Los cristales (regalos preciosos de la madre Tierra) han existido desde el inicio de los tiempos, siendo utilizados por diversas civilizaciones y culturas: egipcios, babilonios, asirios, aborígenes australianos e indígenas norteamericanos entre otros. Estas maravillosas estructuras cristalinas reflejan a cabalidad la magnificencia de Dios. Dentro de su reino, su estado evolutivo es perfecto; sus moléculas vibran a una misma frecuencia y se encuentran alineadas armoniosamente con el pulso del universo.
Funcionan como puente despejando el camino entre nosotros, los seres humanos y los reinos superiores o celestiales. Los cristales son una herramienta maravillosa para conectarnos con los seres de luz, ya que magnifican la energía angelical, incrementando la recepción de los mensajes que nuestros ángeles desean enviarnos. De igual manera nos conectan con nuestro subconsciente para equilibrar el flujo de nuestra energía. En este artículo usaré la palabra cristal, aunque algunos son catalogados como minerales, rocas, piedras o gemas. Sin embargo, comúnmente se les llama a todos cristales.
Dentro del mundo físico, los cristales pertenecen y son la representación máxima del reino mineral. En el mundo espiritual, hacen parte del reino elemental que incluye los espíritus que guardan, sanan y protegen nuestro planeta tierra. Son como “ángeles de la naturaleza”, cuya energía es mas “densa” que la de los ángeles de las dimensiones celestiales, lo que significa que vibran en una frecuencia más lenta, lo que los hace “visibles” a nuestros sentidos físicos. Los cristales imprimen en nuestra aura vibraciones que sanan, equilibran y armonizan tanto nuestros chakras (centros energéticos) como nuestros cuerpos físico, mental, emocional y espiritual.
Los cristales amplifican tanto su propia energía como la energía universal divina. Además la energía que entra en un cristal es diferente de la que sale. De ahí su función sanadora: como están rodeados de un campo energético similar al nuestro, al entrar en contacto con nosotros transforman y equilibran nuestra energía deficiente.
Generalmente los cristales opacos (Hematite, Malaquita, Lapislázuli, etc.) son receptores de energía en mayor grado que emisores y los transparentes (Amatista, Cuarzo, Citrino, etc.) son emisores y regeneradores.
La elección de un cristal está condicionada por la situación que queramos trabajar en este momento de nuestras vidas. Así que la forma más sencilla sería consultar a un experto, cuáles son los que por sus propiedades naturales puedan ayudarnos mejor en nuestro proceso de evolución personal. Claro está que lo ideal es confiar en nuestra intuición y escoger no el más “hermoso” sino es que más nos llame la atención. En realidad son ellos los que nos escogen a nosotros. ¡Tal cual!. Después de hecha la elección, pregunta al vendedor cual es su uso y comprobarás que era justo el que necesitabas.
Los cristales pueden ser usados colocándolos en nuestro entorno o directamente sobre el cuerpo en su forma natural o pulidos en joyas. También en elixires (no todos, ya que algunos son tóxicos como el azufre) y en esencias. Algunos pueden ser utilizados en la noche, ubicándolos debajo de la almohada.
Después de adquirir un cristal debe limpiarse para retirar cualquier vibración que haya quedado impresa de otras personas o inclusive del sitio donde permanecía antes. El método más recomendado consiste en ponerlo debajo del chorro de agua (tibia) y luego dejarlo por lo menos 24 horas en sal marina. Este procedimiento se debe repetir por lo menos cada semana si es un cristal de uso personal y cada mes en el caso de los cristales colocados para armonizar los ambientes. Además, es conveniente no permitir que otra persona toque nuestro cristal de uso personal. También se deben recargar sus fuerzas por lo que es conveniente exponerlos a la luz del sol o de la luna, dependiendo de sus características.
A continuación una breve guía de las propiedades de algunos de los cristales más usados y conocidos en nuestro medio. Incluyo además los nombres de los arcángeles que se les relacionan:
AMATISTA: Color violeta. Ideal para meditar. Posee una vibración protectora a nivel del aura, transmutando lo negativo. Es un cristal de superación, renovación, paz interior. Brinda serenidad y confianza. Acelera el desarrollo de las habilidades psíquicas. Arcángeles: Miguel, Jeremiel y Zadquiel.
AVENTURINA VERDE: Proporciona calma, serenidad y armonía. En sanación alivia dolencias relacionadas con el sistema nervioso. Disminuye la ansiedad, la tristeza, la preocupación y el nerviosismo. Desarrolla el crecimiento espiritual y la gratitud por lo que ya se tiene. Arcángeles: Rafael, Jofiel y Raguel.
CITRINO: Color amarillo dorado. Posee vibración dinamizadora tanto física como psicológica. Proyecta acción y movimiento. Estimula la confianza y la prosperidad. Expande el optimismo y la capacidad de celebrar la vida. Ayuda a mantener ideas y pensamientos con claridad y lucidez. Arcángeles: Ariel, Gabriel y Uriel.
CUARZO CRISTAL DE ROCA: Color transparente. Es por excelencia el mineral usado para sanación. Limpia y mueve energías negativas. Expande y fortalece el aura. Libera emociones y trae calma. Incrementa la claridad en los pensamientos y aporta agilidad en la percepción. Ayuda a revelar la verdad. Arcángeles: Ariel, Gabriel, Haniel, Miguel, Rafael, Raziel y Sandalfón.
CUARZO ROSADO: Se le conoce popularmente como “La Piedra del Amor, Amistad y Armonía”. Sana suavemente las heridas del corazón causadas por decepciones en el amor. Posee cualidades de sedación y relajación, liberando tensiones tanto físicas como mentales. Arcángeles: Chamuel, Rafael y Ariel.
OJO DE TIGRE: Color amarillo dorado hasta marrón oscuro. Protege de envidias, celos y energías negativas. Aporta objetividad, humildad y autoestima a la vez. Adecuada para personas tímidas, inseguras y débiles. Es dinamizadora y estimulante. Ayuda a realizar las metas materiales y profesionales. Alivia dolencias relacionadas con el sistema digestivo. Arcángeles: Miguel y Uriel.
SODALITA: Color azul con manchas blancas. Fortalece el intelecto, estabiliza las emociones, clarifica la percepción y expande la conciencia durante la meditación. Mejora el contacto y la comunicación con otros. Limpia el sistema linfático y fortalece el sistema inmunológico. Proporciona calma, paz y regocijo. Arcángeles: Gabriel, Jeremiel, Rafael y Zadquiel.
Martha Muñoz Losada