Los juegos colectivos siempre han sido, en especial cuando se transforman en competiciones entre tribus o pueblos, unas muestras de pasión exacerbada. Esto ha ocurrido desde que comenzaron a practicarse en las tierras de Oriente en el año 6.000 a.C., donde ya se escribía lo siguiente: los hombres son más apasionados en los juegos que en las cuestiones serias. Algo que no puede asombrarnos, si tenemos en cuenta lo fácilmente que pasan los aficionados al fútbol del más desmedido entusiasmo a una rabia desesperada, que la mayoría de las veces vuelcan sobre el árbitro de turno.
Los aztecas practicaban algunos juegos con gran violencia. Por ejemplo, el tlachtli o la pelota. Comenzaron viéndolo como un deporte y, luego, lo convirtieron en todo un ritual. Se sabe que lo empezaron a jugar los toltecas en el año 500 a.C., ya que se han encontrado las pruebas en unas excavaciones realizadas en La Venta.
El «brutal» y deportivo juego de la pelota
El tlachtli se jugaba en un campo con forma de una "i" mayúscula, en cuyos lados se colocaban unas gradas de asientos escalonados para los espectadores. En el centro de una de las paredes se encontraba la «canasta», que era un círculo de piedra o de madera, que generalmente se colocaba en un sentido vertical, casi como en el baloncesto, donde la canasta se instala en un plano horizontal al suelo de la cancha. El objetivo era el mismo: conseguir que la pelota atravesara el orificio del círculo de piedra y, al mismo tiempo, impedir que el adversario lo lograra antes.
La pelota estaba hecha de varias capas de hule presionado, lo que le daba una gran dureza y consistencia. A los jugadores se les permitía golpearla con los pies, las caderas y los codos, pero nunca con las manos. Todos ellos iban bien protegidos como un especie de acolchonamientos, compuestos de petos, rodilleras, mandiles de cuero, mentoneras y medias máscaras que protegían las mejillas; y podían empujarse, golpearse y ponerse «zancadillas» mientras estuvieran jugando. Esta brutalidad convertía el juego en una diversión que apasionaba a los espectadores.
A pesar de ir tan protegidos, algunos jugadores recibían unos golpes en el vientre tan terribles que se desplomaban en el suelo entre espasmos de muerte. Una vez finalizaba la competición, casi todos los participantes debían ponerse en manos de los sacerdotes-médicos, con el fin de que les extrajeran la sangre acumulada en las caderas y en otras partes del cuerpo. Además, necesitaban ser curados de muchas heridas y de graves contusiones.
Por otra parte, dado que habían participado dos equipos bien entrenados, casi siempre representando a una tribu o a un clan poderoso, sus seguidores en ningún momento habían dejado de intervenir con sus gritos de ánimo, insultos y protestas. Sin embargo, en el momento que el juego se ritualizó, al llevarlo a los templos, se impusieron ciertas normas y, en casos excepcionales, los perdedores pasaban a ser víctimas de los sacrificios humanos. Algunos historiadores han llegado a escribir que esta misma «suerte» la corrieron los ganadores en momentos de grandes calamidades, cuando la ofrenda de corazones a los dioses debían ser lo más elevadas posible y de la mejor calidad, por eso se recurría a los grandes héroes.
En relación a este juego fray Bernardino de Sahagún escribió lo siguiente:
Las pelotas eran del tamaño aproximado de las de bolos (unos quince centímetros de diámetro) y eran sólidas hechas con una goma llamada ulli..., que es muy ligera y rebota como una pelota inflada. Durante el juego los que se hallaban presentes hacían apuestas de oro, turquesas, esclavos, ricas mantas y casas... En otras ocasiones, el señor jugaba pelota por diversión... También con él iban buenos jugadores de pelota, quienes jugaban ante él y otros principales jugaba?? en el equipo adversario y ganaban oro y chalchigúites y, cuentas de oro y turquesas y ricos mantos y maxtíes y casas, etc... El campo de juego de pelota consistía en dos paredes separadas veinte o treinta pies, que eran hasta de cuarenta o cincuenta pies de longitud; las paredes estaban blanqueadas y medían alrededor de ocho y medio pies de altura y en medio del campo había una línea que era usada en el juego... En el centro de las paredes, en medio del campo, se hallaban las piedras, como muelas de molino ahuecadas, una frente a la otra y cada una tenía u,? agujero bastante grande para contener la pelota... Y el que hacia pasar la pelota por él ganaba el juego. No jugaban con las manos. sino golpeaban la pelota con las nalgas; empleaban para jugar guantes en las manos y un cinturón de cuero en las nalgas, para golpear la pelota...
Al buen fraile le debieron contar sus informadores un juego de pelota muy deportivo, cuando antes de la conquista había consistido en auténticas batallas animadas por un público que necesitaba ganar a toda costa, por lo mucho que estaba apostando.
Como casi todo lo que hacían los aztecas, el tlachtli ofrecía un significado religioso y mítico. Se suponía que todo el recinto de juego era el mundo, donde la pelota cumplía las funciones de un astro, que bien podía ser el sol o la luna. Hemos de tener en cuenta que el tlachtli significaba, de acuerdo a una interpretación sagrada, el cielo donde las divinidades o las criaturas sobrenaturales jugaban a la pelota con algunos de los astros.
Se contaba la leyenda de que una mala tarde el emperador Axayácatl estaba jugando frente al señor de Xochimilco. En un momento de máximo entusiasmo, se atrevió a apostar todo el mercado de México contra el magnífico jardín que poseía su contrincante. Pero lo perdió luego de haber creído que su
victoria era indiscutible. Dado que podía causar tanto daño a su pueblo si se pagaba la apuesta, a la mañana siguiente unos soldados mexicanos llegaron ante el ganador, al que entregaron los documentos que le acreditaban como nuevo propietario de los mercados. Sin embargo, con los papeles se habían cuidado de poner un collar de flores, que al colocar alrededor del cuello del confiado señor de Xochimilco les sirvió para estrangularlo.
El juego de los frijoles
Los aztecas practicaban un juego más pacífico, ya que sólo intervenían dos o cuatro personas sentadas en unas esterillas. Era el patolli o una especie de «juego de la oca». Se necesitaba un tablero o papel marcado en forma de cruz, que se había dividido en casillas, y unos frijoles. El objetivo era desplazarse por el tablero para, luego, volver al punto inicial, es decir, a la «casa». Los dados eran frijoles marcados con diferentes puntos. A medida que se iban tirando los dados, se avanzaba por las casillas, utilizando unas piedrecitas de colores, de acuerdo con el número de puntos que hubieran salido. El primero que llegaba a la «casa» era el ganador, luego suyas eran las apuestas que se habían establecido antes de iniciar el patolli.
Se sabe que Moctezuma y Hernán Cortés lo jugaron mientras el primero estaba en su palacio en condición de prisionero. Bernal Díaz dio el nombre a este juego de totoloque y nos contó que los dos importantes participantes se cruzaron apuestas. Eran utilizadas unas pelotitas muy tersas, hechas de oro... Arrojaban estas pelotitas a alguna distancia, lo mismo que unas pequeñas planchas, hechas también de oro... En cinco jugadas e intentos ganaban o perdían ciertas piezas de oro o ricas joyas que apostaban...
Bernal Díaz contó, al haber estado presente, una anécdota muy ilustrativa sobre la relación existente entre Moctezuma y Hernán Cortés. Mientras jugaban al totoloque, cada uno disponía de su contador. Pedro de Alvarado era el del gran conquistador. En un momento de la partida, el regio prisionero observó que aquel personaje llamado el «Sol» (los aztecas dieron este nombre a Alvarado por lo rubio que eran Sus cabellos) estaba anotando más puntos de los ganados por su rival. Entonces sonrió y, luego, comentó con gran delicadeza: Se me hace mal. Se estaba refiriendo a que Cortes hacia yxoxol («trampas»).
Este juego también ofrecía un significado esotérico, debido a que el tablero estaba dividido en cincuenta y dos casillas, que coincidían con el mismo número de años que daban forma al ciclo solar utilizado por los adivinadores o sacerdotes-astrólogos encargados de interpretar el horóscopo azteca.
El juego sagrado del perdedor fijo
La fiesta-juego era tan esperada que el pueblo no podía contener su entusiasmo. Se habían pagado tres pavos y cien gramos de cacao por los lugares de privilegio. Cuando aparecieron los dos más bravos guerreros de los clanes de los Caballeros Águila y los Caballeros Jaguar se hizo el silencio más absoluto.
Nadie lo pidió para que se escucharan mejor los tambores, los cuernos y las matracas. Lo que se pretendía era no perderse ni un solo detalle de la danza de los héroes. Porque sus movimientos iba a permitirles saber quién sería el ganador en el próximo juego, algo muy importante a la hora de cruzar las apuestas.
El Caballero Jaguar iba vestido con la piel de varios de estos feroces animales y cubría su rostro con una máscara de madera, que ofrecía las formas de una bestia con la boca abierta en un rugido. Al Caballero Águila le correspondía saltar, igual que si con cada impulso fuese a remontar el vuelo. Ambos eran muy jóvenes y portaban lanzas, rematadas con obsidiana, y gruesos escudos. El Caballero Águila se cubría con un vestido compuesto de plumas del ave que representaba y su máscara imitaba el pico de la misma.
A lo largo de unos minutos los dos valientes siguieron entregados a una especie de danza, en la que parecían estar luchando con las lanzas: simulaban que las arrojaban hasta alcanzar a sus invisibles enemigos; luego, las desclavaban y, a la vez, daban saltos como si estuvieran esquivando las armas enemigas. Esto formaba parte del ritual guerrero, en el que únicamente podían intervenir los mejores de los clanes. Por eso se les había llevado a la ciudad secreta de Malinalli, donde nunca se pudieron ver; sin embargo, los dos contaron con los patios ideales para el entrenamiento que les dejaría en condiciones de intervenir en el juego sagrado.
En un momento muy preciso, estudiado, ambos guerreros se detuvieron frente a una plataforma. Los asistentes lo aprovecharon para cruzarse apuestas con gestos y movimientos, sin hablar y manteniendo los ojos fijos en lo que iba a suceder.
El Caballero Jaguar y el Caballero Águila ya estaban subiendo los escalones que los separaban de la plataforma. Allí se encontraron frente al disco del sol, en cuyo centro surgía una estaca, a la cual se encontraba atada la pierna de un guerrero enemigo. Este nada más que vestía un modesto taparrabos, mientras sujetaba un escudo con la mano derecha y empuñaba una espada con la izquierda. Sin embargo, el arma era completamente inofensiva, al habérsele quitado la afilada obsidiana, para convertirla en un simple palo.
El prisionero «fijo« a la rueda había sido un celebrado jefe de los tíaxcaltecas, que eran los enemigos tradicionales de los aztecas. A pesar de sus condiciones se hallaba dispuesto a pelear, como demostró al intentar golpear al Caballero Jaguar que se le aproximaba por atrás; pero sólo encontró el aire frente al gran saltó de quien pretendía ser su verdugo. Siguió luchando desesperadamente; mientras, paraba los ataques de sus dos temibles rivales.
Súbitamente, el primer relámpago de muerte le llegó a través de la espada cubierta de cuchillos de obsidiana, que podían cercenar un brazo o una cabeza de un solo tajo, manejada por el Caballero Águila. Ya no pudo escuchar nada más, porque había muerto; al mismo tiempo, atronaban el aire los gritos de todos los espectadores que habían apostado por el
Caballero Águila como el que abatiría mortalmente al prisionero...
Este juego formaba parte de los sacrificios humanos, luego estaba dedicado a los dioses. Un héroe había muerto para que lloviese, el maíz creciese con mayor abundancia que nunca o las mujeres dieran a luz unos hijos más fuertes. Cruel xxxxxx, según nuestra interpretación actual, pero que no era más violento que llevar a la hoguera, ante el pueblo, a un hereje por el simple hecho de no creer en el cristianismo.
La caza
La caza suponía un juego para los aztecas poderosos; sin embargo, en el caso de los más humildes se convertía en la necesidad de aumentar o variar sus alimentos o conseguir un producto para ofrecer en el mercado. En los grandes jardines de los palacios de México-Tenochtitlán y otras ciudades había abundancia de aves y venados, que en muchas ocasiones se convertían en el objetivo de los cazadores. Don Álvaro Tezozómoc contó en su libro «Crónica mexicana» lo siguiente: Fuese el rey (Moctezuma) a holgar... llevando veinticinco señores principales mexicanos aposentados en su palacio que tenía en Atlacuihuayan (Tacubaya)..., y dijo a los señores que se estuvieran quedos; entró solo en una huerta a caza de pájaros, con una cerbatana mató... a un pájaro...
Con esta cerbatana que se menciona era posible disparar unas bolitas de barro cocido. Se venía utilizando en todo México desde hacía muchos siglos, como se puede comprobar en el Popol Vuh (la llamada «Biblia« de los mayas). También aparece en un vaso labrado que se pudo encontrar en las proximidades del gran templo de Teotihuacán.
A lo largo del cuarto mes azteca, el llamado Quecholli, se organizaban grandes batidas de caza, en las que participaban casi todos los guerreros. Una de las zonas preferidas era la montaña de Zacatepetí, donde pasaban las noches en refugios provisionales construidos con ramas de árboles. En el momento que amanecía, todos formaban una larga fila y comenzaban a avanzar muy despacio, pendientes de la aparición de venados, conejos, coyotes liebres y otros animales.
Al llegar el atardecer del último día, todos los participantes de la cacería regresaban a la ciudad llevando las cabeza de los animales abatidos. Pero el que había cazado un venado o un coyote sabía que iba a tener el honor de ser premiado por el mismo emperador, luego de celebrar en palacio un banquete con todos sus compañeros de caza, en el que se servían las más exquisitas viandas y un pulque especial, que se preparaba para la mesa de los aztecas más importantes.
"Los pájaros voladores"
Otro de los juegos que apasionaban a los aztecas era el de «los pájaros voladores«. Consistía en un alto y grueso poste, de unos quince metros de altura, provisto en su zona más alta de una plataforma circular, de la que pendían unas largas cuerdas que terminaban en unos lazos. Sobre esta plataforma se encontraba un músico, que marcaba el ritmo de todas las acciones.
Varios jóvenes vestidos como los dioses de las aves, todos los cuales ignoraban el vértigo, trepaban hasta la plataforma, se sujetaban un pie a uno de los lazos y se lanzaban al vacío. A medida que caían las cuerdas se iban desenrollando, con lo que provocaban el giro de la plataforma. Esto simulaba el vuelo invertido de los participantes, los cuales se iban aproximando al suelo, que nunca tocarían; mientras, estaban obligados a moverse para desplazar su centro de equilibrio y, a la vez, poder ajustar sus alas, con lo que ofrecían el aspecto de unos pájaros planeando para no caerse. Todo esto se acompañaba al son de la flauta y el tambor, que tocaba el ágil músico subido en la zona más alta del poste.
Esta sencilla aplicación del fenómeno físico del deslizamiento constituía un juego lleno de colorido y hermosura, como se puede ver en la actualidad en muchos lugares de México. El Poste Volador más antiguo se encontraba en Tenochtitlán, precisamente en el lugar donde hoy se alza el edificio de la Corte Suprema.