Nuestra vida corre veloz, va de un lado para otro. Hay momentos en los que se asemeja a una montaña tranquila: todo ocupa su lugar, nada da muestras de querer cambiar. Otros instantes somos arrastrados de un sitio para otro, como el viento, hasta el punto que creemos que en cualquier instante se va a romper nuestro frágil equilibrio interior y saltará en mil pedazos el cristal que dibuja nuestra imagen ante los demás y ante nosotros mismos.
Para lograr el deseado equilibrio interior, para ser maduros y serenos, tenemos dos caminos: uno es el compromiso. Otro es el amor. O, si juntamos las dos cosas, sólo adquirimos estabilidad cuando nos comprometemos en el amor, o cuando amamos hasta llegar a compromisos sinceros.
Vivimos en un mundo en el que todo pasa con velocidad creciente: hoy dos jóvenes dicen amarse y mañana ni se saludan cuando se cruzan por la calle; dos adultos inician el proceso de divorcio para separar unas vidas que hace años habían unido en un amor que se prometieron "hasta la muerte"...
Pero es posible otro modo de vivir, es posible una entrega verdadera, es posible el amor comprometido.
Cada amor comprometido arraiga la existencia de un hombre o de una mujer hasta convertirlos en algo que dura. Será entonces como un árbol añejo, que está allí, a merced del viento, de la lluvia, del granizo o de la contaminación. El árbol grita al cielo que durará mientras sea lo que es, mientras pueda seguir luchando, día a día, contra la sequía, contra el abandono, contra el hacha que le roba algunas ramas para alimentar el fuego de un hogar.
Lo hermoso es llegar a un compromiso precisamente cuando uno sabe que puede tomarlo o dejarlo. Una vez que se ha hecho la decisión, el compromiso marca en profundidad toda la vida.
Así debería ser cualquier matrimonio, así debería ser cualquier amistad, así debería ser cualquier profesión que implique un servicio a la sociedad.
El hecho de que el compromiso sea algo hermoso no quita el que sea también difícil. Pero lo que vale cuesta. No sólo cuando se trata de comprar un diamante. La amistad, el amor verdadero, el compromiso de entrega a los demás, no se puede comprar con todo el oro del mundo. Los corazones no se venden sin permiso, aunque haya quien venda su corazón por un puñado de placer.
Es importante que no nos arrastren las aguas, ni nos lleve el viento, ni se nos pudran las raíces. Un amor comprometido y fresco puede vencer cualquier dificultad: puede tocar lo eterno ya en este mundo.
Autor: Fernando Pascual