A primera vista surgen la mayoría de las emociones en nuestra vida. A primera vista podemos experimentar la mayor sacudida jamás sentida cuando nos enamoramos o por el contrario sentir el rechazo más intenso hacia alguien sin conocerle siquiera. Hay algo en los demás que no nos deja indiferentes. Cuando por primera vez conocemos a alguien todos los sensores de nuestro cuerpo evalúa al nuevo sujeto que entra en nuestro radar afectivo. Muchas veces salta súbito un resorte que parece alertarnos ante esa persona sin saber por qué. Algo, imperceptible para el resto, sucede en nosotros que nos lleva a devolverle las mismas vibraciones que hemos recibido.
¿Cómo evitar estos juicios sin fundamento lógico pero cargados de señales que capta nuestro cerebro de inmediato?¿Debemos guiarnos por esa sensación de rechazo que tiene que ver más con la intución que con la razón?.
La intuición ha guiado a la especie humana en su evolución en infinidad de ocasiones. No todo se puede razonar. Y cuando esto sucede, algo en nuestro interior filtra las actitudes, los movimientos, las sonrisas o sus ausencias. Porque sobre todo son los gestos de la cara los que delantan o acercan. Los ojos, la mirada y su expresión cierran las puertas del alma o dan la bienvenida al extraño. Aunque en ocasiones debamos esperar el veredicto del tiempo, juez y guardían de la verdad, para poder valorar si nuestro sentir fue o no equivocado y entonces poder volver a la persona y mirando abiertamente a sus ojos, comenzar de nuevo.