Si no es para ayudar ¿para qué hablar?
Si no es para acrecentar la alegría del otro y con ello reír juntos ¿para qué hablar?
Si no es para animar, para embellecer, para compartir paz, para acompañar, para acariciar, para consolar, para alcanzar la unidad con los demás, ¿para qué hablar?
Así como el valor de la vida que se lleva depende de los propios actos, desde el pensar con bondad de alguien y hasta todas y cada una de las partes que constituye el primer mundo existencial: el propio interno, el valor del verbo depende de cada uno. La capacidad de seleccionar lo que queda con uno y que sale de uno es un potencial a desarrollar a cada instante.
“Somos seres libres para elegir qué decir”