El cielo nos corrige. En la misma carta natal pueden encontrarse antídotos para lo que son nuestros propios venenos, y nos ofrece cauces mediante los que ordenar nuestras dificultades. Resulta fascinante verlo una y otra vez: en un tema natal en el que casi todo es agua y fuego -algo así com una olla a presión, de altísima subjetividad e impulso rápido- aparece un Ascendente de tierra que obliga a recibir del mundo el aprendizaje esencial de la paciencia, y un Medio Cielo en Capricornio que conmina a enfrentar la vida mediante la determinación de objetivos prácticos; o bien, siendo el mapa del nacimiento un torbellino de aire (ideas y más ideas que obnubilan la mente y confunden por completo la brújula interna), presenta un Descendente de agua, que pone todo el anhelo de la vida en la conexión con lo emocional... Temas análogos aparecen una y otra vez. Es posible reconocer esos correctivos, y en la consulta se hace necesario revelar su función: siendo esos ragos algo que también somos, puede haber escapado a la conciencia del consultante y hay que señalar su importancia, como un aspecto de nosotros mismos que matiza aquello con lo que -por presentarse con mayor intensidad- podemos habernos identificado plenamente, llevando a una vida sesgada, en desequilibrio y abriendo camino a las distintas formas del sufrimiento. Una carta natal, vista al completo, en lo que el consultante ha vivido y en lo que ha dejado a un lado, es siempre una oportunidad para la plenitud personal.
Quizá lo mejor que la consulta astrológica puede ofrecer sea facilitar esas pistas que también nos dio el cielo, de manera que quien acude pueda articular mejor su experiencia llevándola hacia una vida más integrada y completa. No se trata de jugar a las adivinanzas como astrólogo para pretender decirle al otro lo que ha sido, sino indicarle vías por las que puede llegar a ser más plenamente lo que es. En el cielo se muestran también, como un indicio a veces; otras veces, como una obligación