Bien sabemos que la actitud del líder es determinante en la formación de la cultura de un equipo, pero también en el cultivo de unas sólidas relaciones interpersonales que necesitan motivación y un trato humano cordial y generoso. Por tanto se requieren de líderes amables, respetuosos y abiertos a los demás.
Cuando el líder se encuentra dispuesto a asumir los desafíos con una actitud positiva y optimista, es capaz de ver el cielo despejado y de color azul. Sin embargo, cuando el líder imperceptiblemente se carga de negatividad, lo que consigue es generar un sinnúmero de nubes grises que opacan la brillantez de su talento para asumir los desafíos que se le imponen.
Una de las actitudes necesarias es aquella para afrontar el cambio. Es innegable que no siempre en las actividades de equipo se vislumbran cielos azulados que perfilen un buen destino. Sin embargo, si existe la voluntad de poner los medios adecuados sabiendo que son las personas y el talento humano la clave para el impulso, y con eso poder hacer cambiar un panorama adverso.
La iniciativa para proponer cambios necesarios debe ir acompañada de un orden que sistematice su ejecución y evaluación respectiva, pues no se trata de plantear intenciones temporales sino que perduren en el tiempo y que tenga efectos positivos en quienes forman parte del equipo.
El buen liderazgo es generador y multiplicador de ideas, valores y actitudes; no es un debate sobre quién manda, sino sobre el sentido que le damos a nuestra acción cotidiana; sobre cómo se construye el sentido de lo que hacemos, cómo se comparte y hacia dónde nos moviliza.
Lo importante será que quien se proponga formarse como líder empiece por reconocerse humildemente a sí mismo, un auto-conocimiento sincero que le lleve a percibir sus falencias y tomar un plan de acción concreto que permita corregirlas a tiempo.
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