La pretensión de patentar una bacteria creada en el laboratorio suscita graves controversias que resuenan con los debates sobre si nuestra sociedad debe permitir que se patente el código genético.
Craig Venter, quien ya se hiciera famoso hace diez años por haber liderado desde su empresa Celera Genomics la carrera para concluir el primer mapa del del genoma humano, acaba de anunciar que ha solicitado una patente para el primer organismo vivo creado sintéticamente en sus laboratorios. Y, obviamente, como ya ocurriera a finales del siglo pasado, han vuelto a sonar las alarmas. Que alguien pueda ser propietario de una especie viva cuestiona la idea misma de naturaleza y, desde luego, nos obliga a repensar los fundamentos morales y jurídicos sobre los que se asienta nuestra idea de justicia social y de bien común.
La idea de Venter es fabricar el organismo más simple posible (con la cantidad de genes estrictamente necesaria para que pueda sobrevivir y que, al parecer, son 381). Semejante organismo funcionaría como una plataforma básica, una especie de hardware, que admitiría la inserción de fragmentos de ADN (que actuarían como si fueran paquetes de software especializado) que generarían sustancias plásticas o, por ejemplo, combustibles o fármacos. "Si hiciéramos algún organismo -explica Venter- que produjese combustible, podríamos estar ante el primer organismo de miles de millones o billones de dólares". Lo que su empresa está diciendo es que cuenta con el método para fabricar organismos capaces de producir energía barata o ayudar a corregir el cambio climático.
El asunto se hace más delicado cuando conectamos tales investigaciones con la producción de armas biológicas. Una posibilidad que para muchos cuestiona las pretensiones de quienes abogan por una biología de código abierto. La organización canadiense ETC Group ha anunciado que peleará para impedir que se conceda semejante patente. La patente reclama la propiedad de un organismo sintético al que le faltan ciertos genes que el inventor ha identificado como "no esenciales".
Estamos pues ante una nueva encrucijada que puede tener graves consecuencias. Sin detenernos en las de naturaleza medioambiental, aquí queremos resaltar la posibilidad de que se constituyera un monopolio en el ámbito de la biología sintética comparable a lo que representa Microsoft en el mundo del software. No es es extraño que se esté solicitando una moratoria en la concesión de la patente hasta que el debate social necesario se haya realizado.
La noticia está siendo muy debatida. Glyn Moody, por ejemplo, ha expresado su oposición a esta patente por motivos que compartimos y que merecen ser reproducidos. Su primer argumento alude a la imposibilidad de patentar una secuencia de ADN, que no es propiamente una invención, sino un descubrimiento, pues las secuencias que se recombinan ya existían en la naturaleza y eran parte de un patrimonio común y heredado.
También es muy inquietante que se apliquen las leyes de propiedad intelectual a un descubrimiento que podríamos calificar como el primer sistema operativo genómico y bloquear otros posibles mediante patentes implica repetir todos los errores que ya hemos cometido al admitir patentes en el software convencional.