La Naturaleza ha dotado al hombre, de las pasiones como energías vitales, pero también le ha dado la razón, para regularlas e impedir que se conviertan en fuerzas salvajes que lo lleven a la ruina.
La virtud que le otorga al hombre el poder sobre sus pasiones, es la templanza.
Generalmente, las pasiones deben ser moderadas, porque sino se manifiestan con una intensidad que absorbe a todo el hombre y le impide razonar. A veces, en cambio, deben ser estimuladas, porque el ser humano sería más pobre si le viniesen a faltar. Lo vemos en los perezosos, en los anoréxicos, en los deprimidos, en los decepcionados, en los que no perciben más el estímulo de vivir y de actuar.
También se nota como es la pasión en una persona, observando la diferencia existente entre el que estudia con pasión y quien lo hace sólo por deber; entre quien ejerce una profesión con pasión y quien lo hace por simples motivos de lucro; entre quien vive su relación de pareja con amor y quien la vive solamente por rutina y tradición.
La templanza es la virtud cuya función es equilibrar las pasiones, para que estén presentes en la vida del hombre como energías positivas. No siempre es fácil, porque las pasiones tienen el poder de prometer y procurar placeres fáciles, intensos, inmediatos, y el hombre, en la mayoría de los casos, tiende a favorecerlas, olvidando las indicaciones de la razón.
Esto se da particularmente, con las pasiones relacionadas con la conservación de la vida personal (como el comer y el beber, que son reguladas por las virtudes de la templanza y la sobriedad), o cuando se trata de pasiones que conciernen a la vida de relación y, en particular, las conexas a la sexualidad (que deben ser moderadas por las virtudes sociales).
Cuando se habla de sexualidad, casi siempre se piensa enseguida en el placer físico que nace de la unión de los cuerpos.
Ser sexuado, no significa poseer un cuerpo diferente de otro, que promete un placer intenso, fácil, inmediato; sino que es un modo de ser persona con raciocinio, que está al origen de una relación interpersonal, alegre y fecunda de vida.
Llenar la soledad del otro
El elemento central de la sexualidad, es la relación interpersonal (no sólo intercorporal), dentro de la cual se dan la unión de dos vidas y, si se quiere, también el milagro de la procreación.
Por lo mismo, la educación sexual debe preocuparse sobre todo, de preparar al hombre y a la mujer a mirarse como personas, capaces de llenar sus vidas con amor, respeto y pasión y no solamente llenar el vacío de la soledad de pareja. Incluso, pueden llegar a ser creadores de cultura y de civilización, armonizando sus diferencias de masculinidad y feminidad.
Toda esta riqueza de vida, que mana de la diferencia sexual, puede ser estropeada y hasta destruida, cuando el hombre y la mujer ya no saben mirarse como personas que reflejan la belleza y se aman, sino sólo como un cuerpo que promete y produce placer. La persona es "cosificada", es decir, reducida a una cosa, objeto de sólo placer sin sentimientos.
Por esto, la sexualidad debe ser repensada y sobre todo moderada por una forma particular de templanza.
Sabemos que hoy, esta palabra, ha perdido todo su sentido humano y humanizante, pero más allá de las palabras, queda el hecho que el hombre tiene que asumir esta energía con toda su responsabilidad y convertirla en un instrumento de crecimiento para sí mismo y para su pareja.
Existen muchos otros ámbitos, en los cuales la templanza ejerce su influjo de virtud moderadora.
Recordemos, en particular, la mansedumbre, que modera la cólera y ayuda a evitar la violencia; la clemencia que, moderando siempre la cólera, ayuda a evitar aquella dureza que hace perder a la pena su carácter correctivo; la humildad, que modera la tendencia a afirmarse sobre los demás y ayuda a evitar la soberbia; la modestia en el comportamiento, que hace evitar la grosería y la pérdida de control.
Una ayuda contra los excesos
Un ámbito particular se da en la moderación del deseo del saber, que es fundamental en la vida de todo hombre, pero puede volverse dañino cuando no se quieren reconocer los límites de la razón. La templanza trae equilibrio y armonía en la vida del hombre, ayudándolo a evitar aquellos excesos que lo desfiguran.
Por esto, es la virtud la que permite al hombre expresar en sus gestos, en su comportamiento y en sus elecciones, eso tan hermoso que es el reflejo de su belleza interior.
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