La concentración es la flecha.
La meditación es el arco.
Cuando nos concentramos, enfocamos todas nuestras energías sobre algún sujeto u objeto a fin de descubrir su verdad. Cuando meditamos, nos elevamos desde nuestra conciencia limitada hacia una conciencia superior donde la inmensidad del silencio reina suprema.
La concentración quiere asir el conocimiento al cual apunta. La meditación quiere identificarse con el conocimiento que busca.
La concentración no permite que la perturbación, el ladrón, entre en su arsenal. La meditación le deja entrar. ¿Por qué? Precisamente para capturarlo in fraganti.
La concentración es el comandante que ordena a la conciencia dispersa que preste atención.
La concentración y la firmeza absoluta no son sólo inseparables guerreros divinos, sino también interdependientes.
La concentración desafía a duelo al enemigo y pelea con él. La meditación, con su sonrisa silenciosa, reduce el desafío del enemigo.
La concentración le dice a Dios: “Padre, estoy yendo hacia Ti.”
La meditación le dice a Dios: “Padre, ven hacia mí.“
Un aspirante tiene dos profesores genuinos: la concentración y la meditación. La concentración es siempre estricta con el estudiante; la meditación es estricta a veces. Pero ambas están solemnemente interesadas en el progreso de su estudiante.
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