Urano es precursor, es decir, anuncia el cambio -y no siempre de buenas maneras, lo estamos viendo estos días. Anterior incluso al Tiempo en la mitología clásica -Cronos, el Saturno astrológico, es su hijo- es padre primordial de los dioses, a los que engendró de Gea, la Tierra, su madre y consorte. En la "Teogonía" de Hesíodo, a la que nos referíamos en una entrada anterior, el relato del origen lo sitúa en el principio, sólo equivalente en su dominio al de la misma Tierra. Sólo Urano, el Cielo, era capaz de cubrirla por completo y de hacerla fecunda. En esa narración, por tanto, Urano es el padre y su estirpe es la nuestra. Es el Cielo el que procura novedades a la Tierra, el que la saca de su aburrimiento eterno, quien abre su vientre a la transformación y el cambio. Somos hijos de Urano, pues, y es el Cielo el que da forma a la Tierra: la informa desde el plano astral, podríamos así verlo. Planeta precursor, fue descubierto sin embargo sólo unos años antes de la Revolución francesa y su ímpetu acompaña a la humanidad desde entonces de un modo explícito, abierto a la conciencia en ese momento, anteriormente invisible y oculto, si bien no por ello sin efectos. Necesitó de recursos construidos por el hombre para ser avistado -sin telescopio no puede distinguirse- y su simbolismo quedó asociado para siempre a la tecnología, la inventiva y la innovación científica. Abre camino e indica que algo distinto está por llegar. No calibra muy bien, en el corto plazo, sus efectos. También lo estamos viendo.
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Que se le considerase anterior al Tiempo es algo que conviene atender con cierto detenimiento. Las estrellas son su atributo más destacado y por ellas es reconocido por Gea: podemos entender que son ellas las que dan nacimiento al tiempo humano; los otros dioses participan de él, siendo sus hermanos. Sin el orden del Cielo, no habría existido el Tiempo ni la novedad en la Tierra. La diversidad de sus frutos sería sólo barro y polvo, monótono, homogéneo, sin nervio. Pero Urano es también el gran excluido, pues Gea no acepta su imposición y prefiere realizar la ilusión de negarlo. El Tiempo humano -Cronos, Saturno- lo elimina de su genealogía, y Urano es reducido a la condición impotente que le origina la castración urdida por la Tierra y el Tiempo. Siendo como humanos hijos también del Cielo, nos negamos a serlo. Tomada como fábula, parece una buena alegoría para entender la hostilidad con que en ciertas épocas la civilización se posiciona contra la astrología. Tiene un sentido muy profundo que se considere a Urano regente de esta noble tradición. En estos días, a 0º de Aries y brillando en el punto inicial del zodíaco, su impulso parece aún más evidente, en toda su ambigüedad. Señor del Cielo, la Tierra lo vive a veces con gran padecimiento.