Quizá lo más importante de lo mucho que la astrología nos aporta está en la suspensión de todo juicio acerca del modo de ser personal, del estilo de nuestros impulsos y de la cualidad de nuestras características. Lo que somos cada cuál es siempre distinto, y entre unos y otros hay tantas diferencias irreductibles y únicas que quien intenta ver la realidad humana con ojos de astrólogo debe estar dispuesto a no establecer ningún criterio acerca de la excelencia o de la preferencia de unos sobre otros. Cada cuál es quien es, o quien las circunstancias han permitido ser según su mapa natal, y en ese giro interno se produce la más importante mutación -al menos para mí así ha sido- de las muchas que produce adentrarse en la mirada astrológica hacia la realidad humana e instalarse en ella. No puede ni debe haber juicio, y el intento del astrólogo debe ir dirigido a entender el modo en que el instante cósmico del que el individuo es hijo se ha encarnado en su historia personal, en su biografía y en su carácter. Cada uno ha hecho lo que ha podido, y no es lícito juzgar ni poner peros.
Cabe sin embargo reclamar del consultante la responsabilidad acerca de su propia identidad básica, y estimular el imperativo moral por el que se activa la llamada ineludible a realizar la propia naturaleza es de lo mejor que podemos hacer en la consulta. No hay mucho más que eso: no es mejor ni peor ser de uno u otro modo, pero si es reprochable de algún modo no ser lo que se es, sobre todo porque esa renuncia inconsciente a veces y a veces voluntaria es la fuente envenenada de la que mana nuestra infelicidad. Debe suspenderse el juicio, pero también hay que activar la fuerza de un mandato en quien pide opinión al astrólogo.
Al astrólogo, para si mismo, le corresponde sobre todo abandonar la escala de sus emociones y pasiones humanas en las que inevitablemente acabará por instalarse la simpatía o el rechazo a ciertos rasgos y caracteres; si se consigue eso, entonces tal vez será posible situarse en un punto de vista que reconoce en cada uno el plan del cielo y que en vez de alterarse por lo que alguien es o dice o actúa, simplemente lo entiende, lo comprende y lo sitúa en una perspectiva mayor que lo hace inteligible y lo ve siempre dotado de un sentido que va más allá de lo humano, pues es manifestación del orden del cielo en nosotros. Si el astrólogo es capaz de dejar de reaccionar como persona ante sus consultantes y sólo encuentra en sí mismo la capacidad de conectar con el cielo las pasiones, los deseos, el sufrimiento y el conjutno de la vida humana, entonces merece ese nombre. Si no, no.