La importancia del signo o planeta en posición descendente en una carta natal es mucha, en mi criterio. No tanto por su potencial explicativo de lo que la persona ha sido (ahí entraría sobre todo el campo de las proyecciones vividas), sino sobre todo por la fuerza del imperativo personal que esconde. En lo que el descendente expresa estamos viendo lo que de nosotros tiende a perderse, lo que se ponía en el horizonte en nuestro nacimiento: es decir, aquellas cualidades, virtudes y talentos que siendo parte de nosotros mismos están en riesgo de verse ocultadas por otras pulsiones o compulsiones más fuertes o más reconocidas, y que con gran facilidad tendemos a ver mejor en otros que en nosotros mismos: sea para admirarlas o para vivirlas con desdén pues sabemos -quizá sin reconocerlo- que en nosotros cojean. Lo descendente íntimamente nos conviene, y sin atención consciente, trabajo voluntario y esfuerzo personal por sostenerlo en nosotros mismos, se pierde. Con ello perdemos parte de nuestra naturaleza esencial, y entendiendo la carta como un sistema cifrado en el que cada uno de sus elementos juega un papel que nos compete, lo descendente parece ser ante todo un toque de atención de nuestra alma: o lo miras fijamente, o se va. Como el sol poniente en el crepúsculo: si lo contemplas mientras se hunde bajo tierra, su luminosidad se alarga en la visión, su reflejo perdura, su efecto permanece. De un modo semejante debemos relacionarnos con el signo o planeta en posición descendente en nuestra carta: con él respeto debido a lo que al parecer se muere. Si sabemos dárselo, renacerá de nuevo.