Entenderse entre las personas ya de por sí es difícil pues para entenderse, primero se necesita escuchar y esa es una asignatura pendiente para casi todos.
Quizás hablar del amor sea probablemente el tema más difícil de tratar y el que produce mayores malentendidos (aquí es quizás es donde el lenguaje muestra toda su grandezas y limitaciones). El primero y principal es de la comprensión. Pensamos que si alguien nos quiere de verdad debe comprendernos. El amor se convierte así en una especie de diálogo mágico donde no hay trampas ni errores ni dificultades. Hay quien incluso pretende un diálogo sin obstáculos, próximo a la lectura directa del pensamiento o de la telepatía. Y sin embargo el amor y su lenguaje no forman parte de la parapsicología. Sea cual sea su nivel intelectual, económico, social o anímico todo individuo mantiene relaciones de tipo sentimental o afectivo con sus congéneres y estas relaciones son siempre problemáticas. Precisamente porque son afectivas o derivadas de un trato continuado.
No hay ninguna razón para creer que la frecuentación constante producirá necesariamente la comprensión y el acuerdo entre dos individuos. Miles de divorcios lo desmienten. No es verdad la conocida frase "si me conocieras acabarías queriéndome". Puede ser que incluso nazca el odio o que se intensifique. Cuanto mayor es el grado de frecuencia en el trato, mayores serán las posibilidades de malinterpretación de desacuerdo y de tensión. No es tampoco cierto que hablando la gente se entienda. Aunque el diálogo franco y responsable soluciona la mayor parte de los conflictos amorosos o humanos en general, a veces no es así. Sucede que más a menudo de lo que queremos, el conflicto no está en el fondo sino en la forma. Hablar, la manera de hablar, es un origen del desacuerdo. Los diversos estilos de expresarse que existen no siempre son compatibles y se puede originar una auténtica espiral de locos. Es como querer apagar un fuego con gasolina. Se insiste en hablar cuando la manera que tenemos de hacerlo exaspera cada vez más a nuestro interlocutor. Hay que analizar qué manera de hablar o de callar utilizamos habitualmente y si es responsable de nuestro desacuerdo.
No siempre podemos decir lo que queremos decir. Podemos no saber cómo hacerlo, o simplemente podemos no tenerlo aun muy claro. Tampoco es cierto que lo que digamos se comprenderá, quizás los matices serán muy importantes con nuestra interpretación general será desatendida o poco escuchada. Seguramente nuestras palabras quedarán diluidas o deformadas por los perjuicios de la persona que nos escucha. Las palabras no valen lo mismo si son pronunciadas por una u otra persona. Un individuo con fama de impuntual, por ejemplo, no será creído cuando afirme que llegará a una hora en concreto. Lo que hay detrás del lenguaje, lo supuesto y lo sobrentendido, son de la mayor importancia en la conversación, sobre todo en la sentimental. Las palabras deben tener relación con los actos y no con nuestras ideas y nuestros buenos propósitos. Aunque podemos ser hábiles en convencer de la bondad de nuestras intenciones y de nuestros hábitos, esa convicción durará poco si no va acompañada de hechos, de obras que lo justifiquen. Aún más: si tenemos una buena técnica verbal y, por el contrario, una pobre capacidad de hacer reales nuestras palabras, acabaremos siendo considerados cínicos o mentiroso. Y siempre en mayor grado que otra persona igualmente en cumplidora, pero menos deslumbrante en el aspecto verbal. No hay que alimentar jamás falsas esperanzas y menos adornarlas.
En las relaciones de pareja se suele tomar como una ofensa que no nos entiendan. Es un crimen. Nos parece razonable que, después de tanto tiempo, de tanto amor, de tantas ilusiones compartidas, nos comprendan. Otro amor pone en cuestión nuestro amor el amor propio que de pronto aparece. Nos sentimos heridos y erosionados en mayor o menor medida nuestra relación de pareja; es un acto reflejo defensivo, de pura supervivencia.
Seguramente estar enamorado no es el mejor modo de ver las cosas. Más bien es un estado poco propicio y confiado que puede descuidar nuestra expresión. La armonía comunicativa de una pareja reside en la habilidad, en la técnica ante los dos protagonistas se la hace posible, no es el amor puro y elevado. El lenguaje utilizado por una pareja debe responder y respetar los intereses de ambos y de cada individualidad por separado. Como es lógico, durante las primeras semanas de una relación amorosa, la ilusión lo puede todo y nuestras palabras y sentimientos son más ideales enteramente realizables no hay nada que perder y mucho que ganar en cambio, durante el matrimonio o la estabilidad de la pareja hay mucho que perder y una cierta reserva a ser completamente sinceros. El principio de conservación se desarrolla en la pareja y esto puede originar temor a afrontar los problemas.
Se puede hacer una montaña de nada si no se habla claro tiempo. Con las prevenciones necesarias, con la habilidad y el respeto debido es necesario hablar siempre y corregir lo reparable, evitar la agresividad debe ser una máxima imprescindible. Pensemos lo que pensemos de alguien, no podemos hacerle sentir como un idiota o como un ser despreciable si no queremos que sea nuestra última conversación. Informar a alguien de algo de manera traumática es contraproducente y poco amable, en suma. La agresividad es sin duda una muestra de inferioridad. Cualquier tipo de relación se erosiona por la agresividad, que siempre es recibida como crueldad. Hay que tolerar que algunas personas realicen un aprendizaje lento y que corrijan poco a poco su conducta.
En las relaciones de pareja es necesario combinar la sinceridad amistosa y el silencio medicinal a diario. Es algo así como combinar los dos grifos de la ducha, el de agua caliente y el de agua fría. Si queremos lavarnos a la temperatura idónea o simplemente a una soportable, tendremos que ir abriendo y cerrando los grifos hasta conseguir el templado equilibrio.(que a veces cuesta, o te quemas o sale fria, y en peor de los cosas se apaga ..o no?)
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