Muchas veces nos preguntamos si en realidad somos seres espirituales. Es que este término, espiritualidad, invita a confusiones. ¿Qué es ser un ser espiritual entonces?
Será tal vez, ser creyente, ir al culto, rezar u orar, diezmar o hacer ofrendas, etc.
No, nada más lejos que eso es ser espiritual.
La espiritualidad consiste en la manera en que cada uno de nosotros canaliza el fuego sagrado, divino, que llevamos dentro. Nacemos con ese sello, esa impronta sagrada, fuego divino, que nos impulsa la vida.
¿Qué hacemos cada uno de nosotros con ese fuego, ese deseo, eros, energía? Será nuestra espiritualidad.
¿Somos sensibles, transparentes, receptivos, y estamos comunicados, ligados a esa fuerza divina? ¿O estamos ausentes, robotizados, pendientes de las dificultades cotidianas que se nos presenten a diario?
Podemos decir que una persona espiritualmente sana es alguien con energía, fuerza, unificada y armónica.
Por el contrario, una persona que mal califique la energía sería un ser humano apagado, sin luz, ni fuerza ni deseo. Alineada, escindida.
San Agustín afirmó: Nos has hecho para ti, señor, y nuestros corazones seguirán inquietos hasta que descansen en ti.
Necesitamos lograr el equilibrio en nuestras vidas, sino oscilaremos constantemente y entra la depresión y la autoexaltación.
Con el equilibrio necesario gozaremos del deleite, siendo su opuesto la depresión. El deleite es sorprenderse de manera espontánea con la bondad y la belleza de la vida!!
Y la autoexaltación es estar tan poseídos de energía y tan llenos de nosotros mismos que somos candidatos poco probables para que el gozo nos sorprenda con la guardia baja!!
Hay riesgos, distintos fantasmas que nos acosan diariamente como nuestra ingenuidad con respecto a la naturaleza de la energía espiritual.