"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, con cuanta más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. Ambas cosas no he de buscarlas como si estuvieran envueltas en oscuridades o en una inmensidad exterior a mi campo visual; allí están las estrellas, ante mí las veo y las enlazo inmediatamente en la consciencia de mi existencia.
La primera de aquellas dos cosas comienza en el lugar que ocupo dentro del mundo sensorial exterior y amplifica la conexión en que me encuentro, llevándola a lo inconmensurablemente grande, a los mundos más allá de los mundos, a los sistemas más allá de los sistemas y, más aún, a los tiempos infinitos, al movimiento periódico de su principio y duración.
La segunda de aquellas cosas parte de mi yo invisible, de mi personalidad, y me sitúa en un mundo sin fin, sólo perceptible al entendimiento, con el cual me reconozco en una conexión universal y necesaria.
La primera visión de una multitud innumerable de mundos destruye, por así decir, mi importancia, reduciéndome a la categoría de criatura animal que debe devolver al planeta del que fue hecha (siendo este planeta un punto en la totalidad del cosmos) la materia que le fue dada, luego de haberle insuflado durante un tiempo breve (no se sabe cómo) fuerza de vida. En cambio, la segunda visión eleva mi valor como inteligencia, lo eleva infinitamente por mi personalidad, en la cual la ley moral me revela una vida independente de la animalidad y aún de todo el mundo sensible, al menos en la medida que puede inferirse de la capacidad de actuar conforme a un fin que mi existencia recibe por esa ley que no está limitada a condiciones y límites de esta vida, sino que apunta a lo infinito" (Inmanuel Kant: Crítica de la razón práctica, Conclusión)
Kant quedó detenido en esta dualidad. El abismo que separa al mundo "exterior" del mundo "interior" sólo puede ser franqueado por el conocimiento esotérico. Sólo al abrirse sus puertas -de las cuales también Kant supo beber, aunque lo calló sabiamente- se abre el camino de la astrología, de una astrología que ya no es un profano y supersticioso "arte de la interpretación de los astros", sino una cosmovisión en que el cielo estrellado y la ley moral se unen en un Todo."
Oscar Adler: LA ASTROLOGÍA COMO CIENCIA OCULTA. Ed. Kier, Buenos Aires 2007. Pág.54