La transformación ocurre, cuando a través de la alquimia conocemos que somos el mundo. Cuando somos transformados el mundo se transforma, porque el mundo es un reflejo de nosotros. No debemos ser obcecados en nuestros juicios, sino abrazar la verdad. La verdad es este momento y este lugar. No existe nada más que un aquí y un ahora.
Según las enseñanzas de los sabios la alquimia es el arte de pasar de un estado de sufrimiento e ignorancia a uno de felicidad y de dicha. La alquimia en el humano significa liberar a la mente de todos sus desperdicios y limpiar las ventanas de la percepción, para vernos como realmente somos: un cuerpo realmente infinito y uno con el universo. Este montón de carne y huesos no somos nosotros. Esta limitada personalidad no somos nosotros. Nuestro espíritu abarca a todos los demás espíritus y no tiene límites en el espacio ni en el tiempo. El trabajo de la alquimia nos permite vislumbrar estas verdades. Vivimos como montones finitos de carne y sangre, en pequeños rincones del espacio y el tiempo. Puesto que damos por hecho que las cosas sólidas son reales, le asignamos realidad al material sólido del cual estamos hechos. Los mismos átomos de hidrógeno, carbono, oxígeno que componen las nubes, los árboles, los animales y las plantas nos componen a nosotros. Los mismos. Sin embargo estos átomos cambian de estado constantemente. Menos del uno por ciento de los átomos de nuestro cuerpo hace un año estaban ahí. Es absurdo también decir que esos átomos son materia sólida si consideramos que debajo de esa solidez existe un mundo de espacio vacío y flujo constante. La búsqueda que es la alquimia comienza debajo de la superficie de las partículas, detrás de la apariencia del cambio. Una vez que aceptamos que somos el flujo de la vida, nuestra percepción de quienes somos cambia radicalmente al igual que nuestras ataduras al pasado y al futuro, ambos sólo sombras en la mente. Las cosas que son perfectas dentro de nosotros: como el amor, el ser, la esencia es imposible limitarlas en el espacio y en el tiempo. El cerebro humano se puede representar como una red vastísima de neuronas. En una escala mayor a las partículas, el cuerpo sí existe como una red de células, tejidos, huesos y líquidos, pero de ningún modo, el mapa es el territorio. Una cosa es la percepción del mapa y otra cosa es el conocimiento del territorio. La esencia, el ser y el amor que componen la vida humana tienen una fuente en la consciencia invisible dónde Dios es nosotros pero en estado puro. No nos vemos así porque nos cubren numerosas capas que van desde la ilusión de la percepción, las ataduras emocionales, vivir anclados en el pasado o ansiosos por el futuro, las creencias o ideologías heredadas, los prejuicios y el haber opacado desde niños totalmente la intuición. Si viviéramos desde la intuición viviríamos una vida mágica, hayamos nacido dónde hayamos nacido, seamos quien seamos, o sean cuales sean nuestras circunstancias. Todo eso está en la superficie. Dios es nuestra naturaleza esencial y sólo ha creado un escenario dónde acontecemos: en nuestra mente. Somos pensamiento, consciencia que se expresa como cuerpo y como mente. Arribar al amor es arribar a estos conceptos dónde no existe ninguna ideología, sólo la percepción limpia y sagrada. En el estado de Unidad, todo en nuestra vida tiene un propósito, pero más que el destino, lo que realmente importa es el viaje. La experiencia de la unidad, es la experiencia total, es la cumbre. Es ver al espíritu en todo. Ya no existe ni el bien ni el mal. Sólo existe el ego o el espíritu. Cuando se acciona desde el Yo, el ego queda relegado. Pero no existe algo llamado mal, o algo llamado bien. Esa dualidad existe siempre en nosotros. Hasta que un día triunfa la mayor parte del día la percepción desde el espíritu que no ve a nada ni a nadie separado ni en el espacio ni en el tiempo.
Todo lo que estés experimentando, está ocurriendo sólo en tu mente. Todas tus luchas y reivindicaciones ocurren en tu mente. Todo lo que te acontece, acontece en tu mente personal y única. Todo el mundo que ves está en ti, con todas sus gentes, paisajes y hechos, desde los más sublimes hasta los más horrendos. La única lucha que puedes sostener es contigo mismo y el único campo de batalla es tu mente. No existe nadie “ahí fuera”. La cuántica lo demuestra. Eres todos los niños que salvas, todas las personas, todos los políticos que juzgas, todos los seres animados y no animados. Tu material cuántico está en todo lo que ves en un eterno ahora y en un único sitio: aquí. No existe mayor milagro que abrir los ojos y ver.