El verdadero amor que sana, dignifica y enriquece la vida, es el fruto de la interacción entre dos personas reales, cada una de ellas con sus defectos y virtudes.
1- Enamoramiento y Amor, una diferencia fundamental.
La mayoría de nosotros conoce el idilio romántico en el comienzo de una relación, esa sensación embriagadora de amor perfecto, en la que el otro es el complemento ideal, el amor romántico tan bien retratado por Hollywood. No está mal, es un tiempo que debe disfrutarse, vivirse, es un tiempo para jugar y reír, para pasarla bien. Pero como todas las cosas de este mundo, este tiempo debe terminar. Según la pareja que se está constituyendo, este tiempo puede durar desde unos pocos días hasta unos cuantos meses. Pero tarde o temprano, inevitablemente termina.
Cuando esta etapa se cierra, cuando naturalmente el idilio se marchita, comienzan a aparecer las personas reales, con sus virtudes y sus defectos. A los ojos de ella “el príncipe azul” se desvanece y ante los ojos de él se desmorona “la mujer perfecta”.
Este hecho puede ser más o menos traumático según lo vayan asimilando cada uno de los protagonistas.
Dependiendo de la madurez emocional y de la capacidad para elaborar las frustraciones que en cada individuo existan, será muy distinto el resultado de esta experiencia.
Para algunos puede que sea totalmente insoportable, así el vínculo se rompe y cada uno sale corriendo en busca de una nueva relación, de un nuevo amorío. Esa gente está eternamente desengañándose, buscando nuevos vínculos, haciendo y deshaciendo parejas, sin que nada les dure. Se suelen sentir inmensamente frustrados y pueden caer en el error de inculpar al otro de sus fracasos, sin asumir las responsabilidades personales que los llevan a repetir una y otra vez los mismos errores.
Están hipnotizados por el enamoramiento, van detrás del romance como atraídos por un espejismo que una y otra vez los engaña. Y así nunca pueden llegar a hacer contacto con el otro real, con la pareja humana no idealizada, único vehículo para poder construir el verdadero amor.
A. SOPORTANDO LA DESILUSIÓN
Pero si logran soportar el desencanto, la desilusión, si pueden asimilar que el no es el “príncipe azul” ni ella “la mujer perfecta”, por que ni el príncipe azul ni la mujer perfecta existen, entonces han dado un gran paso. Aquí se abre la primera oportunidad para que el amor real nazca. Porque el amor profundo, el amor conciente que da sentido y plenitud a la vida, no es el enamoramiento paradisíaco-perfecto de la primera época de una relación. El enamoramiento es una emoción poderosa y tiene un fuerte componente de pasión, ilusión, ternura y sexualidad. Pero las emociones son pasajeras y están condenadas a extinguirse. Y así, cuando el enamoramiento pasa, muchas parejas basadas solamente en esta emoción se deshacen.
El poderoso amor que sana, que dignifica y bendice nuestra vida es el fruto de la interacción entre dos personas reales, cada una de ellas con sus fallas y sus bondades. Que se disponen deliberadamente a compartir y crecer juntos. A asumir uno de los desafíos existenciales más valiosos y dignos que los seres humanos somos capaces de afrontar en esta época: vivir en pareja.
Una actitud idealista o perfeccionista del amor, encubre una visión llena de prejuicios e irrealidad en relación con lo que una pareja “debe ser”. Lo más sano es comprometerse sinceramente en la relación y asumir las responsabilidades por nuestras conductas y por la forma de relación que queremos alimentar.
Cuando el primer momento de atracción y encanto termina, para que el viaje pueda continuar y profundizarse, tendrán que soportar la realidad sin idealización y reparar la ilusión herida con una actitud conciente y madura, en donde las dos personas reales comienzan a acercarse de una forma totalmente nueva. A re-conocerse por primera vez. Porque a amar se aprende. Y es un aprendizaje que nos lleva toda la vida. Y la pareja es el lugar ideal para emprender dicho aprendizaje.
B. AMOR
Es el comienzo de algo verdadero, aquí se va dibujando la silueta de una pareja.
Si son valientes y se animan a avanzar hacia el amor consciente, el tiempo los llevará a cultivar el vínculo con cualidades como: amistad, respeto, comprensión, paciencia y la imprescindible comunicación.
Enamoramiento no es amor, la puerta no es el interior de la casa, es sólo la entrada. El enamoramiento es la puerta, que si logramos atravesar nos conducirá lentamente hacia el interior dem la casa donde recide el amor.
El amor verdadero es como el alambique del alquimista, allí pueden obrarse cambios reales en nuestro ser. Pues gracias a este amor podemos transformar la escoria en oro, todo lo deficiente que llevamos dentro puede ser convertido en paciencia, compasión, alegría, creatividad. El otro se transforma en el vínculo que nos conecta con el amor incondicional. El otro nos obliga a que aprendamos a amar más allá de nuestros condicionamientos, de nuestros límites. Incluso a pesar nuestro. Porque paradójicamente para la razón, aprender a amar duele. Porque nos empuja fuera de nuestro pequeño ego, del yo-identidad al que tanto nos aferramos.
El amor verdadero nos vuelve conscientes de nosotros y de los otros, y nos permite apreciar la vida como nunca antes la habíamos podido imaginar.
El amor que podemos realizar en pareja nos vuelve sensiblemente humanos y nos enriquece de manera continua.
C. CADA UNO, LA PAREJA Y EL BIEN COMÚN
Además una pareja nunca debe olvidar que por más grande que pueda parecer una diferencia, siempre es posible algún tipo de acuerdo basado en el principio del bien común. El bien común es un mediador justo y poderoso que le permite a la relación fortificarse y volverse segura de sí misma. Nos enseña a trabajar en objetivos comunes, manteniéndonos unidos y a la vez conservando una sana individualidad. El bien común asegura además, que no habrá abusos de poder, que al avanzar sobre las diferencias no estaremos subordinándonos al ego ni a la voluntad de nadie, sino que estaremos entregándonos al amor recíproco, al cuidado mutuo que ambos requieren para salir airosos de cualquier disputa.
Podríamos decir que en la pareja existen cuatro elementos: cada uno de los individuos, la pareja como un alma independiente producto de la interacción de estas dos personas y una entidad reguladora que trasciende a los dos individuos, capaz de traer equilibrio, proporción y neutralidad dentro de la relación. Llamaremos a esta instancia “bien común”.
Este es un principio regulador trascendente, por que se ubica más allá de las personalidades y deseos individuales. Apunta a la cohesión del vínculo, privilegiando lo que será bueno para la pareja, como entidad independiente, en detrimento de las inclinaciones egoístas, que sólo buscan el bien personal sin tomar en cuenta a las necesidades del otro o utilizan al vínculo como un medio para lograr sus propios fines.
El amor mutuo y el bien común funcionan como una unidad trascendental. El amor mutuo es además el fundamento del bien común. Por el amor que le tengo al otro y por el amor que el otro me tiene se hace posible el bien común.
El bien común es una guía objetiva durante un conflicto, una especie de brújula que aconseja a la pareja en los momentos de cerrazón y tormenta, indicándoles la dirección correcta más allá de las visiones unilaterales. “No es tu ego ni es el mío, es el bien común lo que mantendrá viva a la pareja si lo permitimos”.
Una sinceridad de fuego es necesaria para lograr esto. Una sinceridad diamantina con uno mismo y una transparencia completa hacia el otro se vuelven imprescindibles si queremos encontrar limpiamente las soluciones adecuadas y verdaderas que reanimen la confianza mutua y el sentido de solidaridad.
Esto lleva invariablemente a la aceptación generosa del bien común, porque es de esa manera que los miembros de la pareja se brindan mutuo respeto y se honran el uno al otro.
Aquí debemos aprender que para lograr el bienestar, muchas veces es necesario ceder, conceder, permitir. Por supuesto que no de una forma sumisa ni resignada, sino con el espíritu claro de que lo que estamos haciendo es realmente una acción que fortificará a ambos, es decir, a la pareja que hemos decidido proteger.
Los dos ceden, los dos deciden. Es un ejercicio que cada uno debe aprender, que cada pareja debe realizar. Es la construcción de un equilibrio dinámico, siempre vivo y cambiante. Es el reflejo del alma viva de la pareja: un crecimiento constante, donde los dos se reacomodan a las circunstancias nuevas. Donde la comunicación fluye y prospera porque ambos se esfuerzan en expresarse de manera clara pero sin agresión, y ambos se esfuerzan en escuchar de manera receptiva y completa. Así se abre la posibilidad de llegar a acuerdos que satisfagan al vínculo.
Los dos buscan conscientemente “lo correcto”, es decir el bien común. El bien común es una necesidad para que el vínculo se mantenga vivo y sano, es una guía y a la vez una garantía de que ambos ceden en la relación, no para quedar bajo el gobierno del otro sino para poder encontrar y construir objetivos neutros, limpios de caprichos egoístas. Y esto es una necesidad. Una necesidad está ligada a lo imprescindible, no es algo que pueda ser negociado. Y la búsqueda del bien común es una necesidad.
Por lo general el gusto personal está ligado al querer, al desear; no es algo imprescindible, muchas veces tiene que quedar en segundo plano, postergado para más adelante o relegado para siempre al ámbito de la fantasía.
Si uno o ambos miembros de la pareja intentan imponer metas egoístas en la relación, sea de manera violenta o diplomática, esa acción no tendrá otro resultado más que el fracaso, la frustración y el resentimiento. Podemos decir algo con mucha seguridad: si uno o los dos miembros de la pareja no pueden, no saben o no quieren relegar el afán individualista en beneficio del proyecto común, las cosas no funcionarán bien. El vínculo estará condenado. Tarde o temprano cada uno seguirá por un camino distinto. El corazón de un vínculo sano se apoya en la comunicación y el bien común por sobre el deseo individualista.
Algunas veces será más difícil ponerse de acuerdo, otras más fácil, puede que uno de los dos tenga más desenvoltura y al otro le cueste más. Pero eso no es lo que determinará el resultado del conflicto.
El conflicto de poder puede resolverse si ambos deciden acordar metas comunes, con fines que enriquecerán a la pareja, donde ambos se sientan felices de las decisiones que están tomando aunque eso signifique posponer los deseos narcisistas.
Al mismo tiempo que el bien común se va afianzando en el vínculo, un amor profundo, más allá de cualquier contenido sexual, comienza a generarse y florecer. Es inevitable que así suceda cuando vemos a nuestro amado y nos vemos a nosotros mismos cediendo y confiando en favor de la relación. Un sentimiento de admiración hacia el otro acompaña a nuestro amor que crece. Esa admiración hacia nuestro amado nos ayuda a que en los momentos en los que surgen las inevitables peleas y desacuerdos, podamos recuperarnos prontamente y evitemos que las discrepancias se vuelvan exageradamente agresivas y amargas.
Cuando una pareja logra vincularse de este modo, desarrollará una gran capacidad de lidiar con los conflictos de manera eficaz impidiendo escaladas estériles y destructivas.
http://www.psico-in.com.ar/pareja.htm