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| Mente Clara, Finanzas Sanas | |
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Nemesis CO-CREADOR@
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| Tema: Mente Clara, Finanzas Sanas Dom Abr 24 2011, 23:23 | |
| MODELO DE ECONOMIA PERSONAL
1. El Problema
Es frecuente que vivamos en el mundo sin preguntarnos dos veces por la veracidad de ciertos supuestos con los cuales convivimos día a día. Suponemos que si introducimos alimentos en el refrigerador, éstos se mantendrán fríos, no porque sepamos como funciona aquel, sino porque estamos acostumbrados a que así sea. Es la costumbre la que nos otorga esa creencia, que es eso justamente, una creencia. Para movernos en el mundo, necesitamos de estas creencias, son éstas las que nos hacen posible manipular el sin fin de utensilios que hacen parte de nuestras vidas. Hay sin embargo circunstancias que ameritan una revisión profunda de nuestras creencias. Esto ocurre cuando éstas ya no se ajustan a la realidad, y por lo tanto comienzan a crear distorsiones y suscitar falsas verdades. Cuando nos damos cuenta que habitamos falsas creencias, debemos buscarnos unas ciertas, o de lo contrario nos exponemos a vivir en el engaño.
La ciencia económica, como cualquier otra ciencia social, tiene también su propio conjunto de creencias. Estas se han venido estableciendo a lo largo de los años, derivándose en primera instancia de la filosofía moral y convirtiéndose finalmente en una de las más prestigiosas disciplinas del saber académico. Es aún la única de las ciencias sociales que tiene su propio premio Nobel, no así la psicología o la geografía.
De acuerdo al modelo económico vigente, hemos de buscar el incremento de nuestro capital de forma ilimitada, suponiendo que ¨ más es siempre mejor ¨. El modelo, tal y como ha sido entendido por la mayoría de aquellos que hemos crecido en una economía de corte capitalista, supone un deseo infinito por acrecentar los recursos financieros de que podamos disponer. La acumulación de capital se constituye así en uno de los pilares principales sobre los cuales se construye el edificio económico de nuestra sociedad. Esta es sin duda una de las creencias que, sin que nos demos cuenta, rige nuestras vidas día tras día. Pero vale la pena preguntarse ¿hasta qué punto es esta una forma de vida legítima vista desde el punto de vista de la realización del ser humano como ente integral? ¿Es esta acumulación la mejor manera de vivir en el mundo como agentes económicos? ¿Estamos cumpliendo en forma satisfactoria con nuestras obligaciones para con los demás y para con nosotros mismos al dedicarnos a acumular sin saber ni siquiera por qué? Son estas preguntas las que hemos querido abordar en este ensayo y que habremos de tratar a continuación.
2. El modelo anterior
Quizá sea conveniente remontarnos a la etimología de la palabra economía para así comenzar a esclarecer nuestro problema. Economía proviene del latín oeconomia, que a su vez proviene del griego oikonomia, que significa “relacionado con la dirección o administración de la casa”. Es decir, la economía era originalmente la ciencia que buscaba la sabia administración de los recursos de que disponemos en nuestros hogares. Significa pues que ante unos medios finitos, se hace necesario disponer de ellos, administrarlos, de tal forma que su utilización sea lo más ventajosa para los habitantes de dicha casa. Vemos entonces como antes de convertirse en una ciencia compleja y con altísimos niveles de abstracción, la economía miraba a las necesidades del hogar y procuraba la sabia administración de sus recursos. Dejando de lado las diferencias cuantitativas enormes que van de la administración de un hogar al diseño de una política macroeconómica por parte de un equipo de economistas, lo cierto es que al volver la mirada atrás vemos con claridad la relación directa entre el individuo concreto y la economía. En su acepción griega, la economía era indisociable de las necesidades básicas de un grupo reducido de seres humanos, unidos bajo el mismo techo. No se presentaba pues como una ciencia fundamentalmente teórica, sino, más bien, como un conjunto de prácticas que habrían de garantizar un mínimo de bienestar siempre y cuando se dispusiera de un mínimo de recursos. Aquí todavía no están presentes criterios como el de acumulación, por ejemplo.
Siglos después, y durante casi toda la Edad Media, se mantuvo vigente un “modelo económico” que subordinó los fines económicos a los políticos y religiosos. Los príncipes que gobernaron Europa hasta aproximadamente el siglo XIII se encontraban enmarcados en un sistema que unía inexorablemente el poder económico con el político. Es decir, que dentro del sistema de valores que regía entonces, era impensable el disponer de una gran riqueza material sin asumir simultáneamente una responsabilidad política. La riqueza era uno de los medios que hacía posible al señor feudal gobernar el territorio bajo su dominio. En tiempos de crisis, esa riqueza, por lo general expresada en patrimonio agrícola y grandes reservas de alimentos, era redistribuida a los campesinos y demás habitantes del feudo.
Lo que era a todas luces inconcebible era la acumulación de una fortuna personal “ociosa”, sin otro fin que el de colmar cada uno de los caprichos y deseos de su poseedor. Sobra anotar que es exactamente esta última la premisa bajo la cual opera el sistema capitalista actual. Que una persona decida por su propia cuenta utilizar en forma generosa su excedente de capital es sin lugar a dudas visto como una conducta beneficiosa y hasta digna de imitar; pero que nos sintamos en la necesidad de darle un uso social a nuestro excedente, o que de allí se derive una responsabilidad ineludible para con los otros, está muy lejos de ser la creencia prevalente en nuestra sociedad. Más bien, se suele considerar como un fin perfectamente válido que un individuo atesore riqueza sin más propósito que el de saciar sin limite su sed de confort y entretenimiento. Al fin y al cabo, la plata es suya y pueda hacer lo que quiera con ésta.
3. Dónde nos perdimos?
El advenimiento de la Edad Moderna significó entonces el desarrollo de una lógica capitalista que abandonó las nociones de ganancia justa y responsabilidad concomitante del dinero. En aras de una mayor libertad, se decretó la legitimidad de perseguir el afán de enriquecimiento como objetivo último de la vida económica. Siguieron existiendo por supuesto aquellos que llamaban a hacer uso de la riqueza de tal manera que redundara en una mejor calidad de vida para muchos, pero sus voces se convirtieron en clamores marginales, un poco a la manera de la prédica de un Fray Bartolomé de las Casas al momento de la conquista de América. Las grandes potencias comerciales de los siglos XVII y XVIII, Holanda y Gran Bretaña, se dispusieron a convertir el planeta en escenario de la expansión comercial que llevaron a cabo en forma muy exitosa.
Fue justamente en este último país en donde se sentaron las bases del pensamiento económico. Enmarcada dentro de los principios del liberalismo, la teoría económica se fue desarrollando primero como un subproducto de la filosofía moral, y ya para mitades del siglo XIX, como una disciplina independiente y dotada de su propio esquema de supuestos y objetivos. De todos es bien conocido el nombre de Adam Smith, quien ha pasado a la posteridad como el padre de la teoría económica moderna gracias a su libro “La riqueza de las naciones”. Allí Smith plantea los supuestos básicos que habrán de permitir el enriquecimiento de una nación de acuerdo a la coyuntura de aquel entonces. Plantea el abandono del modelo mercantilista, según el cual la riqueza era vista como una cantidad fija y por lo tanto estática, a uno en el cual el comercio y productividad se convertían en los motores del desarrollo económico. Allí plantea también Smith su mal entendida teoría de la mano invisible, según la cual las fuerzas del mercado habrían de regular de manera cuasi automática la oferta y la demanda.
Lo que pocos saben es que Smith privilegió por encima de su célebre obra otra, en la cual dejaba por sentado que sólo si se daban ciertas condiciones sería posible hacer del egoísmo individual una fuerza para el progreso social. Esta otra obra, llamada “Teoría de los sentimientos morales”, supone la necesidad de contar con un tejido social lo suficientemente sólido como para que la búsqueda del enriquecimiento personal no atente contra las condiciones de vida de los menos favorecidos. Consciente de que en un afán de lucro desvinculado de toda responsabilidad política y social el individuo se iría retirando paulatinamente de la arena social para recluirse en un paraíso privado de placeres particulares, Smith hace indispensable garantizar una vinculación a todo lo largo del espectro social, bien sea por medio de la iglesia, de sociedades de mutua ayuda o de cualquier otra organización que obligue a los miembros de una sociedad a salir de la esfera privada, aún a costa de esfuerzos. Nuestra sociedad, profundamente individualista y atomizada, sería vista con horror por Smith, de quien se ha querido hacer el apóstol del neoliberalismo a ultranza.
Para entender mejor las raíces del problema, quizá sea conveniente ofrecer una visión más amplia de los cambios que se llevaron a cabo en el tránsito hacia la modernidad. La Edad Media entendía al hombre como el ser más alto de la creación, diferenciado de todos los demás por su capacidad de auto-conocimiento. Es decir que además de tener conciencia, los seres humanos eran los únicos dotados con la facultad de profundizar en el conocimiento de sí mismos, para poder descubrir así su vocación en el mundo. Este tipo de conocimiento no era obtenido a través de las ciencias exactas, sino que era transmitido de generación en generación por las diversas religiones y filosofías que en su momento no temieron encarar las preguntas fundamentales: quién soy, por qué estoy aquí, qué debo hacer.
Supone por supuesto una noción de finalidad, que en filosofía es llamada teleológica, según la cual hay un destino para el hombre y para todo ser, que no es otro por supuesto que el lograr la realización plena de sus más altas facultades. En cumplir con este propósito dependía la felicidad de los hombres. Nótese cómo la felicidad no era vista como una meta, un punto final, sino como el resultado de recorrer el camino adecuado. Las diversas ciencias humanas estaban entonces enmarcadas dentro de este propósito, y en la medida en la que contribuyesen a éste eran asignadas un rango dentro de la jerarquía de valores entonces imperante. Por encima de las consideraciones puramente económicas solían estar las políticas, y con frecuencia por encima de éstas, las espirituales.
Terminada la Edad Media, sin embargo, y en especial con la llegada del pensamiento cartesiano, se inaugura un afán de cuantificación que si bien traerá consigo el formidable desarrollo de las matemáticas, la física y todas las demás ciencias exactas, alejará progresivamente al hombre de las verdades ancestrales que le daban sentido a su existencia. Al no querer aceptar que existen preguntas de tipo existencial que simplemente no pueden ser cuantificadas, sino que pertenecen a un rango superior de valores, hicimos a un lado la fuente de sabiduría que había permitido durante siglos la orientación del hombre en el mundo. Es así como pudimos llegar a una situación en la que la riqueza pierde su significado, pues llega a convertirse en un accesorio más, que alimenta el ego personal.
4. Un Nuevo Modelo
Frente a una situación de pobreza material de muchos y pobreza espiritual de tantos más, se hace necesario replantear los supuestos de este modelo y buscar soluciones. No queremos aquí plantear nuevas estrategias de desarrollo a nivel macroeconómico, sino de un cambio a nivel personal, uno a uno. Este cambio, de llevarse a cabo, podría significar una mejor calidad de vida tanto para aquel que lo haga suyo, como para todos aquellos que estén relacionados con este sujeto en alguna de las tantas facetas de la vida de un ser humano. Supone un replanteamiento del término riqueza, y una reorientación de los fines y objetivos que perseguimos como agentes económicos. ¿De qué se trata entonces?
Hemos dicho ya que parte de esas creencias, con las cuales crecemos, nos hacen suponer que más es siempre mejor, y que sería absurdo fijar un limite al nivel de riqueza que aspiramos tener en nuestras vidas. Como carecemos de este límite, una vez que hemos suplido de manera satisfactoria nuestras necesidades, cualesquiera que sean éstas, nos dedicamos a acumular, buscando una supuesta seguridad en ese proceso de acumulación de capital. En un proceso sin límite, nos pasamos la vida buscando incrementar este capital, sin preguntarnos el porqué de esta conducta. Simplemente asumimos que a mayor cantidad de dinero acumulado, estaremos mejor preparados para afrontar las incertidumbres de la vida, que por supuesto son muchas. En pocas palabras, carecemos de un umbral que nos permitiese fijar un limite de cuánto queremos tener como capital de reserva.
La acumulación ciega es perjudicial tanto para el individuo que la lleva a cabo, como para la sociedad en la que vive. Para el primero, supone una fuente constante de preocupación, que tal vez tenga sus orígenes en el miedo. En efecto, sólo el miedo puede explicar una conducta que atenta contra la sana realización de los sueños y proyectos de un individuo equilibrado y mentalmente sano. Miedo a la adversidad, a la soledad, son todos síntomas de una falta de confianza radical en la generosidad de la vida. Preferimos el espejismo de una seguridad económica porque no queremos interelacionarnos con nuestro prójimo, bien sea porque no confiemos en éste, o simplemente porque nos hemos vuelto excesivamente egoístas.
Es tan difícil saber recibir como saber dar. Ambos suponen riesgos grandes, pero si no aceptamos que necesitamos tanto el dar como el recibir, iremos achicando nuestra capacidad de relacionarnos de manera satisfactoria con los demás. Una de las maneras como se manifiesta esta desconfianza radical en el prójimo es la acumulación desenfrenada de recursos. Sin embargo, y por más que acumulemos miles de millones, siempre necesitaremos a los demás. Es esta una ley de la vida que nadie puede cambiar, por mucho que quisiera hacerlo. Estamos en el mundo todos juntos, y la realización de nuestro potencial personal esta íntimamente ligado a la clase de relaciones que seamos capaces de entablar para con los demás.
El cambio comienza pues con un acto de fe, que redunda necesariamente en uno de confianza en la vida. No una confianza ciega y gratuita, por supuesto, sino una que es fruto de un trabajo y una convicción personal. Aquel que ha encarado la vida de manera activa, buscando que su historia personal se vincule de forma profunda con la circunstancia que le ha tocado vivir, estará mucho más preparado para tomar riesgos que quien ha vivido de manera pasiva, dejando que sea el entorno, las presiones sociales y las falsas demandas de una sociedad muchas veces enferma las que dicten su proyecto de vida. Es este último quien seguramente buscará su seguridad en una pila de dinero inerte.
Por el contrario, quien se haya íntimamente vinculado a la trama de la vida, en el mundo pero no de él, podrá aceptar como cosas pasajeras los cambios de fortuna que el destino le tiene preparado. Consciente que la vida es un constante cambio y movimiento, no tratará de aferrarse a lo mucho o lo poco que haya logrado conseguir hasta la fecha, sea en el ámbito económico, sentimental o profesional. Mas bien, sabrá disfrutar de lo que tenga cuando lo tenga, pero sin afán de posesión, pues sabe que los verdaderos bienes nunca son merecidos, son regalo de Dios para quien sabe recibirlos. Cuando el fruto de su trabajo se haya visto acompañado del éxito económico, procurará descubrir cuál es su umbral, de tal manera que el excedente pueda ser utilizado para beneficio de los demás.
La clave es entonces la de permitir la circulación de la riqueza, y nos referimos aquí no solo a la riqueza económica, sino también a la personal, que es la más importante. Es el secreto a voces de toda gran religión y toda filosofía de la vida inspirada por el amor a la sabiduría: “lo que tenemos, sea en capital intelectual, económico o espiritual, lo tenemos para ser dado a los demás”. Quien se empeña en guardarlo para sí, sólo logró agotarlo. Por el contrario, quien lo comparte con generosidad descubre como se hace cada vez más rico. Es difícil creerlo así no más, pues hace falta ponerlo en práctica para comprobar su veracidad.
Tratemos de ilustrar este punto. Podemos considerar el cuerpo de un ser humano como un sistema, en el cual cada órgano y cada sentido juegan un papel específico, tendiente a la conservación armoniosa y equilibrada del mismo. Ninguno de los órganos, aun los más importantes, podría existir si se separa del sistema, pues sólo en función de los otros tiene sentido su existencia. El vehículo por excelencia que entrelaza a estos órganos es la sangre, que recorre todo el cuerpo e irriga y nutre cada órgano de acuerdo con sus necesidades. Si por una desafortunada circunstancia uno de los órganos dejara de recibirla, su suerte está decidida: en cuestión de muy poco tiempo dejará de funcionar, poniendo en peligro la totalidad del sistema. Si de un momento a otro pudiesen los órganos y partes del cuerpo cobrar conciencia, no sería imposible pensar que el cerebro o los pulmones, afectados por un egoísmo creciente y una falta de visión contundente decidieran acaparar para sí una cantidad creciente de sangre. Dirían que tienen miedo de no tener suficiente en el futuro, y que ante tal eventualidad prefieren curarse en salud y acumular cuanta sangre puedan. Para los demás órganos esto sería considerado como un insulto, pues presupone una falta de confianza muy grande en su capacidad para mantener la salud trabajando de manera colectiva. Para cualquiera que entienda cómo funciona el cuerpo humano es evidente que esta estrategia llevará a la muerte no sólo al órgano en cuestión, sino a todo el organismo.
5. Para reflexionar
Hemos hablado en este ensayo de un nuevo modelo que busca la realización integral de la persona humana, enfocándonos en su desempeño como agente económico. Habiendo sentado ya las bases conceptuales, intentemos poner en práctica aquellas ideas que podrían dar un giro radical a nuestra manera de relacionarnos con el mundo y por supuesto con nosotros mismos. Hagamos el ejercicio de imaginar cuanto necesitaríamos para sentirnos satisfechos, restringiéndonos exclusivamente al ámbito económico por supuesto. Las necesidades de afecto, cariño y comprensión no son cuantificables y por lo tanto pertenecen a otro rango de valores. Pensemos pues con cuánto quisiéramos contar, considerando patrimonio, ingresos y renta de tal forma que consideremos un éxito nuestro desempeño.
Cada persona, de acuerdo con su situación particular, ofrecerá una respuesta diferente. Pero lo importante es que visualicemos cuánto queremos tener, pues al hacer esto podremos comprender mejor el concepto de umbral. Una vez hayamos identificado ese umbral, podremos ver con toda claridad la necesidad de circular todo el excedente de capital que lleguemos a obtener. ¿Si ya tenemos lo suficiente, no es un absurdo atesorar más? ¿Con qué objeto habríamos de hacerlo? Nada podemos llevarnos fuera de este mundo, y antes que hacernos la vida más fácil o llevadera, un capital improductivo se convierte en un dolor de cabeza para su poseedor. En comprender esto a fondo está la posibilidad de llevar una vida más libre y por lo tanto más feliz.
El modelo de economía personal no busca un cambio al estilo de las grandes revoluciones que lo cambian y no cambian nada. Se trata más bien de un cambio gradual, poco a poco, que sólo puede llevarse a cabo cuando cada uno de nosotros reflexione a profundidad, y a la luz de las conclusiones que saque, decida dejar de lado las prácticas egoístas que el sistema actual nos enseña día a día.
PREMISAS
Modelo Vigente Modelo de Economía Personal
Acumulación Circulación
Mas es siempre mejor Umbral
Uso privado de la riqueza Uso social de la riqueza
Tener más Ser más
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