencia biológica con mayor o menor fuerza, pero siempre modificable.
Lo que sí está comprobado, es que el niño, joven o adulto colérico, está afectado de ésta pasión, en virtud de que desde niño fue humillado y rebajado por sus padres. En la misma medida en que sus educadores maltrataron y sojuzgaron al niño, en esa medida, ya de jóvenes y adultos, la persona colérica reaccionará con todos aquellos individuos que él considera que da alguna forma están actuando con él como actuaban sus padres en la niñez. En la gran mayoría de las veces, el colérico se equivoca al creer que lo están sojuzgando y rebajando en su valer.
El colérico, muy poco objetivo, tiende a exagerar desmesuradamente lo que él considera como un insulto o sojuzgamiento. Es la cólera, el caldo de cultivo más apropiado para todo tipo de males y crueldades, siendo el extremo, los asesinatos, torturas, y todo tipo de agresiones extremadamente violentas. Boccaccio, en su obra “El Decameron”, escribió: “De todos los vicios, el que nos precipita en los peligros y las desgracias mayores es, a mi juicio, la cólera. No hay ninguno que subyugue y ciegue más a nuestra razón”.
La cólera es una monstruosa bestia, con un corazón de fuego, entrañas de hiena, colmillos de murciélago, y con sed por la sangre. Cólera engendradora de injusticias, venganzas, y de eternos arrepentimientos.
Solamente cuando el colérico se da plena cuenta de los graves o gravísimos daños que comete con sus explosiones irracionales de ira, estará en el inicio de su curación. Y es que la cólera, como enfermedad del alma, es curable.
La persona colérica no se conecta bien emocionalmente con los demás, pues infundadamente supone que podrían dañarlo. Cuando de todo esto empieza a ser consciente, es el momento en que el iracundo principiará a saber que su cólera es el producto de la deficiente educación sentimental que recibió en su infancia. Como en su niñez sólo conoció la severidad, gritos o golpes de sus padres, cree obstinadamente, que con gritos, golpes o suma dureza, es como podrá salir adelante en un mundo que le parece tan agresivo y hostil.
Pero ya, el colérico sabe que está mal. Éste rayo de luz constituye para el iracundo toda una sorpresa: de pronto, empieza a darse cuenta, que ni el mundo ni las personas son tan hostiles como le han parecido siempre. Esta nueva consciencia lo capacita para emprender una de sus aventuras humanas más fantásticas de toda su vida: empieza a acercarse a los demás sin enfado, sin su extremada sensibilidad; le nacerá el deseo de confiar en otros, dará cabida al diálogo con su cónyuge y sus hijos; en fin, entrará a un mundo que le era totalmente desconocido: comprenderá que ha sido injusto con sus seres más queridos, que los ha humillado, porque inconscientemente quiso vengarse del maltrato de sus padres.
El colérico puede curarse por completo, pero para ello necesita emprender día a día una serie de acciones. Primero, apuntar en tarjetas visibles, un espejo, su escritorio, la idea de que su cólera no es biológica, sino que fue el resultado de una mala educación en su niñez, en la que sus padres no fueron tan culpables, pues también a ellos los educaron de esa manera.
El colérico debe erradicar su actitud día a día, proponiéndose una conducta enteramente nueva y diferente: esforzarse en no agredir, en escuchar, tolerar. Desde los primeros días, empezará a disfrutar enormemente de un mundo que desconocía.
Jacinto Faya Viesca