El valor que la astrología pueda tener para quien se acerca a su conocimiento radica, en mi criterio, en la oportunidad que facilita para conectar con la propia interioridad; y en hacerlo de un modo que no es dependiente de ninguna teoría psicológica -aunque es compatible con todas- ni de ningún marco filosófico que se imponga a la propia experiencia. Aproximarse al sistema simbólico de la tradición astrológica permite verse a uno mismo desde uno mismo, desde lo que vivimos y su sentido íntimo, usando el patrimonio de signos, planetas, casas y aspectos como elementos que organizan y dan sentido a lo que somos. No es un conocimiento discursivo, al que se llegue mediante largas disertaciones o razonamientos complejos -aunque sean necesarios a veces. Se trata de una chispa, de un relámpago, de una descarga que nos pone en relación con el orden del cosmos, y con los intentos milenarios de vernos como una parte más de la totalidad. Cuando esa conexión sucede, entonces las palabras nacen solas. Al revés resulta más improbable: son necesarias para que se dé, pero no lo garantizan. La vivencia del valor de la astrología es intuitiva, pero para que ocurra hay que atravesar el laberinto de su conocimiento teórico. Ambos se exigen para que opere -y ese es también otro de sus muchos méritos, pues supera la escisión entre los hemisferios lógico y analógico. Nace en su enlace.
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Si bien la astrología arrastra con textos de gran valor en los que se han ido estableciendo redes de significados, archivos de metáforas e imágenes, y múltiples modelos de interpretación, no creo que su valor esté precisamente ahí. La fuerza de su impacto sólo puede entenderse cuando a través suyo nos descubrimos a nosotros mismos mejor que con cualquier otro modelo teórico. Ese es su valor esencial, y desde ahí, crece en quien lo experimenta con la seguridad que nace del silencio. Una de las obras más relevantes en el intento de fundamentación de la noble tradición es "La astrología como ciencia oculta", de Oscar Adler (Ed. Kier, Buenos Aires, 2007). Su texto es riquísimo en sugerencias y profundo en sus insinuaciones. Recojo ahora un fragmento de las páginas 18 y 19 en el que dice lo que siento: "La verdadera astrología jamás fue una estadística. Su sentido más peculiar -el de penetrar en las relaciones cósmicas del acaecer terrestre- no podrá obtenerse por ese camino. El único método que nos llevará a nuestra meta es el propio de las ciencias ocultas.
¿Qué es la ciencia oculta? ¿Qué significa esta denominación y qué nos ofrece su contenido?
La denominación de "ciencia oculta" no responde únicamente al hecho de que el contenido de tal ciencia haya sido un secreto, un conocimiento que había que "ocultar" a quienes no formasen parte de una cierta minoría de "elegidos"; ni siquiera es ésta la causa principal que llevó a aquella denominación. Lo que determina que esta ciencia sea "oculta" es el hecho de que la fuente cognoscitiva de que proviene tal saber se encuentre en el misterio de la interioridad del propio ser humano; sólo al descubrirse esa fuente, al encontrarse el acceso a ella, se comienza a revelar una esfera del saber que, en última instancia, se basa en la premisa de "ser uno con todo lo existente". Las palabras de Adler son certeras, directas y en cierta medida, estremecedoras. Ponen blanco sobre negro el inmenso desafío que el conocimiento astrológico plantea a quien se acerca a él. Los astrólogos pueden servir como intérpretes y auxiliares en ese proceso de autodescubrimiento, pero la astrología sólo cobra sentido cuando nace de la experiencia íntima por la que uno va viendo que en el código del cielo está la clave con la que más puertas se abren acerca de lo que uno es. Cuando eso sucede -y hay que estudiar los contenidos de la tradición para que suceda- entonces, la verdad de la astrología ya no son palabras sobrevenidas desde otro ante las que el escepticismo pueda cultivarse, sino que arranca en uno mismo la gran transformación. El estudiante de astrología necesita aprender lo que se ha dicho, y es un paso indispensable, pero sólo será astrólogo cuando vea por sí mismo que lo que él es se lo dice el cielo mejor que nadie -e incluso, mejor de lo que él mismo ha sido capaz de hacerlo. Y no porque esté escrito en las estrellas su destino, sino porque su misma vida participa de lo que el orden del cielo expresa de otro modo. Verse así obliga a entrar en sintonía con la resonancia de la totalidad. Y entonces la astrología ya no es un discurso más o menos interesante o anecdótico, ni puede tomarse sólo como un fragmento del patrimonio esotérico de la humanidad, sino que se revela como una ciencia oculta. Es decir, como un conocimiento íntimo de lo que somos en verdad -aunque nos lo diga el cielo