Nuestra protagonista es una mosca, que se desplaza por una superficie oscura. Se detiene y piensa.... ¡Oh! qué frío hace aquí, qué oscuridad, qué tristeza.... Decide desplazarse alo largo de esa superficie, hasta hallar otra de tonalidad más clara, y entonces, nuestra mosca comienza a sentirse un poco más reconfortada, calentita y recuperada.
Permanece un tiempo más pensando que ese lugar es más adecuado que el anterior... hasta que su curiosidad le hace tomar la decisión de volar y alejarse de ese lugar en el que pasó algún tiempo.
A medida que comienza a distanciarse de la superficie, comienza a distinguir claramente cómo cada parte oscura y cada parte clara forman parte de una imagen dotada de sentido propio, y cuando ha alcanzado la perspectiva suficiente, descubre, con sorpresa, que esa superficie se trata de un cuadro de Rembrandt.
Comprende que lo que pensaba que era una zona oscura y triste o una zona alegre y cálida, ya no son tales, sino parte de un todo que se compone de esas y otras tonalidades más, todas necesarias para que esa imagen, ese cuadro, tengan un sentido.
Reestructura entonces su visión de las cosas, abre el foco y se da cuenta de que ya no hay zonas triste y zonas alegres, buenas o malas, sino que todas ellas son imprescindibles para comprender el sentido de la imagen.