SIEMPRE QUE SEÑALAMOS A ALGUIEN CON EL DEDO, HAY TRES DEDOS SEÑALÁNDONOS A NOSOTROS.
Cuando criticamos a alguien y le señalamos con un dedo, los otros tres dedos señalándonos a nosotros son un indicativo de que los errores que vemos también están en nosotros. En general, no vemos nuestros propios defectos. Cuando tomamos conciencia de esos tres dedos que nos señalan, podemos reconocer el trabajo personal e interno que se requiere. Necesitamos desapegarnos de las actividades de los demás, y evitar los juicios descalificadores. Una actitud práctica es darle mentalmente pleno permiso a la otra persona para ser exactamente como es.
Esto rompe el hábito de atraparse en el comportamiento de otros y sentirse obligado a corregirles. Nos damos cuenta de que no tenemos jurisdicción sobre nadie, exceptuando nosotros mismos.
LAS 3 REJAS
El joven discípulo de un filósofo sabio lo visita y le dice:
- Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de vos con malevolencia.
- ¡Esperá! lo interrumpe el filósofo ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Si. La primera es la VERDAD. ¿Estás seguro de que lo que querés decirme es absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por le segunda reja, que es la BONDAD. ¿Es bueno para alguien lo que me vas a decir?
- No. en realidad no. Al contrario …
- La última reja es la NECESIDAD ¿Es necesario hacerme saber lo que tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces, dijo el sabio sonriendo, si no es VERDADERO, ni BUENO, ni NECESARIO, sepultémoslo en el olvido.
“Prodiga más respeto a los demás y a la vida entera. Quizá el mayor secreto de la autoestima consista en valorar más a los demás. La forma más fácil de hacerlo es ver en ellos la expresión de Dios. Deja de juzgar el aspecto, los éxitos y los fracasos de los demás, su posición social, su riqueza o su pobreza y prolonga la valoración y el amor a la Fuente de la que salieron. Todos somos hijos de Dios; todos. Intenta verlo incluso en quienes parecen actuar de una forma impía. Has de saber que prodigando amor y respeto puedes darle la vuelta a esa energía y dirigirla de nuevo a su Fuente en lugar de alejarla de ella. En definitiva: irradia respeto porque eso es lo que tienes que ofrecer. Irradia censura y baja energía y eso es lo que atraerás.
Recuerda que cuando juzgas a los demás no los defines a ellos, sino que te defines a ti mismo como alguien que necesita juzgar. Lo mismo es aplicable a quienes te juzgan a ti.” ¿Cuándo se dice que nuestro estado no es de amor?, cada vez que juzgas a otro ser humano no lo defines a él con tu juicio, te defines a ti mismo, como alguien que necesita juzgar, si yo te llamo borracho, eso no te convierte en un borracho, me convierte a mí en alguien que necesita etiquetar a otras personas. Sören Kierkegaard ,el gran teólogo danés dijo: “cuando me pones una etiqueta me niegas”. Soy lo que elijo ser a cada momento, no soy lo que tú piensas ni lo que yo pensaba ayer, soy positivo, no me gusta criticar ni quejarme, disfruto la vida, gozo a cada momento, doy gracias a los que me critican, me ayudan a saber en qué estoy mal si veo que ellos tienen más resultados y éxito que yo, y en caso contrario, aprendo qué no hay que hacer para no tener el fracaso que ellos tienen, de todas maneras, doy gracias por la retroalimentación que me dan las personas que me rodean.
La tendencia a juzgar a los demás también retarda su transformación personal. Cuando usted juzga a una persona, no la está definiendo a ella sino a usted mismo. El juicio crítico no dice nada sobre a persona juzgada; sólo expresa que usted necesita juzgarla de la manera en que lo está haciendo. Por tanto, está hablando más de usted mismo que del otro.
Cuando se encuentre pensando y actuando en términos negativos o de crítica, recuerde que eso también es un indicio del lugar que ocupa en ese momento y del lugar que no ocupa; en este sentido, puede significar que se está identificando de alguna manera con la persona juzgada. Lo que más nos molesta de los demás es algo que con frecuencia nos negamos a admitir en nosotros mismos, o incluso algo de lo cual pedimos más. Procure poner más interés en saber qué es lo que está provocando su negatividad en vez de descubrir qué tiene de «malo» una persona. Al cabo del tiempo sustituirá la negatividad y la crítica por una afectuosa y tierna mirada interior que le preguntará cómo se ha dejado “atrapar” por eso.
EL JUICIO
Usted puede desprenderse del deseo de culpar a los demás y eliminarlo de su vida para siempre. Pero lo mejor que puede hacer con el juicio es reducir el número de los que emite. El juicio significa ver el mundo desde su punto de vista, y no tal como ya es. Es imposible eliminar todos los juicios porque cada pensamiento contiene alguno. Si le comento a usted que hace un día magnífico, estoy emitiendo un juicio. Si evaluamos a alguien o alguna acción, también estamos emitiendo juicios. Así pues, cabe concluir que la única forma de eliminar todos los juicios consistiría en dejar de pensar, lo cual es absurdo.
Pero lo que sí puede hacer es reducir el número de críticas negativas, lo cual constituye un tipo de perdón que sin duda alguna le ayudará a mejorar su calidad de vida de un modo considerable. Lo primero que debe recordar es que los juicios no pueden alterar nada ni a nadie que forme parte del universo. Por el mero hecho de que una persona le disguste, no conseguirá que ella cambie. Y una vez más me permito recordarle que cuando usted emite un juicio sobre alguien, lo que está haciendo es definirse a sí mismo. Sus críticas hablan de usted. Nos describen lo que le gusta y lo que no. No definen en absoluto a la persona objeto del juicio, porque esa persona ya viene definida por sus propios pensamientos y acciones. Una vez reconozca este hecho, entonces comenzará a sustituir su tendencia a juzgar por la aceptación y esto es lo que se conoce como perdón en acción.
Al aceptar a los demás ya no necesita experimentar el dolor que conlleva enjuiciarlos. Cuando alguien se comporta de una manera que a usted le resulta desagradable, debe comprender que su dolor, ira, temor u otra fuerte reacción no es más que la consecuencia de lo que usted ha decidido con respecto a esa persona. Si se siente incapaz o no está dispuesto a percatarse de esa emoción, entonces toda la atención debe ser prestada a su propio ser. El comportamiento de esa persona ha colisionado con algo inacabado o irreconocido en su vida. El dolor ante el comportamiento de dicha persona se corresponde con su manera de evitar algo que existe en su interior. Esta distinción es muy significativa.
Sus pensamientos sobre el comportamiento de los demás le pertenecen. Y usted es quien lleva la carga de los resultados de esos pensamientos. Si usted es de los que no juzgan a los que le rodean, sino que suele aceptarlos tales como son y se comportan a lo largo de su propio camino, eliminando así la necesidad de sentirse perturbado por alguno de ellos, entonces ha puesto en práctica el principio del perdón. El perdón, tal como antes he explicado, consiste en corregir nuestras concepciones erróneas.
En realidad, no tiene nada que perdonar, a no ser a usted mismo por haber emitido un juicio o culpado a alguien.
Estos tres elementos, culpar a los demás, el deseo de venganza y la emisión de juicios constituyen hitos muy asentados en el hombre. Se desarrollan en su cultura que se enorgullece al culpar a sus miembros de lo que sucede y demandar a muchos en nombre de la “justicia”. Es el resultado de haber conservado en nuestra mente pensamientos de venganza desde que éramos niños justificándolos como algo “indicado”, patriótico o sencillamente justo. Sin embargo, este comportamiento es totalmente perjudicial e irresponsable, por no decir que carece de iluminación. Y, naturalmente, resulta bastante estúpido.
Cuando se halle atrapado en este tipo de comportamiento recuerde que en último término usted es la víctima. Está permitiendo que los que le rodean controlen su vida, y a pesar de las muchas excusas que pueda encontrar, sigue siendo un esclavo de los caprichos de sus semejantes. O bien en palabras de Maslow: “No existe nada parecido a un esclavo bien adaptado”. Dicho comportamiento también le impide el experimentar un nuevo despertar. Es imposible que pueda adquirir el sentido del propósito al que está destinado y que viva una vida en armonía y equilibrio si al mismo tiempo permite que otra persona dicte sus propios pensamientos y acciones. Nunca logrará dar con su objetivo, o vivir una existencia espiritual y basada en el amor, si persiste en culpar a los demás, juzgarlos y se motiva en la venganza. La iluminación requiere que usted se responsabilice totalmente de su vida. La responsabilidad significa responder con su habilidad o capacidad. Obviamente, esto resulta imposible si el odio, el deseo de culpar a los demás y las ganas de venganza le dominan.
Eche una ojeada a las vidas de las personas más admiradas históricamente. Son las que ardieron en deseos de venganza y provocaron las guerras, matando indiscriminadamente, destruyendo todo lo que se interponía en su camino, siempre en nombre de la culpa de los demás y la ira. ¿Cómo puede una persona contribuir de forma positiva y sintonizar con la fuerza del amor si sólo se preocupa de la venganza? De ninguna manera. Es imposible.
En lo que respecta a los juicios sobre otras personas, enfóquelos exactamente como los niños. Los niños no conocen los prejuicios porque aceptan plenamente a cualquiera hasta que (o a menos que) las personas se muestran persistentemente desagradables con ellos. No mantienen expectativas de tipo negativo respecto a nadie y, mientras no son lo bastante mayores para que les influyan estereotipos o prejuicios y murmuraciones de gente “más madura”, se limitan a aceptar todo el mundo tal como es, sin preocuparles si se trata de un blanco o un negro, de un individuo culto o inculto, de un demócrata o de un republicano, de un rico o un pobre, de alguien poderoso o de un ser desvalido, etc. Lo que les preocupa es sólo lo divertida, lo interesante y simpática y comprensiva que pueda ser la persona en el momento. No se inquietan pensando que los negros deberían ser blancos o que las mujeres no deberían “actuar como hombres”, ni ninguna otra de esas ridículas obsesiones “adultas”. Confíe en sus impulsos infantiles, sea quien sea el que se cruce en su camino, y verá cómo pasa a ser una persona mucho más satisfecha y feliz.
LAS CUATRO ESTACIONES
Había un hombre que tenía cuatro hijos. Como parte de su educación, él quería que ellos aprendieran a no juzgar a las personas y las cosas tan rápidamente como suele hacerse. Entonces los envió a cada uno, por turnos, a ver un árbol de peras que estaba a gran distancia de su casa.
En su país había estaciones, así que el primer hijo fue en invierno; el segundo en primavera; el tercero en verano y el cuarto en otoño. Cuando todos habían ido y regresado, el padre los llamó y les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo dijo que el árbol era horrible, giboso y retorcido, parecía seco y sin vida.
El segundo dijo que no, que el árbol estaba cubierto de brotes verdes y lleno de retoños que prometían flores.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo: él dijo que estaba cargado de flores, que emanaba un aroma muy dulce y se veía hermoso; era el árbol más lleno de gracia que jamás había visto.
El último de los hijos tampoco estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Dijo que el árbol estaba cargado de peras maduras, lleno de savia y bienestar.
Como los pájaros acudían al peral para comer de los frutos que se estaban marchitando, todo a su alrededor se llenaba de un exquisito aroma.
Entonces el padre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
Y añadió que por eso no se podía juzgar a una persona por sólo ver una de sus temporadas:
“La esencia de lo que son los hombres, el placer, la tristeza, el regocijo y el amor que vienen con la vida sólo pueden ser medidas al final, cuando todas las estaciones hayan pasado”.
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