Todos los seres vivos procedemos del mismo ser originario. Todos somos divinos porque portamos en nuestro interior un trocito de Dios: nuestra alma.
En realidad este cuerpo con el que nos relacionamos con mayor o menor fortuna con nuestro entorno es simplemente el vehículo de nuestro ser auténtico. Nosotros somos luz divina, somos energía pura. El cuerpo es solo el envoltorio necesario para poder manifestarnos en este plano físico.
Como energía que somos, abarcamos más de lo que el ojo humano puede ver. Nos expresamos mediante campos energéticos conocidos por muchos como auras.
En nuestras relaciones damos y recibimos energía, a veces incluso nos peleamos por ella o la robamos a aquellos que nos rodean. Es difícil conseguir aumentar nuestro nivel de energía por medios autónomos, pero con entrenamiento todo se consigue.
Si no te crees que somos energía compruébalo tú mismo con esta sencilla prueba:
1. Siéntate cómodo y cierra los ojos, respira un par de veces profunda y rítmicamente para relajarte.
2. Coloca las palmas de tus manos enfrentadas a una distancia aproximada de medio metro. Manténte así unos minutos concentrándote en el hueco entre tus manos.
3. Acerca las palmas de tus manos unos pocos centímetros más, ¿empiezas a notarlo? Repite la operación cada 10 o 5 minutos hasta llegar a casi juntar las manos.
Eso que notas es tu campo energético. Algunos lo perciben como calor, otros como magnetismo o cambios de presión sin roce. Cuando lo hayas notado, aprovecha y juega con la sensación. Experimenta. Sólo así te harás consciente de tu verdadero cuerpo.