Después de la milagrosa y rápida recuperación de una enfermedad que los médicos consideran incurable e irreversible -Fibromialgia- tuve claro que lo que más quería hacer en esta vida era compartir los conocimientos, que no solo me habían permitido salir del estado de postración en el que mi enfermedad me había dejado sino, que me había permitido renacer como una nueva persona mucho más sana, completa y feliz.
En una sociedad en la que abunda un gran número de enfermedades que la medicina no ha encontrado soluciones para curarlas, algunas de ellas con un fuerte estigma en su nombre como el Cáncer, otras inmovilizantes como Esclerosis Múltiple o Artrosis, y muchas otras devastadoramente limitantes sin dejar su huella en el cuerpo físico, como Depresión, Estrés, Síndrome de Fatiga Crónica y Fibromialgia, entre otros, sin olvidar todos los tipos de Alergias que afectan a personas de todas las edades, y solo por nombrar algunas.
Me atrevería a afirmar que la ciencia médica ha avanzado muy poco con respecto a solucionar la gran variedad de enfermedades que sufren muchas personas de nuestro mundo, y que han acabado denominando en muchos casos como “enfermedades crónicas” como una pobre excusa a las limitaciones que el sistema de salud ofrece hoy día a la sociedad.
Desgraciadamente los médicos tienen poco tiempo, libertad y autonomía para interactuar con los pacientes a un nivel más efectivo y lo único que pueden hacer es intentar acallar los gritos del cuerpo recetando un gran número de medicamentos que acaban generando en sí mismos nuevas enfermedades y anomalías.
Ellos se han acabado convirtiendo inconscientemente en marionetas e instrumentos de las grandes compañías farmacéuticas que no podían haber soñado con un mundo más perfecto: una sociedad crónicamente enferma. Y en la que cualquier intento de desviarse del camino protocolario prefijado por dichas multinacionales les puede y de hecho les lleva al ostracismo y a la pérdida de su licencia para la práctica de su ejercicio.
La verdadera sanación del Ser pasa por comprender que lo que llamamos enfermedad son solo los síntomas – los “efectos de”-, y solamente si somos capaces de llegar a la verdadera causa que ha provocado esta enfermedad, y sanarla de raíz, podremos deshacernos de ella sin importar lo grave o avanzada que esté, o lo aguda o crónica que ésta sea.
Debemos comprender que las enfermedades no nos caen del cielo por arte de magia, o por “Pito pito colorito, donde vas tú tan bonito… pim pom fuera!”. Las enfermedades, o desarmonías, no son más que una forma de expresión que tiene nuestro Ser para decirnos que algo no está bien en nuestra vida, que algo no estamos haciendo correcto…que estamos rompiendo alguna regla de la naturaleza.
¿Y cómo nos puede hablar de todo esto el Ser si no es a través de nuestro cuerpo? Sí, algunos diréis que el Ser también puede hablarnos de otras maneras. Yo lo sé, y quizá tú también lo sepas, aunque muchas personas no lo han descubierto todavía. Sí, de hecho el Ser nos habla de otras muchas maneras, pero nadie parece escuchar ese lenguaje; por lo cual, éste decide hablar más alto.
Y como todavía no le escuchamos, habla más alto y más alto. Hasta que al final, para vencer nuestra crónica sordera, se decide a gritar. Y ese grito es lo que llamamos enfermedad.
Cuanto más seria es nuestra enfermedad, mas fuerte ha sido nuestra sordera. Por suerte, con el tiempo he ido aprendiendo su lenguaje tan claramente que a veces solo le hace falta susurrarme para saber lo que me quiere decir, para saber lo que estoy haciendo incorrectamente.
El desconocimiento del Ser es tan grande en nuestro mundo actual que en realidad vamos por la vida como zombis, como muertos vivientes, sin comprender nada sobre nosotros, sobre la vida, y sobre el poder que habita en nuestro interior.
Nos identificamos con nuestro cuerpo, e incluso con nuestra mente, sin darnos cuenta que el Ser es algo mucho más completo y complejo. Lo podríamos comparar como una entidad familiar compuesta de 5 hijos: el hijo físico, el hijo mental, el hijo emocional, el hijo energético y el hijo espiritual.
Si no alimentamos a uno de ellos, y consecuentemente éste se debilita, toda la unidad familiar se resiente. Y hoy día, una gran mayoría de gente no es que deje de alimentar a uno solo de esos cuerpos, es que no da alimento prácticamente a ninguno, con lo que el Ser sufre mucho, el Ser enferma… la Sociedad enferma.
En un mundo donde la información está muy manipulada y la publicidad nos bombardea por todos lados para obtener beneficios económicos, es muy difícil desarrollar criterios de juicio que nos permita saber lo que es cierto, lo que es sano, lo que nos refuerza, lo que nos da poder.
¡No interesa! ¡No interesa que la gente esté sana y consecuentemente tenga poder! Sobre todo si entendemos que el mundo está gobernado solamente por un puñado de personas, que son propietarios de la mayor parte de los recursos naturales y de las industrias punteras de nuestra economía internacional actual, como derivados de petróleo, industria química, industria farmacéutica, industria alimentaria, comunicación y armamento.
Se han asegurado que la población se haya hecho dependiente de las cinco primeras, y los gobiernos de la última. A esos pocos hombres de poder, para poder continuar manteniendo este mismo status, les conviene mantener a la gente ignorante, confusa, debilitada, enferma y con miedo; con miedo a fracasar en la vida, con miedo a perder el trabajo, con miedo a no estar a la altura…
El objetivo estaba bien cumplido: la mayor parte de la población, sino toda, se medica continuamente, por una razón u otra. La gente no se ha dado cuenta que ha entrado en un ciclo en el que debe continuar medicándose para paliar los efectos secundarios de los propios medicamentos, si es que no se ha hecho dependiente de alguno de ellos.
Todo ello sin hablar también de la dependencia a la institución médica, que nos ha quitado todo el poder y libertad, de decisión y elección.
Toda la responsabilidad sobre nuestra salud, se la hemos entregado incondicionalmente a los “super especialistas”, que sin conocernos, y sin apenas tiempo ni explicaciones, nos dan en pocos minutos un veredicto y una larga lista de medicamentos que pueden condicionarnos hasta el resto de nuestras vidas; y además, sin derecho a reclamación.
En el sector de la alimentación el panorama no es mejor. Han conseguido que la mayor parte de la población esté encantada con la comida procesada y transgénicamente manipulada, y con la sustitución de agua natural por todo tipo de bebidas artificiales, sin importarles, o sin ser realmente conscientes, del perjuicio que todo ello comporta a su salud.
El remate final lo han conseguido con la telefonía móvil, que sin avisar a la población de los efectos que el uso prolongado comporta, y sin poner remedio para ello, permiten que poco a poco se vayan quemando las células del cerebro por las microondas que los teléfonos móviles emiten.
Los experimentos de cocer alimentos con móviles ya empiezan a ser conocidos por mucha gente gracias a los videos de YouTube: se puede convertir un huevo crudo en huevo duro al colocarlo durante una sola hora entre dos teléfonos móviles activos; y hacer palomitas de maíz en pocos minutos al colocar los granos de maíz crudos entre varios teléfonos móviles activos. Y hablamos mucho más de una hora al día por teléfono, y desde luego varios minutos seguidos cada vez.
El resultado está a la vista: una población pasiva, descontenta, desmotivada, deprimida, estresada, enferma… Pero quizá este puñado de hombres, bien pagados de sí mismos, ha supervalorado su poder.
Quizá han tirado demasiado de la cuerda y ésta está a punto de romperse. O han llenado demasiado el vaso, y éste empieza a rebasar. Lo que está bastante claro es que con la tecnología de Internet que permite acceso a una información no censurada ni manipulada, todo este montaje se les está escapando de las manos.
Y de hecho, la población empieza a darse cuenta de la insostenibilidad del sistema y de que éste empieza a desmoronarse por su propio peso. Es tiempo de despertar, de reaccionar, de crecer, de recuperar la confianza, y empezar a creer que la acción de cada individuo puede hacer, no sólo una pequeña diferencia, sino que puede llegar a cambiar el mundo.
Es tiempo de comprender que muchas pequeñas diferencias puedan acabar haciendo una gran diferencia. Tiempo de recuperar nuestros sueños y saber que todos ellos están al alcance de nuestras manos. Tiempo de comprender, e incorporar, la famosa frase de Gandhi que dice: “Nosotros debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo“.
Todos queremos que los demás sean los primeros en cambiar. Culpamos a nuestros padres, a nuestros hijos, a los gobiernos por nuestros problemas. Culpamos a nuestros jefes, a nuestros colegas, al tráfico… por nuestro estrés.
Pero culpar a los demás es simplemente una forma muy conveniente para excusarnos a nosotros mismos. Poner la culpa de todo lo que está mal en nuestras vidas en los hombros de la otra gente, es una buena forma de caminar por la vida sin tener que demostrar coraje o enseñar nuestras debilidades.
En realidad es una forma muy cobarde de vivir que conlleva a convertirnos en seres completamente incompetentes. Culpando a los otros, lo único que hacemos es entregar nuestro propio poder a los demás.
En realidad lo que hacemos es decir “Yo no puedo influir en las circunstancias de mi vida, sólo los otros pueden”. Y pensando de esa forma entramos en una espiral descendente que sólo nos lleva a un sitio que se llama ningún lado.
Y lo que nos hace humanos, al final del día, es el poder que cada uno de nosotros tiene de elegir cómo actuar en cada circunstancia de la vida. Hay que dejar de vivir la vida pasivamente, al ritmo de los demás, para empezar a vivir la vida activamente con un diseño predeterminado.
Debemos dejar de pensar “en pequeño” para permitir que todas nuestras capacidades humanas salgan a la luz del día; como dice Robin Sharma –autor de El monje que vendió su Ferrari.
Es tiempo de dejar de “tirar pelotas fuera” y empezar a darnos cuenta de que todas las pelotas están en nuestro campo. Tiempo de dejar de ser marionetas del destino para empezar a tomar verdadera responsabilidad sobre nuestra vida, nuestra salud y nuestra felicidad. Tiempo de comprender que nuestras enfermedades son mensajes muy claros para que empecemos a actuar consecuentemente y con responsabilidad.
Éstas líneas las dedico a todas aquellas personas que en su fuero interno están escuchando una voz que les dice que Sí; que sí, es posible recuperar el poder. Que sí, es posible recuperar la salud. Que sí, es posible realizar un cambio. Que sí, es posible ser feliz. Que sí, es posible cumplir nuestros sueños.
Aprender el arte de vivir es algo que está al alcance de todo el mundo. El comprender que nuestras enfermedades no son enfermedades del cuerpo, sino enfermedades del alma, nos abre una gran puerta a la sanación.
Comprender que somos pura emoción y que, simplemente este hecho ignorado puede ser en realidad el verdadero causante de la mayoría de nuestras enfermedades, nos ayudará a caminar en la dirección que nos permitirá nuestra total recuperación.
Debemos comprender que nuestra vida entera es una acumulación de problemas emocionales por resolver. Actuamos como si lleváramos una mochila colocada en la espalda y fuéramos echando dentro todo lo que no queremos ver, todo lo que no sabemos resolver, todo lo que no nos vemos capaces de afrontar.
En esa mochila lo metemos todo: desde pequeños problemas que vamos acumulando en nuestra vida cotidiana, hasta graves problemas que aparecen de repente en nuestra vida; situaciones difíciles de asimilar; personas a las que no podemos comprender; personas a las que no podemos perdonar…
Y así, sin darnos cuenta vamos almacenando nuestro dolor, nuestra pena, nuestra impotencia… Y al final es tanto el peso que llevamos a cuestas que un día nuestro cuerpo acaba gritando: ¡basta! Al principio nos avisa suavemente: pequeños toquecitos aquí, pequeñas sacudiditas allí.
Si no hacemos caso, nos insiste con un poco más de zarandeo. Si continuamos ignorándolo, nos sacude un poco más fuerte. Y si continuamos sin escuchar, sin reaccionar, entonces… ¡chilla! ¡Y chillará y chillará, y pataleará, hasta que le hagamos caso y si no… morirá en el intento!
Debemos entender que emociones que enterramos vivas nunca mueren. Y esas emociones, ahí almacenadas, nos van carcomiendo por dentro, nos van corroyendo, hasta que acaban manifestándose en nuestro cuerpo físico en forma de enfermedad.
La única forma de deshacer una desarmonía, de curar una enfermedad, es ir directamente a la causa o las causas que la han provocado, iniciar un diálogo íntimo con nuestro ser interior, con esta alma que llora… y escuchar lo que tiene que decirnos. Ella es. Ella sabe. Ella siente. Ella llora. Ella necesita… ¡Ella reclama!
Un mejor conocimiento del Ser nos permite cuidar de nuestros cinco hijos tal como ellos necesitan: a nivel físico, a nivel mental, a nivel emocional, a nivel energético y a nivel espiritual.
Un mejor conocimiento del Ser nos permite recuperar nuestra salud física, recobrar nuestra paz mental, encontrar nuestra estabilidad emocional, aumentar nuestros niveles de energía y recuperar nuestra mejor parte, nuestra parte divina, nuestro niño interior. Sólo entonces, y sólo así, podremos recuperar el poder, el poder que quedó olvidado, junto con nuestros sueños, en algún lugar de nuestro pasado.
Debemos comprender que todos los recursos para sanar los llevamos dentro. Y que de la misma forma que el Ser es capaz de enfermar, también lo es de sanar. Que nuestra mente es sumamente poderosa, y que con nuestros pensamientos negativos y destructivos podemos acabar literalmente matando nuestro cuerpo.
Que sentimientos de pena, impotencia, envidia, tristeza, dolor, añoranza, celos, etc. generan sustancias químicas perjudiciales en nuestro cuerpo que acaban intoxicando nuestra sangre, nuestros músculos, nuestros órganos, nuestra piel, y finalmente provocando una enfermedad.
Mientras que sentimientos positivos de amor, perdón, compasión, solidaridad, empatía, etc. liberan endorfinas positivas, deshaciendo nuestras enfermedades, sin importar la gravedad de las mismas. Los Lamas budistas avanzados de hace 2500 años decían: “Sólo que haya una célula sana en el cuerpo se puede regenerar todo éste”.
Ahora la ciencia moderna ha descubierto exactamente lo mismo: “Una célula madre puede regenerar todo un órgano, y cualquier célula puede convertirse en célula madre”. Por lo que nunca es tarde para deshacer el proceso evolutivo de nuestra enfermedad.
Además cuando dejamos de agredir nuestro Ser –y lo agredimos continuamente, día y noche, a todos los niveles- la única función que tiene nuestro cuerpo es sanar. Las veinticuatro horas del día su mandato es: ¡sanar, sanar, sanar! Las células se reproducen continuamente, sin descanso… los siete días de la semana… los treinta días del mes… los trescientos sesenta y cinco días del año.
Y las células tienen memoria. Las células son holográficas respecto al ser. En cada célula se encuentra almacenada toda la historia de nuestra vida, y con cada división de éstas, las nuevas células vuelven a contener toda la información completa.
Es como si un mini ser estuviera viviendo en cada una de las células de nuestro cuerpo. Si pensamos positivo y somos optimistas, el cerebro de cada una de estas células piensa en positivo y es optimista; y cuando éstas se dividen en nuevas células, los cerebros de estas nuevas células también automáticamente piensan en positivo y son optimistas.
Pero lo mismo puede pasar al contrario: si pensamos en negativo, si somos pesimistas, nuestras nuevas células, nacidas de esa división, reciben esta herencia negativa, y adoptan ese negativo patrón de conducta.
Ahora, lo importante es saber y comprender que un pensamiento se puede cambiar. Que podemos cambiar nuestros patrones de conducta y reprogramar la memoria de nuestras células, de forma que a medida que se van dividiendo, tengan ya desde su origen un único y positivo mensaje: Soy un ser sano y completo, soy un individuo fuerte y capaz, estoy lleno de confianza y poder… estoy cada vez mejor y mejor.
Debemos poder descubrir que cuando le damos a los “cinco hijos” lo que necesitan, o simplemente cuando dejamos de agredirlos, y tratamos al Ser como se merece, entonces aquello que ha tardado meses, o quizá años en estropearse, lo podemos reparar en tan solo unos días o unas pocas semanas. Pues si todo el esfuerzo que utilizan las células de nuestro cuerpo para apagar fuegos -los que encendemos nosotros continuamente-, lo utilizan solamente para reconstruir, es evidente que la sanación llegará en muy poco tiempo.
Podéis preguntaros “¿Si fuera tan fácil por qué no hay más gente que se cura?”. Pues porque lo más difícil en todo este proceso, cuando todavía caminamos como zombis por la vida, es creer precisamente que todo esto sea tan fácil. “¿Creer en milagros?” decimos. “¡Ja! ¡Milagros no existen!” Y nos quedamos tan anchos sin darnos ni siquiera la más mínima oportunidad.
¿Que este mundo es un mundo mágico? Ya no me cabe ninguna duda. ¿Que todos podemos ser magos? Desde luego. ¿Que aprender la magia de la vida es fácil? Os lo puedo asegurar. A mí no me costó demasiado aprenderla, y luego solo se trata de ponerla en práctica cada día.
Tú puedes decidir ser uno de estos zombis obcecados que se niegan la oportunidad de antemano, cerrando las puertas a ese tesoro que tenemos dentro porque crees que nada de eso existe. Ó por el contrario, puedes ser de los que quieren darse una oportunidad diciendo: “¿Por qué no? ¿Por qué no probarlo? ¡No tengo nada que perder y quizá mucho que ganar!”.
Para los primeros: Los dejo tranquilos para que sigan su existencia jugando al pito pito colorito donde vas tú tan bonito… pim pom fuera! Y si van fuera, también está bien. No importa. No importa porque no hay fuera… pero eso ya lo descubrirán cuando llegue el momento.
Para los segundos: Para los curiosos, para los que están cansados de vivir esa existencia mediocre, enfermos, enfadados, débiles, inestables, inseguros, pero recordando todavía los sueños que en su momento tuvieron sin haber perdido la esperanza de vivir una vida mejor; para aquellos que una voz interior les susurra “¿Y si fuera verdad que es tan fácil? ¿Por qué no probarlo?” Para esos, es para los que les digo. “¡Ánimos. Si yo he podido, tú también puedes!”. Agradezco el regalo que me envió el Universo en forma de enfermedad, pues ésta me ha ayudado a realizar mi Despertar. Esa fue la forma en que se me concedió a mí recuperar el poder que nos pertenece por el simple hecho de ser humanos. Aprendiendo al mismo tiempo que todos los recursos para sanar los llevamos dentro.
Lola Feliu